La aplicación de la «buena ley» de 2015 a nivel autonómico y la acogida en familias como objetivo prioritario son dos propuestas para fortalecer el sistema de tutela de menores que estos meses se ha puesto en tela de juicio.
3 de febrero 2022.- Todo comenzó en Baleares, a finales de 2019. Una menor de 13 años, tutelada por la Administración, confesó a una psicóloga que habría sufrido una violación grupal. Esta fue la punta del iceberg que reveló que 16 menores bajo la protección del Consell Insular de Mallorca habían sido víctimas de explotación sexual. Fue la Comunidad Valenciana la siguiente en copar las portadas de los medios de comunicación: según el Síndico de Agravios –como se llama al Defensor del Pueblo de la comunidad autónoma–, entre junio de 2020 y junio de 2021, 175 menores de edad habían sido víctima de abusos sexuales mientras se encontraban tutelados. El caso 18 Lovas en Canarias –trama de prostitución de menores bajo la apariencia de una agencia de modelos–, donde algunas de las víctimas estaban a cargo del Servicio de Atención a la Familia, o que al menos tres de las diez menores explotadas sexualmente por una red de traficantes en Madrid estuvieran también bajo tutela, han puesto en jaque al sistema de tutela de menores en nuestro país.
Ante este panorama escandaloso, el debate sobre el desamparo de los menores y la falta de recursos de las administraciones públicas está sobre la mesa. ¿Es una cuestión de necesaria voluntad política? ¿O sencillamente no hay recursos para destinarlos a los servicios de atención a los menores tutelados, que se escurren por las grietas del sistema y terminan en manos de adultos explotadores que aprovechan su situación de vulnerabilidad? Blanca Gómez, jurista, investigadora del Instituto Universitario de la Familia de la Universidad Pontificia Comillas y miembro del equipo de Holistic, asegura que esta realidad desoladora «tiene que ser el pistoletazo de salida para un cambio de modelo».
El caldo de cultivo para mejorar el funcionamiento es bueno, «no es cuestión de demonizar», asegura Jesús Palacios, catedrático de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Sevilla, y reconocido experto en acogimiento familiar. «Por ejemplo, tenemos centros cada vez mejores. En uno donde haya ocho chicos, puede haber hasta doce profesionales» que trabajan con ellos y por ellos. El paso prioritario, recalca Blanca Gómez, es que los niños estén en familias. Si no es posible, al menos «que los centros estén organizados de modo familiar, es decir, que haya pocos niños y que funcionen con una estructura lo más parecida a un hogar». Esto es fundamental, ya que, como insiste la jurista, «la vida en un centro no es lo mejor para el niño», como ya previno la ley estatal de 2015, que remarca que hay que apostar por soluciones familiares, especialmente en la etapa de 0 a 6 años. Es una «buena ley», a juicio de ambos expertos, que solo necesita que las comunidades autónomas la implementen debidamente. De momento, Baleares, Valencia y Andalucía ya lo han hecho. «La ley andaluza ha realizado una apuesta fuerte para que los niños de 0 a 3 años no estén en centros», constata Gómez.
Esta estructura de hogar es precisamente la que se intenta reproducir en el centro que las terciarias capuchinas de la Sagrada Familia gestionan en la zona de Arturo Soria. Desde 1995, esta congregación con amplia trayectoria en protección a la infancia trabaja con menores tutelados de la Comunidad de Madrid. «Tenemos 18 plazas, con nueve niños y nueve niñas. El más pequeño tiene 4 años y los más mayores, 16», explica su director, Fernando Lorenzo. En este centro seis religiosas y doce educadores sociales comparten experiencia y cariño para ofrecer a los pequeños. «Todos estudian fuera, cada uno va a su colegio, y las religiosas llevan cada mañana a los más chiquititos a clase. Cuando hay que ir al médico, también van ellas». Son un equipo, una misión compartida en beneficio de los menores.
En cifras
– 11.750 niños y niñas entraron en el sistema de protección en 2020
– 27 % únicamente de esos 11.750 niños y niñas pasaron a vivir con familias de acogida
– Once de cada 100 niños que entraron en las residencias tuteladas volvieron con sus familias de origen
Como recalcaba Blanca Gómez líneas antes, el modelo de trabajo de este centro «es ofrecer un ambiente de familia, eso sí, una familia muy numerosa», explica el director. Los niños «llegan aquí con un gran daño emocional y el trabajo se empieza desde el establecimiento de vínculos y la educación a través de la cercanía con ellos». Por lo demás, son una gran familia. Van al colegio y luego hacen los deberes y meriendan en casa. En lugar de estar con el móvil, ven una serie juntos. Y hablan. Hay una asamblea que ellos llaman hora de familia, y los niños llaman casa al centro.
También realizan talleres en los que trabajan emociones, afectividad, valores… «de todo. Incluso aprendemos sobre desarrollo sostenible. Trabajamos todo lo que pueda beneficiarlos». Los fines de semana hay algunos que salen con su familia biológica, otros con familias autorizadas, y un grupo amplio permanece allí y se planifican actividades de ocio y tiempo libre. «Como en una casa normal: hacen deporte, ven a sus amigos». El centro cuenta además con dos psicólogas que hacen terapia para trabajar con cada uno sus heridas.
Un dato importante es que estos chicos y chicas dejarán de estar tutelados por la Administración exactamente el día de su 18 cumpleaños –si no han vuelto con sus familias biológicas antes–. «Por eso los tenemos que preparar bien, para que cuando esto ocurra sean lo más autónomos posibles». La cuestión es que estos niños han de madurar muy rápido, y esto requiere un nivel de exigencia que no aplica a otros jóvenes. «En los 13 años que llevo trabajando aquí, tres chicos han crecido y cumplido la mayoría de edad en el centro», añade Lorenzo. En este tiempo, además se han notado un cambio de perfil en los menores, «cada vez más complicado. Se aprecia cómo aumentan los problemas de salud mental, y al final los recursos dan hasta donde dan; está todo saturado».
Esta saturación tendría una posible salida si desde las administraciones se pusiera el acento en «salir a buscar familias de acogida. La gran excusa es que no hay, pero que nos digan qué están haciendo para encontrarlas», denuncia Palacios. Dar a conocer los diversos programas de acogimiento a las familias es básico. «En Madrid hay uno de acogida en vacaciones que hemos visto que es muy positivo para los niños. Disfrutan muchísimo», explica el director del centro de las terciarias capuchinas. En Estados Unidos, añade Blanca Gómez, «que no es un modelo que seguir en muchos aspectos», pero sí en su promoción, «salen a buscar familias, por ejemplo, a los colegios y hasta a los restaurantes donde van otras familias con casos exitosos de acogida».
Uno de los grandes obstáculos se encuentra en «la mentalidad formateada por tipos de los profesionales», añade Palacios. Y pone el ejemplo de una niña que lleva cuatro años en una familia de acogida y que ha pasado a ser adoptable. «Lo que el sistema ha propuesto es que esa niña, en lugar de quedarse con esa familia, vaya a otra de adopción», porque son compartimentos estancos y cada modelo tiene su formato. «No podemos llenarnos la boca con el interés superior del menor si tomamos decisiones que los perjudican». Cambiar la mentalidad «de un sistema basado en modalidades a otro basado en trayectorias de protección de cada niño es básico». Aún así, «puede pasar de todo, pero que el motivo no sea porque no estamos organizados», concluye Gómez.
Redacción Alfa y Omega
Imagen: En el centro gestionado por las terciarias capuchinas en Madrid
viven 18 niños. (Foto: Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia)
¿Te han puesto precio alguna vez?
Con motivo de la VIII Jornada Mundial de Oración y Reflexión contra la Trata de Personas, convocada por iniciativa del Papa Francisco cada 8 de febrero coincidiendo con la fiesta de santa Josefina Bakhita, la diócesis de Madrid acoge la exposición itinerante Punto y seguimos. La vida puede más. Está organizada por el Departamento de Trata de Personas de la Conferencia Episcopal y la Comisión Diocesana contra la Trata, dentro de la Vicaría para el Desarrollo Humano Integral y la Innovación de la diócesis de Madrid. Se podrá ver hasta el 15 de febrero en la parroquia San Jerónimo el Real (Moreto, 4), y del 17 al 27 de febrero en el espacio O_Lumen (Claudio Coello, 141). Ofrece una recopilación de 41 fotografías de hombres y mujeres víctimas y supervivientes de la trata, que comparten sus vivencias en los textos que acompañan las imágenes. «¿Te han puesto precio a ti alguna vez?», interpela una de ellas al espectador. La muestra visibiliza los efectos de este «auténtico crimen contra la humanidad», tal y como lo define el vicario, José Luis Segovia. Ante esto, se precisa un «contundente respaldo a las víctimas por parte de las legislaciones, y la más entrañable acogida y acompañamiento por parte de la Iglesia».
Junto a la exposición, la diócesis propuso unirse al círculo de silencio que se celebró online en toda España el miércoles 2 de febrero, y prepara una vigilia de oración para el 8 de febrero, a las 19:30 horas, en la parroquia San Jerónimo el Real. Además, Proyecto Esperanza Adoratrices y Programa Oblatas Madrid han presentado, junto a otras entidades sociales, la I Guía de Recursos Prostitución y Trata de la ciudad de Madrid.
Según Naciones Unidas, las mujeres y las niñas representan el 72 % de las víctimas de la trata. Este porcentaje aumenta significativamente en el contexto de la trata con fines de explotación sexual, un mercado que supone dos tercios de los beneficios generados por la explotación. La pandemia, trasladan los organizadores de la jornada, ha incrementado el negocio, «ha exacerbado» el dolor de las víctimas y ha propiciado el aumento «de forma desproporcionada» de la vulnerabilidad de mujeres y niñas. Ante esto, como sugiere el lema de este año, La fuerza del cuidado. Mujeres, economía y trata de personas, son ellas quienes están llamadas especialmente a adquirir un papel protagonista en la creación de un sistema económico basado en el cuidado de todos y en el de la casa común.
Begoña Aragoneses