Aunque la noticia de que la NASA había contratado a teólogos fuera un bulo, sí se está produciendo un fecundo diálogo entre científicos y teólogos sobre la vida extraterrestre.
13 de enero 2022.- La noticia se hizo viral a finales de diciembre: la NASA había contratado a teólogos para estudiar el impacto que podría tener el descubrimiento de vida extraterrestre. Se llegó a bromear sobre que el objetivo era preparar a la humanidad para un inminente anuncio. Pero, en realidad, se trataba de una noticia vieja e inexacta. Entre 2015 y 2017, la agencia espacial estadounidense financió un proyecto del Centro de Investigación Teológica (CTI por sus siglas en inglés), en Princeton (Nueva Jersey), sobre las implicaciones sociales de la astrobiología. La información recobró actualidad al publicar uno de los miembros de este grupo de trabajo, el pastor anglicano Andrew Davison, un libro titulado Astrobiología y doctrina cristiana.
En las mismas fechas surgió otra polémica en torno al lanzamiento del telescopio espacial James Webb, el 24 de diciembre, y al «Dios te bendiga, Dios bendiga al planeta Tierra» con el que el administrador de la NASA, Bill Nelson, cerró su discurso de felicitación. El dominico Thomas O’Meara, profesor emérito de Teología en la Universidad de Notre Dame (Indiana, Estados Unidos), lo atribuye a los «prejuicios contra la religión» que parte del mundo de la ciencia ha desarrollado desde hace dos siglos.
Estos mismos prejuicios llevan a algunos a afirmar que el descubrimiento de vida extraterrestre inteligente sacudiría los cimientos de la fe de los creyentes. «En Estados Unidos las encuestas muestran que el 88 % de los católicos piensa que el conocimiento de la existencia de extraterrestres no tendría un impacto negativo en su fe». El teólogo sugiere no prestar mucha atención a los científicos que «ignoran o rechazan las nuevas publicaciones de los teólogos sobre extraterrestres». Más interesantes son los investigadores, más abiertos, que «forman parte de los nuevos grupos de diálogo» y del debate que se ha generado en las últimas dos décadas sobre una cuestión que no es baladí.
En lo que va de 2022, cuatro nuevos exoplanetas se han sumado a la lista de planetas externos al Sistema Solar. Ya superan los 4.900, de los que unos 60 se consideran potencialmente habitables. En ellos se centra la astrobiología, la especialidad que «estudia las formas en las que la vida como la conocemos, con una química basada en el carbono, podría existir en entornos con una química, temperatura y radiación fuera de lo que encontramos típicamente en la Tierra; y cómo podríamos detectarla con un telescopio o una sonda espacial». Lo explica a Alfa y Omega Guy Consolmagno, director del Observatorio Vaticano.
«La astrobiología no es una especulación a lo loco sobre monstruos alienígenas, sino un trabajo serio y a veces tedioso»
Guy Consolmagno, SJ
Astrónomo
¿Hacia una astroteología?
Consolmagno es uno de los autores que O’Meara cita, junto con otros como Ted Peters, Heidi Russell, William Soteger, Armin Kreiner, Jazques Arnould, John Haught, Diarmuid O’Murchu, David Weintrabu o Douglas Wakoch, como representantes de una incipiente astroteología, cuyos pensadores «pueden extraer algunos temas básicos con un acuerdo considerable, y sopesar nuevas direcciones» al abordar específicamente la vida extraterrestre inteligente.
En el universo, explica O’Meara, «podría haber un sinnúmero de formas de vida animal y vegetal». Entre ellas podrían darse algunos reconocibles como «diferentes». Sería lo que se entiende como «extraterrestres, seres con algún tipo de cuerpo material, de corporalidad (no los espíritus llamados tradicionalmente “ángeles”), que también tengan inteligencia y libertad». A ellos se les podrían aplicar palabras como «persona» y «alma». Subraya que inteligencia y libertad son requisitos para relacionarse con lo divino. Eso sí, añade, «cómo sean esa inteligencia y esa libertad podría diferir de un planeta a otro».
—¿No desafiarían, o al menos nos obligarían a reinterpretar conceptos como que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios?
—Desafiarían la idea de la superioridad de la Tierra, de la raza humana. Las otras razas inteligentes en otros planetas, con su relación con Dios, serían nuestros compañeros y hermanos; y ojalá en algún momento nuestros colaboradores y mentores.
El teólogo dominico considera que, en ese caso, sería deseable entablar contacto y comunicación con ellos, para «conocer su condición religiosa, moral y psicológica». Aunque advierte del riesgo de asumir, como hacen muchos científicos y académicos, que los límites de su inteligencia son los mismos que aquí. «O que el mal, el pecado y la violencia están generalizados» en otros mundos.
—Se refiere a la posibilidad de que no tuvieran pecado original. En ese caso, ¿qué podría suponer para ellos el contacto con seres que sí pecaron?
—Es una pregunta muy interesante. En vez de asumir que son como nosotros en la inclinación a la violencia, es probable que no tuvieran contacto con el mal, o muy poco. En Más allá del planeta silencioso, C. S. Lewis hablaba de planetas sin pecado. Tendríamos que entender su psicología, su visión de las acciones humanas, y llevaría tiempo.
—En el caso contrario, si hubieran caído o fueran a hacerlo en el futuro, ¿les valdría la redención de Cristo, o cada especie necesitaría la suya propia? ¿Y cómo encajaría esto con la realidad de la encarnación, en la que el Hijo de Dios asumió la naturaleza humana?
—Igual que los extraterrestres frenarían nuestra asunción de que hay pecado en todas partes, también nos llevarían a considerar la encarnación en su propia naturaleza. Es algo diferente y más profundo que la redención, la acción del Verbo encarnado que quita la pecaminosidad de los hombres y mujeres. Si en otros planetas el pecado fuera limitado o no existiera, la encarnación seguiría siendo probable y valiosa.
«Se debe considerar que otros planetas tengan sus propias liturgias y espiritualidades»
Thomas O’Meara
Teólogo dominico
A la pregunta de cómo sería, O’Meara subraya que «allí no habría un papel para Jesús de Nazaret», pues «no es de su raza ni de su contexto religioso». Física y psicológicamente «no habría conexión, o sería mínima», y la comunicación sería imposible. Apunta más bien a que «podría haber diversas encarnaciones de las personas divinas en otros planetas, con un igual a Jesús, el Verbo encarnado». Apoya esta hipótesis en teólogos como Orígenes o santo Tomás de Aquino, que en el siglo XIII admitió la posibilidad de otros mundos y afirmó que «es necesario sostener que la Persona divina pudo asumir otra naturaleza humana numéricamente distinta de la asumida». Ya en el siglo XX, Karl Rahner afirmó que «no se puede demostrar que una encarnación múltiple en diferentes historias de salvación sea absolutamente impensable».
Con todo, Consolmagno admite que la astroteología no existe como «un campo bien desarrollado», y reconoce que «todas estas preguntas solo se pueden responder con un sincero: “No lo sabemos”». Nada impide «especular, pero esas especulaciones solo serán útiles si nos obligan a mirar más de cerca de la teología aquí en la Tierra». Por ejemplo, «la pregunta sobre si bautizaría a un extraterrestre», sin respuesta sencilla, «debería obligarnos a preguntarnos qué es realmente el Bautismo, qué hace y por qué nos bautizamos».
María Martínez López
Imagen: El Matriz de Telescopios Allen, en Berkeley (EE. UU.) es un esfuerzo conjunto
de la Universidad de California y el Instituto para la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre.
(Foto: Brewbooks)