La primera pintura de tema mitológico del autor en el Museo del Prado.
La colección de Alonso Cano que custodia el Prado, compuesta por 19 pinturas y más de 30 dibujos, en su mayoría de temática religiosa, se ve enriquecida con esta obra que, por su tema, es una pieza excepcional en el contexto del arte español de su tiempo, pues el tema mitológico es comparativamente menor en relación con otro tipo representaciones en la mayor parte de los artistas españoles de este período.
Dada a conocer en un Congreso en 1997, se ha identificado con una Pallas que se cita en 1657 en el inventario de bienes de Margarita Cajés, hija del pintor Eugenio Cajés, a cuyo viudo la compró Juan Antonio de Frías y Escalante, seguidor de Alonso Cano.
Para su presentación al público se acompaña del dibujo que representa una mujer recostada y desnuda, que constituye otro magnífico ejemplo de hasta qué punto Alonso Cano estuvo atento a la gran tradición de representaciones mitológicas, y supo dar a la misma una interpretación personal.
Madrid, 8 de junio de 2021.- El Museo Nacional del Prado ha adquirido por 270.000 euros, una obra de excepcional calidad y singularidad de la pintura barroca española: La diosa Juno del autor granadino Alonso Cano.
Esta pintura enriquecerá sustancialmente las colecciones del Prado porque se trata de obra original de Alonso Cano, de gran calidad, que muestra muchas de las características que lo convierten en un nombre principal en la historia de la pintura barroca española y su tema, y la manera de tratarlo, hacen de ella una obra excepcional en el contexto del arte español de su tiempo, pues el tema mitológico es comparativamente menor en relación con las representaciones de historias sagrada, naturalezas muertas o retratos; no solo en el caso de Alonso Cano, sino en el de la mayor parte de sus contemporáneos españoles.
Tanto la naturaleza mitológica del tema como la exhibición de partes de la anatomía femenina que generalmente se ocultaban son poco habituales en la pintura española del momento. De hecho, si bien se conoce a través de inventarios que Alonso Cano se adentró en el campo de la mitología, es la segunda pintura suya de este género que ha sido identificada.
Tras darse a conocer en un Congreso en 1997, aparece publicada por A.E. Pérez Sánchez en “La pintura de Alonso Cano”, en Figuras e imágenes del barroco. Estudios sobre el barroco español y sobre la obra de Alonso Cano, Madrid, 1999, (pp. 223-224) y ha participado en las exposiciones sobre Alonso Cano que tuvieron lugar en 2002 en Granada y Madrid (con ficha de B. Navarrete).
En todas esas ocasiones se ha llamado la atención sobre la calidad y la singularidad de esta obra. La atribución a Cano descansa indicios documentales, y en la comparación con otras pinturas seguras suyas: el rosto de Juno responde a una tipología que aparece en obras como la Visión de san Antonio de Padua de la pinacoteca de Múnich; y tanto el paisaje apenas sugerido como el cuidadoso estudio de los pliegues con su sombra, o la experta combinación de gamas frías con otras cálidas responden a los parámetros en los que se mueve la pintura de Alonso Cano. Igualmente, la extraordinaria corrección formal, y la manera como la figura invade la superficie pictórica, nos recuerdan que su autor fue uno de los mejores compositores y dibujantes españoles de su tiempo.
La obra se ha identificado (Requena, J.L., “Nuevas aportaciones a la Juno de Alonso Cano”, Espacio, Tiempo y Forma. Vol. 18-19, 2005-2006, pp. 77-83) con un cuadro que en agosto de 1657 se cita como Pallas en el inventario de los bienes de Margarita Cajés, hija del pintor Eugenio. Allí se atribuye a Cano y se dice que sus medidas son de media vara de ancho y vara y sesma de alto, lo que coincide con las de este lienzo. En 1665 vuelve a aparecer (en esta caso como “una diosa”, y con medidas similares) en la almoneda del viudo de Margarita, donde la compra el pintor Juan Antonio de Frías y Escalante, del que se señala que se inspiró en esta obra para su San José con el Niño del Museo de Bellas Artes de Asturias.
Su tema, sus características estilísticas y el hecho de que se cita en un inventario madrileño de 1657 sugieren que se trata de una obra fechable entre 1638 y 1652, cuando su autor estaba en Madrid colaborando en la decoración del Alcázar.
La diosa Juno
Alonso Cano
1638-1651
Óleo sobre lienzo
Museo Nacional del Prado
Juno ocupaba un lugar principal en el panteón grecolatino, pues fue mujer de Júpiter y protectora del matrimonio. Cano alude a su estatus mediante el cetro y la diadema dorados, y la acompaña con un pavo real, el atributo que la identifica. El pecho descubierto nos recuerda que era un personaje al que se vinculaba frecuentemente con la maternidad.
Desnudo femenino
Alonso Cano
1645-1650
Aguada, pluma, tinta parda, sobre papel verjurado
Museo Nacional del Prado
En el papel se superponen el fragmento de un arco, y una mujer desnuda y recostada en una superficie inclinada y textil. Tiene las piernas semiabiertas, y expresión de abandono. La ausencia de otros personajes, de acciones o de atributos impide identificarla con seguridad, aunque su expresión corporal pueda recordar a la de Dánae.
Alonso Cano ( Granada 1601 – 1667)
El caso de Alonso Cano es único entre los artistas españoles del siglo XVII porque fue ante todo dibujante y diseñador, y fue igualmente exitoso como arquitecto, escultor y pintor.
Probablemente tuvo su primera experiencia con las artes en su propio hogar, ya que su padre diseñaba y tallaba retablos y sillerías de coros. La familia se mudó a Sevilla, y cuando Alonso tenía quince años fue admitido al taller de Francisco Pacheco, donde coincidió con Velázquez por varios meses.
Desde temprano mostró fascinación por la belleza de la forma humana y facilidad para el escorzo y la representación del movimiento. En 1638 fue a la corte por invitación del conde-duque de Olivares, el poderoso primer ministro de Felipe IV, quien se complacía en favorecer a los artistas provenientes de su natal Sevilla. Una vez en Madrid, Cano colaboró en la decoración del Palacio del Buen Retiro y el Alcázar. Su producción artística en esta ciudad manifiesta su estudio de las colecciones reales y también su familiaridad con la obra de los pintores de corte.
Cano tuvo que abandonar Madrid en 1644 a raíz del asesinato de su esposa -fue acusado del crimen, pero logró probar su inocencia a pesar de haber sufrido tortura y se mudó a Valencia, donde permaneció varios meses. De vuelta en Madrid, trabajó en las decoraciones para las fiestas en torno a la boda de Felipe IV con Mariana de Austria. Durante estos años, el arte de Cano evolucionó de las composiciones monumentales, más pesadas, que había aprendido en Sevilla hacia formas más elegantes, dinámicas y barrocas, y también empezó a favorecer colores más transparentes y tonos más claros.
La vida del artista dio otro giro en 1651, cuando regresó a su Granada natal con la idea de ordenarse sacerdote y obtener un puesto de canónigo en la catedral. En espera del puesto (que obtuvo en 1652), trabajó en numerosos proyectos para la catedral, así como para otras iglesias, monasterios y conventos de la ciudad, especialmente los pertenecientes tanto a la rama masculina como la femenina de la orden franciscana.
En 1660, luego de una estancia en Madrid y en Salamanca durante la cual recibió los hábitos de sacerdote, se reintegró a la catedral de Granada como canónigo y terminó su serie sobre la vida de la Virgen para esa iglesia. Pocos meses antes de su muerte recibió el título de maestro mayor de la catedral y diseñó su fachada, que se construyó póstumamente. (Pérez d’Ors, P. en: Del Greco a Goya. Obras maestras del Museo del Prado, Museo de Arte de Ponce, 2012, p. 88).
Imagen de portada:
Javier Portús, Jefe de Conservación de Pintura Española hasta 1800 del Museo Nacional del Prado
y Andrés Úbeda, Director Adjunto de Conservación del Museo Nacional del Prado junto a la obra.
(Foto © Museo Nacional del Prado)
I