Al final del primer día que pasó el Papa en Irak se comprenden mejor las razones que impulsaron a Francisco a mantener este viaje en el calendario, contra todo y contra todos. «Es un deber hacia una tierra martirizada durante tantos años», dijo a los periodistas tras el despegue. La pandemia galopante, los atentados que se han sucedido incluso en las últimas semanas…. Nada de esto hizo cambiar de opinión al Papa, decidido a testimoniar en persona su cercanía y apoyo a los cristianos y a todos los iraquíes que han sufrido y desgraciadamente siguen sufriendo a causa de la violencia, el terrorismo, el fanatismo en un país que desgraciadamente contabilizó 1400 atentados en 2020.
Las palabras del Presidente de la República de Irak, Barham Salih Qassim, dejaron claro lo esperada que era la presencia de Francisco, y lo mucho que se aprecia que se mantenga firme en su decisión de visitar la tierra de la que partió Abraham: «Los iraquíes expresan su orgullo por su presencia, Santidad, como su gran y querido invitado, a pesar de las recomendaciones de posponer la visita por las circunstancias excepcionales que atraviesa el mundo a causa de la epidemia, y a pesar de las difíciles condiciones que atraviesa nuestro herido país. La superación de todas estas circunstancias duplica realmente el valor de la visita en la consideración de los iraquíes».
En los rostros de los miembros de la comunidad siro-católica que acogieron al Sucesor de Pedro en la catedral de Bagdad por la tarde se percibía un sentimiento de profunda gratitud. Una iglesia bañada en la sangre de 48 mártires, asesinados mientras asistían a la misa dominical hace poco más de diez años. La comunidad conmovida se reunió en torno al Papa, que había venido desde Roma para estar cerca de ellos. Una estela situada al lado de la catedral recuerda a las víctimas del atentado, cuyo proceso de beatificación está en marcha. Un grueso muro fronterizo protegido con alambre de espinas alrededor del edificio sagrado documenta lo elevado que sigue siendo el riesgo en un país desgarrado por el terrorismo, las milicias, las facciones y donde se entremezclan los intereses de las potencias regionales e internacionales. Pero en los rostros de los cristianos que se quedaron a vivir aquí y que recibieron a Francisco con sus cantos al atardecer acariciados por la brisa de Bagdad, no se leía el miedo, sólo la alegría.
Andrea Tornelli