(zenit – 23 oct. 2020).- A continuación ofrecemos un artículo del Observatorio de Bioética de la Universiad Católica de Valencia, en el que se habla de las nuevas posibilidades alcanzadas en los métodos diagnósticos de la COVID-19.
El diagnóstico de la enfermedad COVID-19 así como la detección temprana de portadores sanos, es uno de los eslabones principales en la cadena de contención de la pandemia. La detección de la presencia del virus en exudado rinofaríngeo o saliva y de anticuerpos en la sangre de los pacientes constituyen las dos vías de evaluación d exposición al virus Sars-Cov-2.
La detección de la presencia del virus se ha realizado hasta ahora con técnicas de amplificación genómica, como la reacción en cadena de la polimerasa (PCR) que a día de hoy sigue siendo el gold standard o técnica de referencia para la detección del virus. Su alta especificidad, o capacidad para no arrojar falsos positivos junto a su gran sensibilidad, capacidad de detectar cantidades muy pequeñas de virus en las muestras ensayadas, la sitúan como técnica más fiable.
Una de sus limitaciones, según algunos estudios, es la de detectar fragmentos de RNA del virus ya inactivo, que arrojarían un resultado positivo en pacientes que han superado la enfermedad y en los que quedan estos residuos virales. El coste de la técnica y la demora en la obtención de resultados suponen dos de sus desventajas, que ha impulsado al diseño de nuevas técnicas más rápidas y económicas.
Posibilidades en métodos diagnósticos
Recientemente se han puesto a punto las nuevas técnicas de detección de antígenos virales, o proteínas de la cubierta del virus, que han mostrado una gran sensibilidad y especificidad, de más de 90 % comparada con las de las pruebas PCR. Su enorme ventaja parece ser la rapidez en la obtención de los resultados, de algunos minutos, su inferior coste y la posibilidad de ser realizadas sin el recurso a costosos equipos instrumentales, como es el caso de las PCR.
El hecho de que estos test rápidos de detección de antígenos puedan ser realizados en el punto de atención del paciente o en laboratorios de análisis clínicos, posibilita el extender los medios diagnósticos de detección de presencia viral a poblaciones mayores con resultados inmediatos, lo que incrementa la eficacia a la hora de identificar portadores y aislar a sus contactos. La extensión de su uso puede marcar un punto de inflexión en e control del a pandemia.
Finalmente, le determinación de anticuerpos en sangre, del tipo Inmunoglobulinas M (IgM) y G (IgG), ofrece información sobre la respuesta inmunológico del individuo tras su exposición al virus, así como, en su día, de la eficacia de la vacuna administrada. La aparición de anticuerpos IgM resulta indicativa de un proceso infeccioso reciente, en fase de resolución, mientras que los IgG indican la adquisición de inmunidad por una infección ya superada.
Todo parece indicar que esta inmunidad de mantiene en el tiempo, durante meses o años. No obstante no todos los pacientes que se han infectado desarrollan anticuerpos en cantidades medibles, debiendo tener en cuenta que, junto a esta inmunidad humoral o mediada por anticuerpos, se desarrolla una inmunidad celular, en la que implican los linfocitos T, que también puede proteger contra nuevas reinfecciones.
El diagnóstico más fiable de estos anticuerpos es mediante técnicas de enzimainmunoensayo (EIA) que ofrecen información sobre su presencia y cantidad. Alternativamente también existen test rápidos, menos sensibles y específicos pero fáciles de realizar y más económicos.
Observatorio de Bioética
Universidad Católica de Valencia
Imagen: Investigación
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