El confinamiento ha intensificado las agresiones, físicas y psicológicas, en el interior de los hogares, fundamentalmente hacia niños y mujeres, tal y como desprenden los datos delas atenciones realizadas por fundaciones como ANAR, Luz Casanova o Ana Bella, o por el 016, el teléfono contra el maltrato. Al CGPJ le preocupa una posible «avalancha de denuncias» una vez finalice el Estado de alarma.
Ni el COVID-19 ni el confinamiento, ni el Estado de alarma pueden con ella. La lacra de la violencia no se ha detenido en estas semanas. Solo se ha quedado en casa. En el caso de la ejercida contra los niños no ha dejado de crecer, según ha constatado la Fundación ANAR en las atenciones que ha llevado a cabo. Casi la mitad de los mensajes de socorro recibidos desde el 23 de marzo tenían que ver con la violencia: maltrato físico y psicológico, violencia sobre la mujer, abuso sexual, abandono e incluso ideas e intentos de suicidio, se han disparado.
En algunos casos, como el de Sara, de 11 años, las formas de violencia se suman. Ella recurrió a ANAR para denunciar su situación: «Mi padre me pega y me toca mis partes íntimas, me insulta todo el día y yo le digo que me deje y no para… Me siento atrapada». La historia es real, aunque su nombre y algún detalle no esencial se han modificado para preservar su identidad, de modo que no pueda ser reconocida. Lo mismo que Mayka, de 13 años, que sufre maltrato físico: «Tengo miedo de que mi madre se entere de que hablo con vosotros. Estoy sin hacer ruido en la habitación mientras escribo. Si entra, dejo de escribir, pero no os vayáis por favor…».
Ella utilizó el chat seguro y silencioso de la fundación, que se ha convertido en una herramienta estratégica para llegar hasta los niños. Un chat en el que los mensajes se borran automáticamente en el dispositivo de la víctima, de modo que si es sorprendida, nadie puede saber lo que ha escrito. Durante algunas semanas fue la única vía para contactar; con la salida de los menores de 14 años a la calle, volvieron los teléfonos.
Aplanar la curva
Benjamín Ballesteros, director de Programas de ANAR, reconoce que al principio del confinamiento la violencia hacia los niños ya era muy alta. El día 23 de marzo las comunicaciones por este motivo suponían el 36,1 % del total. Tras diez días ya alcanzaban el 43 % y un mes después, el 46,9 %. La semana pasada el porcentaje llegaba al 49,3 %. «Es la curva que no se puede aplanar», explica Ballesteros, que añade que, en las actuales circunstancias, se han perdido los principales observatorios para reconocer estos casos y dar la voz de alarma: los colegios, el médico o centros de ocio y tiempo libre… Su fundación es ahora una de las puntas de lanza en la detección, pero, para llegar a más menores, necesitan más recursos.
«Lo que ha hecho el confinamiento es agravar situaciones que ya existían», añade Clara Martínez, directora de la Cátedra Santander de Derechos del Niño de la Universidad Pontificia Comillas, que está segura de que la violencia en el hogar ha aumentado. Cree, además, que la crisis «ha sacado las vergüenzas y carencias del sistema en relación con la infancia».
Las agresiones, coinciden Ballesteros y Martínez, vienen motivadas por personas violentas, padres fundamentalmente, que se ven frustradas y encerradas en esta situación y «vuelcan su agresividad contra sus hijos o su pareja». También afecta la presión laboral o la incertidumbre económica, la convivencia en un espacio pequeño, la atención a los hijos y el teletrabajo o el consumo de alcohol.
La realidad de la violencia contra la mujer –muchas veces conectada con la violencia hacia los menores– no es menos dramática. Las cifras hablan por sí solas. Aunque es cierto que se han producido tres asesinatos desde el inicio del Estado de alarma, cinco menos que en el mismo periodo del año anterior, las peticiones de ayuda al 016 y a las organizaciones que trabajan en este ámbito se han multiplicado. Solo en abril, el teléfono contra el maltrato recibió 8.632 llamadas, un 60 % más que el mismo mes del año anterior y un 37,6 % más que en marzo. Las consultas telemáticas también contabilizaron un aumento.
Avalancha de denuncias
A Ángeles Carmona, presidenta del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), le preocupa que haya una «avalancha de denuncias» una vez se levante el Estado de alarma, algo que «podría darse perfectamente». Y, por ello, explica que el CGPJ ya ha elaborado un plan de choque para dar una respuesta rápida a estos casos cuando se reactiven los procedimientos, de modo que no se cometa una doble victimización de mujeres y niños. «Para nosotros es prioritario que personas especialmente vulnerables vean que su acceso a la justicia es ágil y que no les afecte esta situación de paralización», añade.
En conversación con Alfa y Omega, cree que todavía es pronto para hacer una valoración sobre el descenso de los asesinatos por violencia doméstica durante este tiempo, pues esa lectura, dice, hay que hacerla a final de año. Sí ve aspectos positivos en el aumento de llamadas al 016. Considera que «es una buena noticia» que las mujeres conozcan los recursos que tienen a su disposición y que «confíen» en las instituciones. Y también que, en muchas de las comunicaciones, se haya visto un compromiso por parte de familiares y vecinos para denunciar un caso. «Una simple llamada de un vecino puede salvar una vida», añade.
Asimismo, recuerda que todos los organismos que trabajan en la materia han sido declarados esenciales. También los juzgados, que se han mantenido abiertos. «Las mujeres están siendo atendidas al 100 %. Y eso es importante, porque siguen pudiendo pedir ayuda», concluye Carmona.
Una de las organizaciones que está al pie del cañón en este campo es la Fundación Ana Bella, una red de supervivientes que actúan como «amigas de las mujeres maltratadas», como ellas mismas se definen. En los dos últimos meses la cifra de atenciones ha crecido exponencialmente. Si habitualmente ayudan a unas 20 mujeres a la semana, durante este tiempo el número ha llegado a las 70. Están desbordadas.
Ana Bella, superviviente y presidenta de la citada fundación, explica a este semanario lo terrible que está siendo para algunas mujeres pasar 24 horas junto a su agresor. Las propias víctimas le han contado cómo les racionan la comida, les quitan el móvil o las encierran en una habitación de la casa sin ver a sus hijos. Incluso ha habido casos en los que el maltratador había instalado cámaras en su casa para controlar a su pareja cuando él salía a la calle.
A pesar de que considera que «el confinamiento es una barrera más para romper el silencio» –solo denuncia un 20 %–, desde su entidad han conseguido que haya mujeres que den un paso al frente, incluso durante el Estado de alarma. «El coronavirus es una pandemia mundial, pero la violencia de género es otra pandemia más invisible. Ojalá la sociedad actuara con la misma contundencia», añade Ana Bella.
En la Fundación Luz Casanova, obra de las Apostólicas del Corazón de Jesús, tampoco han bajado la guardia en sus programas de atención a víctimas de violencia contra las mujeres. Han tenido más trabajo. Rebeca Álvarez, psicóloga de esta entidad, pone el foco en la situación de las adolescentes que, aunque no hayan tenido contacto físico con sus parejas o exparejas por el confinamiento, sí han sufrido violencia a través de las pantallas y redes sociales, una violencia, añade, «muy invisibilizada». También en las mujeres mayores que, en muchos casos, conviven con sus agresores, a los que tienen que cuidar sin la cobertura de los servicios sociales o la familia. Situaciones que, con el tiempo, se vuelven más «crudas y dramáticas».
Fran Otero
Imagen: Una víctima de malos tratos y su hijo
en una casa de acogida.
(Foto: Francis Silva)