(zenit).- En el número de diciembre de 2019 de Bioética Press, se incluye un informe sobre la posibilidad de obtener órganos para trasplante de personas aún vivas, que especialmente hace referencia a que personas que quieran suicidarse, puedan ofrecerse para que en un acto quirúrgico les extraigan sus órganos, aunque ello les ocasione naturalmente la muerte, es decir el suicidio. Esta práctica se ha venido a denominar death by donation.
Ahora se publica un artículo en Linacre Quarterly en el que se aborda también este espinoso tema, cuestionando en primer lugar por qué la “muerte por donación” está aumentando.
Hay bioéticos que admiten como ético, obtener órganos de una persona eutanasiada, pues éstos se extraen después de que la persona esté muerta, pero se muestran contrarios a la “muerte por donación”, aunque según Wes Ely, especialmente en Cuidados Internos de la Universidad Vanderbilt, en ambas circunstancias la extracción de órganos atenta a las más elementales normas éticas, pues ello conculca la denominada “Death Donor Rule”, una norma ética que prohíbe la extracción de órganos hasta que exista evidencia de la muerte de la persona, lo cual no siempre es posible determinarlo en caso de eutanasia, pues el concepto de “muerte cerebral” no está asumido de forma uniforme. Los autores hacen referencia a las diferentes definiciones de “muerte cerebral”, en distintos países y circunstancias, lo que dificulta asumir una definición de ella universalmente válida.
En opinión de la autora del trabajo, opinión que compartimos, si los seres humanos tienen la dignidad que les corresponde, simplemente porque son humanos, y ello incluye el respeto a sus vidas, la eutanasia para la donación de órganos conculca tal dignidad, porque el individuo en cuestión sigue siendo un ser humano en el momento en que se le extraen los órganos, aunque este tipo de eutanasia aún puede suscitar algún tipo de debate ético, pero la “muerte por donación” no parece que pueda ser apoyada éticamente desde ningún punto de vista, que se considere.
Otro aspecto a tener en cuenta la participación de médicos y enfermeros en las “muertes por donación” o en la “donación después de la eutanasia”, lo que hace necesario garantizar la “objeción de conciencia” para aquellos sanitarios que rehúsen colaborar en estos actos.
Otro hecho que hay que considerar es ¿por qué algunas personas que están de acuerdo con la eutanasia encuentran la “muerte por donación” éticamente inaceptable? A ello hay que responder, que porque atenta directamente contra la dignidad humana, de acuerdo al pensamiento filosófico más extendido, pues en ella la persona se utiliza para un propósito que va más allá de la donación después de eutanasia. A nuestro juicio, la “muerte por donación” constituye claramente un acto homicida.
En conclusión, la autora hace referencia a si la eutanasia podría considerarse una práctica ética, si ella presupone una opción para la donación de órganos para trasplantes. Sin embargo, no parece que así sea, pues el juicio ético que la eutanasia merece no debe unido a la posterior donación de los órganos de la persona eutanasiada, y mucho menos, a nuestro juicio, cuando la persona muere como consecuencia de la extracción de los órganos, pues ello es, como ya se ha comentado, un acto claramente homicida.
JUSTO AZNAR
Observatorio de Bioética – Universidad Católica de Valencia
Imagen: Hospital
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