Entre las propuestas presentadas al Papa, que podrá o no recogerlas en la exhortación final, figura la ordenación de hombres «reconocidos de la comunidad, que tengan un diaconado permanente fecundo» para atender lugares aislados. También hay otras como involucrar a los laicos en el cuidado de la comunidad y de la casa común.
Hay que llegar al punto 111 del documento final (sobre un total de 120) para localizar el asunto que más interés mediático ha despertado durante las tres semanas que ha durado el Sínodo de la Amazonía: «Proponemos establecer criterios y disposiciones de parte de la autoridad competente […] de ordenar sacerdotes a hombres idóneos y reconocidos de la comunidad, que tengan un diaconado permanente fecundo y reciban una formación adecuada para el presbiterado, pudiendo tener familia legítimamente constituida y estable». La propuesta presentada al Papa, de cara a la exhortación final que ahora le corresponde a él redactar, contó con 128 votos a favor y 41 en contra, y se refiere a lugares aislados del territorio amazónico, donde «en ocasiones pasan no solo meses sino, incluso, varios años antes de que un sacerdote pueda regresar a una comunidad para celebrar la Eucaristía». Ello, a pesar de que, según recoge el documento, la Iglesia reconoce la participación en la celebración eucarística como un «derecho» de los fieles. Por esa misma lógica, «algunos [padres sinodales] se pronunciaron por un abordaje universal del tema», es decir, ampliando el debate a otras regiones que igualmente sufren escasez de sacerdotes.
Sin presentar una propuesta formal en este sentido, el Sínodo recuerda también que, desde las Iglesias locales de la Amazonía, muchos han abogado por el diaconado permanente para la mujer, y pide «compartir nuestras experiencias y reflexiones» con la comisión instituida en 2016 por Francisco para estudiar los aspectos históricos de esta cuestión. Recogiendo el guante, al clausurar el 26 de octubre los trabajos en el Aula Sinodal, el Pontífice anunció que volverá a convocar a la comisión, ampliada «quizá con nuevos miembros».
Además de plantear la posibilidad de estas nuevas formas de ministerio ordenado, el documento final pide reconocer como «actores privilegiados» en la Iglesia a los laicos. «Para la Iglesia amazónica es urgente que se promuevan y se confieran ministerios para hombres y mujeres de forma equitativa», se lee en el punto 95. Y a continuación se propone que el obispo pueda «confiar, por un mandato de tiempo determinado, ante la ausencia de sacerdotes en las comunidades, el ejercicio del cuidado pastoral de las mismas a una persona no investida del carácter sacerdotal, que sea miembro de la comunidad».
De cara a la promoción de la ecología integral, se sugiere al Papa «crear ministerios especiales para el cuidado de la casa común» a todos los niveles de organización eclesial, «que tengan como funciones, entre otras, el cuidado del territorio y de las aguas, así como la promoción de la encíclica Laudato si».
De mayor calado es la propuesta de crear un «nuevo rito amazónico» que se añada a los 23 ya existentes y «exprese el patrimonio litúrgico, teológico, disciplinario y espiritual amazónico». El borrador lo elaboraría un nuevo «organismo episcopal permanente y representativo» de las distintas Iglesias de la región, una especie de conferencia episcopal conjunta para toda la Amazonía, que constituye otra de las propuestas estrella del documento final.
Además se propone la creación de «una Universidad Católica Amazónica» que se encargaría de promover «la inculturación» y «el diálogo intercultural», aspectos que se consideran clave para la formación al sacerdocio y los diversos «ministerios laicales».
Todo ello parte de la premisa de que «los nuevos caminos de la evangelización» en la Amazonía «deben construirse en diálogo» con los pueblos que, «desde hace miles de años, han cuidado su tierra, sus aguas y sus bosques». El documento final alaba «el buen vivir» de los pueblos indígenas amazónicos, una virtud que se expresa en «vivir en armonía consigo mismo, con la naturaleza, con los seres humanos y con el ser supremo».
Pero hoy la Amazonía es «una hermosura herida y deformada, un lugar de dolor y violencia», cuya causa son los «modelos de desarrollo depredadores», según los definió el Papa el domingo en la Misa de clausura. Rindiendo homenaje a «los mártires» que han dado su vida por «la ecología integral» en esta región, «la Iglesia se compromete a ser aliada de los pueblos amazónicos para denunciar los atentados contra la vida de las comunidades indígenas» y «los proyectos que afectan al medio ambiente».
La Amazonía no es solo selva
Pero la Amazonía no solo es selva y comunidades aisladas. Los indígenas –recuerda el documento final– suponen entre dos y 2,5 millones de personas, sobre una población de cerca de 34 millones, distribuida entre Brasil y otros ocho estados, que en buena medida viven en grandes ciudades que han visto aumentar rápidamente su tamaño en los últimos años, por lo general de forma desordenada. Muchos de esos nuevos urbanitas malviven en «favelas» y «villas miseria». Debido al debilitamiento de las «comunidades de base», el Sínodo reconoce que falta una respuesta apropiada por parte de la Iglesia. Y se detiene en particular en los jóvenes, muy afectados por «situaciones tristes como pobreza, violencia, enfermedades, prostitución infantil, explotación sexual, uso y tráfico de drogas, embarazo precoz, desempleo, de presión, trata de personas, nuevas formas de esclavitud, tráfico de órganos, dificultades para acceder a la educación, salud y asistencia social».
Para enfatizar el dramatismo de la situación actual, el Sínodo recuerda que, «en los últimos años, ha habido un aumento significativo en el suicidio entre los jóvenes, así como el crecimiento de la población juvenil encarcelada y crímenes entre y contra los jóvenes».
R. B.
Imagen: Shainkiam Yampik Wananch, diácono,
durante una celebración religiosa con indígenas
de la comunidad Achuar, en Perú.
(Foto: REUTERS/María Cervantes)