La teóloga alemana Doris Reisinger (1981) se describe a sí misma como una «joven muy creyente y muy idealista» cuando, a los 19 años, entró en la pequeña congregación belga Familia Spiritualis Opus, conocida como Det Wek (La Obra). Pronto comenzaron controles exhaustivos sobre todos los aspectos de su vida: «No se me permitía hablar con nadie ni leer ningún libro», cuenta. Su capacidad de tomar decisiones autónomamente se vio progresivamente anulada, pero ella idealizó «la abnegación». De este modo, asegura, se convirtió en «la víctima perfecta» para cualquier sacerdote depredador. A falta de uno, dos abusaron de ella.
Durante un tiempo trató de ocultarlo. Finalmente le confesó los hechos a una hermana de comunidad, persona en la que encontró el apoyo emocional que entonces necesitaba. En 2011, Reisinger abandonó la comunidad, aunque aún tardaría un año en poner en orden sus sentimientos y dar el paso de denunciar. Allí empezó otro calvario.
Denunció civilmente por violación al primero de los sacerdotes en Alemania y en Austria. La justicia estimó que se trató de relaciones consentidas entre dos adultos.
Al segundo –un sacerdote austríaco que poco después se convertiría precisamente en el responsable del departamento de la Congregación para la Doctrina de la Fe encargado de investigar los abusos sexuales–, le llevó ante la justicia canónica. La Signatura Apostolica, máximo órgano legislativo de la Santa Sede, decidió finalmente el pasado mes de mayo no iniciar un proceso contra el sacerdote, que poco antes había dimitido, pese a todo, de su cargo. «Lo que experimenté es que la cultura jurídica en la Iglesia es como la de una monarquía absolutista», dice la exreligiosa en conversación con Alfa y Omega. «Durante el juicio, no tuve acceso a las actas, ni pude llevar un abogado civil. Nunca fui llamada a declarar, ni tampoco se permitió hablar a mis testigos. Ni siquiera tuve el derecho a ver el decreto que absolvió a mi agresor. Esto lo supe a través de un medio de comunicación, y de ese modo me enteré de que la persona que había firmado el archivo de la causa es un amigo de mi agresor».
Reisinger volvió a denunciar su casa durante un acto organizado el 3 de octubre en Roma por la organización Voices of Faith. Le duele –confiesa– que algunos consideren que su lucha es «hostil contra la Iglesia», cuando lo que ella busca es «el cambio cultural necesario».
La exreligiosa colabora en materia de prevención con algunas diócesis alemanas y congregaciones, y es autora de dos libros sobre abusos sexuales. Pretende concienciar a sus audiencias de que, por diversos motivos, «todos somos vulnerables en algunos momentos de nuestra vida o ante determinadas personas». Los agresores saben aprovecharlo. «El problema es que, cuando la víctima es adulta, muchas personas dan por supuesto que puede defenderse por sí misma, y esto no es necesariamente verdad».
Además, Reisinger pide «procesos canónicos transparentes». «En Alemania –asegura–, las cosas están mejorando. Lo que haría falta también ahora es que los laicos en la Iglesia participaran en los procesos legislativos» cuando se trate de regular sobre este tipo de cuestiones, aportando una visión experta sobre los mecanismos de «los procesos de victimización».
Ricardo Benjumea
Imagen: Doris Reisinger, tercera por la derecha,
en una foto de grupo del encuentro de Voice of Faith, del 3 de octubre.
(Foto: Voices of Faith)