La religiosa togolesa Mary Lembo habla de su investigación sobre abusos sexuales de sacerdotes contra religiosas. Al tratarse de víctimas adultas, las denuncias suelen terminar archivadas al presuponerse que se trata de relaciones consentidas.
El cumplido que le dirigió la religiosa Brenda Dolphin no fue el más habitual en un miembro de tribunal de una tesis doctoral: «Muchas gracias en nombre de las consagradas de todo el mundo». Pero tampoco la investigación de la religiosa togolesa Mary Lembo se puede calificar de corriente. De hecho, se trata de la primera tesis sobre abusos sexuales de sacerdotes contra religiosas presentada ante una universidad pontificia, la Gregoriana, donde Lembo colabora con el Centro para la Protección de la Infancia.
Ahora todo son felicitaciones, pero «al principio fue muy difícil», confiesa la religiosa de las Hermanas de Santa Catalina de Alejandría en conversación con Alfa y Omega. «Me encontré con muchas resistencias. Nadie quería hablar conmigo, o solo estaba dispuesto a hacerlo con muchas condiciones: “No hables de esto, no toques este problema…”». Lo más que logró fue a nueve víctimas procedentes de cinco países subsaharianos dispuestas a hablar. «Me dije: aunque querría tener a más, debo seguir adelante con esto».
Psicóloga de formación, Lembo se decidió a estudiar el espinoso asunto de los abusos a religiosas después de haber tratado a numerosas consagradas violadas. Es arriesgado ponerle números a esta lacra, pero los informes que llegaron al Vaticano en los años 90 –difundidos por la revista norteamericana National Catholic Reporter– sugieren que no se trata de problemas aislados ni anecdóticos. Buena parte de la atención de aquellas investigaciones se centró en África. En esos años las religiosas eran vistas como presas «seguras» –no infectadas de sida– para sacerdotes y obispos depredadores. Los informes lanzaron la voz de alarma, advirtiendo de que, mientras a las embarazadas se las obligaba a abortar o se las expulsaba con deshonra de sus comunidades, a los sacerdotes simplemente se les cambiaba de parroquia o se les enviaba a estudiar plácidamente al extranjero. El pasado mes de febrero, el Papa Francisco se refirió abiertamente a estos escándalos en una rueda de prensa a bordo del avión papal –la primera vez que un Pontífice hablaba públicamente sobre el asunto–, aludiendo como ejemplo a una congregación francesa intervenida por la Santa Sede. Roma ha abierto en los últimos meses una investigación a otra congregación chilena, y hay denuncias procedentes de Estados Unidos, Filipinas o Italia, hechos que han llevado a la Unión Internacional de Superioras Generales a pedir en público medidas que, hasta hace poco, reclamaba en reuniones a puerta cerrada
Respeto no es sumisión
A partir de entrevistas en profundidad con las nueve religiosas, la hermana Lembo se propuso analizar qué factores atribuibles a la cultura institucional en la Iglesia intervienen en las agresiones sexuales. «Uno de esos elementos es el respeto, que en sí mismo es un valor, pero a veces se transforma en sumisión, y eso no es sano». En virtud de lo que, a menudo, el Papa ha llamado «clericalismo», las religiosas se someten a la autoridad de obispos y sacerdotes «sin la posibilidad de decirles que no», considera la experta.
Otro elemento de peso es «la dependencia económica» de muchas religiosas y comunidades. «Acaban aceptando que tienen que transigir con el abusador para devolverle lo que han recibido de él», o bien se pliegan para que no se corte una fuente de unos ingresos de los que no es raro que dependa la comunidad o incluso la familia de la propia religiosa, prosigue. En ninguno de estos casos –subraya Lembo– es posible hablar de «consentimiento libre».
De los nueve casos estudiados por la psicoterapeuta, «solo una de las religiosas fue creída y protegida por su comunidad cuando denunció las violaciones. Las otras ocho no fueron creídas, o incluso la comunidad les culpó a ellas. Fue una experiencia muy dura».
¿Qué ocurre después? «Que el agresor se crece y empieza a agredir impunemente al resto de la comunidad, una a una, mientras el resto de religiosas sigue pensando que es un hombre santo. Hasta que les toca a ellas…».
«Por desgracia –abunda– no somos conscientes de estas realidades». En algunas sociedades africanas –argumenta– está muy extendida la violencia sexual contra las mujeres, y esto lleva al obispo que recibe una denuncia a banalizar sus consecuencias, obviando un trauma que habitualmente acompañará a la víctima durante toda su vida.
Uno de los aspectos que más le interesaba estudiar a Mary Lembo son las repercusiones de los abusos en la vida de fe. «Aunque ninguna ha dejado de creer, todas han pasado por dificultades serias», afirma. «Todavía hoy se sienten enfadadas con Dios: cómo pudo pasarles esto a ellas, que dieron su vida por Él; cómo pudo consentir eso…». Las oraciones se han convertido para ellas en «una lucha con Dios; la confesión no es fácil, y la vida comunitaria se ha vuelto a menudo insoportable». No obstante, de las nueve víctimas, solo tres han abandonado la vida religiosa, la última muy recientemente. «Las demás se mantienen, pero con dificultades, gracias a la ayuda de confesores y acompañantes espirituales. La perseverancia no es fácil».
«¿Por qué no lo viste venir?»
Otra de los miembros del tribunal que otorgó la máxima calificación a la tesis de Lembo es la ex directora ejecutiva del Centro de Protección Infantil de la Universidad Gregoriana, Karlijn Demasure. Esta investigación –asegura a este semanario– supone «un paso importante para la prevención» porque «rompe un tabú en la Iglesia» y «contribuye a crear conciencia». No se puede seguir «poniendo en primer lugar la protección de la institución en lugar de la víctima», añade la psicóloga belga, recién nombrada directora del Centro para la Salvaguarda de Menores y Personas Vulnerables en la Universidad de Saint-Paul (Otawa, Canada), mientras continúa en Francia una investigación sobre cómo afectan los abusos a «la imagen de Dios» que tiene la víctima.
Ha llegado, cree, el momento de pasar a la acción. A pesar de que el abuso contra religiosas fue denunciado al Vaticano en los 90, hasta ahora «se ha hecho muy poco». El problema tiene que ver, a su juicio, con la condición de adultas de las víctimas, a las que «es más difícil creer que cuando se trata de un menor, y por tanto a menudo se las revictimiza: “¿Por qué no lo viste venir? ¿Por qué estabas a solas con él?». Hay poca conciencia de que, en estos casos, el consentimiento de un adulto es inválido».
Hablar de clericalismo o de machismo, hace notar Demasure, es referirse en definitiva al «desequilibrio de poder entre la víctima y el agresor», lo cual, sin las medidas de prevención adecuadas, se agrava en ámbitos cerrados como los monasterios o los seminarios. «Piensa en el cardenal McCarrick», dice. «Los candidatos al sacerdocio dependen de quienes tienen el poder de decir sí o no a su ordenación». Lo mismo que les sucede a las religiosas con respecto a los obispos y sacerdotes con el poder de autorizar o no que desarrollen algún tipo de labor pastoral en diócesis, escuelas u hospitales.
Con todo, la dinámica de abuso sexual suele ser mucho más simple, si se tiene en cuenta su fuerte componente espiritual. «Muchas solo tratan con un sacerdote», que puede ser «un director espiritual, lo que les permite conocer todo sobre ellas, mientras ellas apenas saben nada sobre él», explica Demasure. Abrir el alma de manera confiada a la persona equivocada, en otras palabras, puede tener serias consecuencias.
En el lado positivo de la balanza, Karlijn Demasure destaca que, en el motu proprio Vox estis lux mundi, el Papa ha ampliado el concepto de «adulto vulnerable», no solo aplicable ya a personas con algún tipo de discapacidad física o mental, sino también a cualquiera que se encuentre en circunstancias –la confesión, la dirección espiritual, el desequilibrio de poder…– que «limiten su habilidad para entender la ofensa o para tener la suficiente capacidad de resistirse».
Cómo prevenir el abuso
Cuando se produce la agresión, la víctima suele encontrarse ya desarmada. Pero según apunta Mary Lembo, «existen unas dinámicas en el acoso sexual», a menudo desplegadas a lo largo de un proceso gradual de varios años, que «pueden ser identificadas», de modo que, «si una religiosa va siendo empujada a una relación insana con un sacerdote, tenemos que darle las herramientas que le permitan abrir los ojos».
La religiosa togolesa es partidaria de incorporar estos aspectos en la formación de consagradas. «Hay que hablarles claramente sobre la posibilidad de ser abusadas por sacerdotes y obispos, no limitarnos a hablar en términos generales sobre la madurez afectiva y sexual», dice.
El esquema se completa con «normas de comportamiento en nuestras comunidades, para proteger a las religiosas y también a cualquier que acuda a estos lugares». Se trata de «establecer unas fronteras sanas, unos límites claros, que faciliten que nos hablemos y nos tratemos con respeto». Al principio, «algunos piensan que estas normas limitan las relaciones humanas, pero con el tiempo se ve que son altamente beneficiosas, porque protegen a las personan y salvaguardan la dignidad de la vida consagrada y el ministerio sacerdotal».
Ricardo Benjumea
Imagen: Karlijn Demasure, ex directora ejecutiva
del Centro de Protección de Menores de la Gregoriana,
junto a la religiosa Mary Lembo, autora de la primera tesis doctoral sobre abusos sexuales contra religiosas.
(Foto: childprotection.unigre.it)