Cooperativas, empresas de comunión, economía del bien común… El Curso de Doctrina Social de la Iglesia de la Fundación Pablo VI ha presentado diversas alternativas al modelo capitalista depredador hoy dominante.
«La economía de mercado solo sobrevivirá si es capaz de ir más allá de esta forma de capitalismo financiero individualista hacia una economía civil y civilizada». Para la hija de María Auxiliadora Alessandra Smerilli la disyuntiva no es «capitalismo sí o capitalismo no», sino «economía salvaje o economía colaborativa». La religiosa italiana, nombrada en abril por Francisco consejera de Estado de la Comisión Pontificia para el Vaticano, inauguró el 4 de septiembre en Madrid el Curso de Doctrina Social de la Iglesia de la Fundación Pablo VI, que, en su XXVI edición, llevaba por título La economía civil, una economía para las personas.
A lo largo de los dos días de curso el objetivo era presentar modelos alternativos que parten de una concepción de la persona radicalmente distinta a la que promueve la economía neoliberal. El pensamiento económico dominante, el que nace de las teorías de Adam Smith, presupone que el hombre es una especie de depredador que actúa en el mercado persiguiendo su propio interés de forma egoísta e incluso despiadada, un prejuicio que entra en abierta colisión con la antropología católica, pese a lo cual muchos creyentes han terminado aceptando los dogmas neoliberales como verdades científicas incuestionables. La propia Smerilli confesó que la posibilidad de encontrar una tercera vía (entre capitalismo y socialismo) le pareció siempre «un tema fascinante pero un poco utópico». Hasta que conoció diversas iniciativas empresariales que ponen en práctica diferentes modelos englobables bajo el concepto de «economía civil», desde pequeñas cooperativas hasta multinacionales –citó la italiana Olivetti–, incluyendo organismos públicos.
Se trata de un fenómeno en alza que entronca con una tradición que se remonta a los monjes benedictinos y franciscanos en la Edad Media. En el mínimo común múltiplo se encuentra el respeto a los derechos humanos y al medio ambiente en las distintas fases de producción y en la selección de los proveedores. De cara a la gestión interna, hay diversos elementos de transparencia y cauces de participación efectiva de los trabajadores en la toma de decisiones de la empresa. Elementos característicos de estas organizaciones son también los topes salariales para evitar diferencias excesivas entre los sueldos más altos y los más bajos, o la implicación activa para resolver los problemas de la comunidad en la que se realiza la actividad económica.
Para Smerilli, es fundamental el apoyo de los consumidores a este tipo de iniciativas, puesto que cada compra supone «votar con el bolsillo». «Si depositamos dinero en bancos que financian fábricas de armas, somos cómplices de guerras», advirtió. «Y si nuestros bancos financian los juegos de azar, ¿cómo podemos denunciar el flagelo que están originando las apuestas en Italia o en España?».
También cree importante concienciar a la sociedad de que el actual sistema económico, basado en «la explotación a los demás», cuestiona la misma democracia. «El término desigualdad se queda corto», según la experta vaticana; «unas pocas personas que concentran la riqueza están hoy en situación de imponer su voluntad a toda una nación», amenazando el ejercicio de derechos como el acceso a la educación o la sanidad.
Experiencias de economía civil
La economía del bien común, impulsada por el sociólogo y politólogo austríaco Christian Felber, es el modelo de economía civil que más rápidamente se extiende en la actualidad. Hay en el mundo más de 2.000 empresas que se rigen según estos principios, la mayoría en Europa, donde alrededor de 400 se han sometido al llamado Balance del Bien Común, un sistema de certificación externa elaborado por empresarios y expertos centroeuropeos que mide el impacto social y ambiental, junto al nivel de democracia interna en la empresa. Joan Ramon Sanchís, director de la Cátedra de Economía del Bien Común de la Universidad de Valencia (la única que existe hoy en el mundo), destacó que cada vez es más frecuente en Europa que los concursos de la administración pública incluyan cláusulas que favorezcan a este tipo de empresas sociales en reconocimiento a su aportación a la cohesión social. Se trata –dijo– de una forma de discriminación positiva plenamente asentada en las constituciones de los estados, que suelen incluir referencias al «bien común» o al «interés general», principios a los que subordinan la economía.
Prima hermana de este modelo es la Economía de Comunión del Movimiento de los Focolares. Elena Bravo, responsable de la residencia y del centro de día La Miniera de Dos Hermanas (Sevilla), confesó que «nunca había pensado en ser empresaria, pero cuando escuché a Chiara Lubich [fundadora de los Focolares] presentar esta propuesta, vi que para mí era el modo de hacer real mi deseo de vivir la fraternidad en medio del mundo, y me lancé». Uno de los aspectos más llamativos de una empresa de Economía de Comunión, dijo, es la relación con otras empresas, a las que no se mira como competidoras sino como aliadas en un marco de «cooperación» para la prestación de un servicio que beneficia a la comunidad. También destacó que la buena acogida de la labor de La Miniera ha permitido sortear diversas dificultades, por ejemplo la financiación, gracias a «muchos préstamos» de personas y grupos deseosas de colaborar.
Pero de todos los modelos de economía civil, el más conocido y extendido es el de la cooperativa. Y la mayor del mundo se encuentra en España, el grupo Mondragón, iniciado por el sacerdote José María Arizmendiarrieta, en proceso de canonización. Se trata de un emporio industrial que factura unos 12.000 millones de euros al año y emplea a más de 80.000 personas en los cinco continentes, de las que aproximadamente la mitad son propietarias. Integran hoy el grupo alrededor de 100 cooperativas y cerca de 150 sociedades anónimas, según «el espíritu práctico» del fundador, «una persona pragmática» para quien «el ideal era hacer el bien posible, no el que uno sueña», explicó Juan Manuel Sinde, presidente de la Fundación Arizmendiarrieta.
Una de las principales ventajas de las cooperativas, prosiguió, es que fomentan «el compromiso de los trabajadores, algo con lo que sueñan todos los empresarios capitalistas», repitiendo continuamente al personal eslóganes como que «estamos todos en el mismo barco». Pues bien, «en nuestro caso, razonablemente, esta es nuestra diferencia». «El orgullo de pertenencia» es una marca característica de la casa, que se refuerza por medio de diversas actuaciones filantrópicas.
En cuanto a las debilidades éticas, Sinde aludió a que «el igualitarismo puede ahogar la meritocracia». Y reconoció que el trato a los trabajadores por cuenta ajena «a veces no ha sido muy diferente al de empresas convencionales». «Eso de subordinar el capital al trabajo es muy bonito de decir, pero amigo, cuando el capital es nuestro, ya es más complicado». De ahí también el rechazo a admitir a nuevos cooperativistas y a compartir con otros los beneficios del modelo.
Ricardo Benjumea
Imagen: Alessandra Smerelli, durante su intervención
en el XXVI Curso de Doctrina Social de la Iglesia,
de la Fundación Pablo VI, el pasado 4 de septiembre.
(Foto: Fundación Pablo VI)