Observador de la Santa Sede ante la ONU para la Alimentación y la Agricultura.
(ZENIT).- El tema específico del debate: ‘Migración, Agricultura y Desarrollo Rural’, “ofrece la oportunidad de fijar la atención en problemáticas de gran actualidad, cuyos protagonistas no son cifras o meras estadísticas, sino personas marcadas por el dolor y la amargura”, ha concretado Mons. Fernando Chica Arellano en su discurso.
El Observador Permanente de la Santa Sede ante las Organizaciones y Organismos de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, FIDA, PAM) y Jefe de la delegación de la Santa Sede, ha intervenido la mañana del 26 de junio de 2019, en el ámbito de la XLI sesión de la Conferencia de la FAO, en curso del 22 al 29 de junio de 2019 en Roma.
Agricultura, papel crucial
El prelado ha lamentado que cuando faltan alrededor de 10 años para la fecha límite establecida por la Agenda 2030 y sus Objetivos, y contando con que la comunidad internacional se ha comprometido a crear un mundo en el que ya nadie sufra por el hambre, “continuamos constatando un aumento en el número de personas hambrientas en todo el mundo”.
El análisis de las cuestiones relacionadas con el círculo vicioso del hambre, de la migración y de la pobreza “no puede, ante todo, ignorar la centralidad de la agricultura”. Ésta desempeña “un papel crucial en la dinámica del desarrollo sostenible de un país”, constituyendo uno de los principales catalizadores a través de los cuales otras actividades económicas y sociales pueden encontrar un impulso efectivo, ha recordado Chica Arellano.
Crecimiento de los ingresos
Las actividades dirigidas al desarrollo agrícola podrían interpretarse como una contribución para implementar el derecho a permanecer en la propia tierra, –indica el Observador Permanente en la FAO–. Sin embargo, “estudios recientes indican que, en los países de ingresos bajos o medios bajos, el desarrollo y el crecimiento de los ingresos normalmente conduce a un aumento de la emigración y, solo cuando se alcanza un nivel de ingresos medio-alto, los fenómenos migratorios disminuyen”, ha indicado Mons. Chica.
Así, el obispo ha observado que junto a las personas que emigran de un continente a otro, también hay que prestar atención a quienes se desplazan dentro de sus propios países y que en realidad conforman la mayoría de los migrantes a nivel numérico. Se trata de personas que a menudo se trasladan de las zonas rurales a las urbanas.
Si queremos responder adecuadamente a esta problemática –ha advertido el representante de la Santa Sede–, el análisis de las previsiones de incremento demográfico en las próximas décadas y la consiguiente necesidad de aumentar la producción de alimentos nos debe hacer reflexionar sobre la importancia del crecimiento de la fuerza de trabajo en las áreas rurales.
Intervención de Mons. Fernando Chica Arellano
Señor Presidente Enzo Benech,
Excelencias,
Señoras y Señores:
1. Quisiera, en primer lugar, dirigirle a usted, Señor Presidente, mi más sincero agradecimiento por concederme la palabra y, al mismo tiempo, felicitarlo por su elección para dirigir las sesiones de la Conferencia, llamada en particular a pronunciarse sobre los resultados obtenidos por la FAO en el bienio precedente y para formular nuevas propuestas para la acción futura de la Organización, a fin de que sea capaz de responder eficazmente a los desafíos urgentes que afronta el sector agrícola y alimentario.
En esta ocasión, también me gustaría, en mi nombre y en el de la Santa Sede, dar las gracias al Profesor José Graziano da Silva por el esmerado trabajo realizado durante su mandato al frente de la Organización. También deseo saludar con deferencia al Señor Qu Dongyu para que su nombramiento como nuevo Director General se traduzca en un pujante dinamismo que beneficie a la FAO en sus esfuerzos por ayudar fundamentalmente a aquellas poblaciones que sufren por causa del hambre y la malnutrición.
Señor Presidente:
2. El tema específico de este debate general: “Migración, Agricultura y Desarrollo Rural”, ofrece la oportunidad de fijar la atención en problemáticas de gran actualidad, cuyos protagonistas no son cifras o meras estadísticas, sino personas marcadas por el dolor y la amargura. Son seres humanos, como nosotros, pero que se ven obligados a abandonar sus tierras y sus casas para escapar de la pobreza, los conflictos, la persecución, los efectos dañinos del cambio climático y los desastres naturales. Su número está, de hecho, en constante crecimiento. Se marchan no por una libre elección, sino movidos por el desaliento y la desesperación, a menudo dictados por la imposibilidad de tener ese pan cotidiano que es parte integral del derecho fundamental a la vida.
Cuando faltan alrededor de 10 años para la fecha límite establecida por la Agenda 2030 y sus Objetivos, a través de los cuales la comunidad internacional se ha comprometido a crear un mundo en el que ya nadie sufra por el hambre y, después de algunos años caracterizados por datos alentadores, lamentablemente, continuamos constatando un aumento en el número de personas hambrientas en todo el mundo. Se trata de una situación dramática y escandalosa, frente a la cual nuestras conciencias no pueden permanecer insensibles e indiferentes, antes bien es indispensable dejar a un lado la retórica y pasar a la implementación de medidas urgentes, coordinadas y precisas. Al respecto, la Delegación de la Santa Sede no pretende presentar soluciones técnicas, sino más bien ofrecer una orientación que contribuya a impulsar iniciativas eficaces que tengan en cuenta las necesidades de la persona humana, especialmente si esta última se encuentra atenazada por condiciones de vida que menoscaban su dignidad y existencia.
3. El análisis de las cuestiones relacionadas con el círculo vicioso del hambre, de la migración y de la pobreza no puede, ante todo, ignorar la centralidad de la agricultura. Ésta desempeña un papel crucial en la dinámica del desarrollo sostenible de un país, constituyendo uno de los principales catalizadores a través de los cuales otras actividades económicas y sociales pueden encontrar un impulso efectivo. Resulta, por tanto, imprescindible invertir en agricultura sostenible. Evidentemente, debe leerse en esta perspectiva una mayor integración de enfoques agrícolas sostenibles, incluida la agroecología, en las futuras actividades de planificación de la FAO. Al respecto, no es secundario que la Organización continúe trabajando para promover la transformación de las áreas rurales a través de la creación de infraestructuras adecuadas, del uso de tecnología e innovación, de la valoración de los recursos locales y del desarrollo de estrategias que repercutan positivamente sobre las poblaciones.
Las actividades dirigidas al desarrollo agrícola podrían interpretarse como una contribución para implementar el derecho a permanecer en la propia tierra[1], y en el contexto del Artículo 13 del Pacto Mundial para una migración segura, ordenada y regular que afirma que “debemos trabajar juntos para crear condiciones que permitan a las comunidades e individuos vivir en seguridad y dignidad en sus propios países”.
Sin embargo, estudios recientes indican que, en los países de ingresos bajos o medios bajos, el desarrollo y el crecimiento de los ingresos normalmente conduce a un aumento de la emigración y, solo cuando se alcanza un nivel de ingresos medio-alto, los fenómenos migratorios disminuyen[2]. Subrayan también que, antes de que un país alcance la estabilidad que permita a las personas ejercer su derecho a no emigrar, pueden transcurrir incluso décadas[3]. Es importante tener esto muy en cuenta, ante todo, para no sucumbir al error de pensar en el desarrollo simplemente como una herramienta útil para disminuir la migración, cuando en realidad es un derecho innegable de cada ser humano[4]. Esto pone de relieve igualmente que no es posible sustraerse a la obligación de acoger, proteger, promover e integrar [5] a quienes llegan a diario de países en vías de desarrollo buscando una existencia más digna y serena. Sin embargo, los flujos migratorios que tienen un carácter estructural, y de los cuales la FAO muestra haber comprendido su significado y alcance, requieren “la superación de la fase de emergencia para dar espacio a programas que consideren las causas de las migraciones, de los cambios que se producen y de las consecuencias que imprimen rostros nuevos a las sociedades y a los pueblos”[6]. Se trata de evidencias que podrían traducirse, por ejemplo, en la formulación de políticas dirigidas a proteger a los inmigrantes empleados en el sector agroalimentario de muchos países desarrollados y que desempeñan un papel crucial en la cadena de valor empresarial. En este contexto, son preocupantes los testimonios frecuentes y muy numerosos de inmigrantes víctimas de contrataciones ilegales a quienes no se les garantizan los derechos más básicos y fundamentales, viéndose forzados a aceptar condiciones de trabajo realmente inhumanas y que ofenden su dignidad[7]. Casos de explotación y abuso se detectan asimismo en el ámbito de la pesca, incluyendo un número significativo de casos que llegan al nivel de trata de seres humanos. Es un panorama atroz y lacerante que, por desgracia, afecta, en particular, a jóvenes migrantes provenientes de áreas muy pobres del mundo y que se trasladan a otras zonas del planeta por necesidades dictadas por la industria pesquera. A menudo con engaño, los obligan a embarcar en buques donde sufren algunas de las peores y más brutales formas de violación de los derechos humanos, siendo explotados laboralmente de manera inicua y despiadada.
4. Junto a las personas que emigran de un continente a otro, también hay que prestar atención a quienes se desplazan dentro de sus propios países y que en realidad conforman la mayoría de los migrantes a nivel numérico[8]. Se trata de personas que a menudo se trasladan de las zonas rurales a las urbanas. Sin embargo, al carecer de la necesaria preparación o de las habilidades profesionales requeridas en las ciudades se ven constreñidas a permanecer en el círculo vicioso de la pobreza[9]. Es un doloroso fenómeno que afecta especialmente a ingentes multitudes de jóvenes que se sienten cada vez menos atraídos por las actividades agrícolas. Sin embargo, el desarrollo rural no puede prescindir de su valiosa contribución. Si se les ofrecieran los medios adecuados, no solo podrían espolear con pujanza la economía rural sino también favorecer la seguridad alimentaria de las zonas urbanas.
Si queremos responder adecuadamente a esta problemática, el análisis de las previsiones de incremento demográfico en las próximas décadas y la consiguiente necesidad de aumentar la producción de alimentos nos debe hacer reflexionar sobre la importancia del crecimiento de la fuerza de trabajo en las áreas rurales. Al respecto, el Papa Francisco ha resaltado que “el trabajo de los jóvenes en la agricultura, además de combatir el desempleo, puede dar un nuevo vigor a un sector que se está convirtiendo en estratégico para el interés nacional de muchos países”[10].
Se trata de una cuestión esencial para la actividad de la FAO y que puede abordarse favoreciendo políticas dirigidas a desarrollar el espíritu empresarial de los jóvenes en el sector agrícola, por ejemplo, facilitándoles el acceso a la tierra, la protección de los derechos de tenencia de la tierra y su seguridad, así como el acceso al crédito y a los mercados locales. Para ello es importante continuar con la implementación y el fortalecimiento de instrumentos jurídicos como las Directivas voluntarias sobre la gobernanza responsable de la tenencia de la tierra, la pesca y los bosques en el contexto de la seguridad alimentaria nacional y los Principios para la inversión responsable en la agricultura y los sistemas alimentarios. Son herramientas elaboradas para dirigir las inversiones en la agricultura y garantizar la protección de los derechos de quienes trabajan en el sector agroalimentario, siendo igualmente una respuesta eficaz al preocupante fenómeno del acaparamiento de tierras.
Por último, permítanme mencionar a los jóvenes que pertenecen a comunidades indígenas. Con frecuencia se ven forzados a abandonar sus tierras. Es una triste realidad que los lleva a vivir desarraigados de sus orígenes. Dirigiéndose a ellos, el Papa Francisco los exhortaba a ser “valientes frente a los desafíos que les rodean para seguir adelante llenos de esperanza en la construcción de otro mundo posible”. Y los invitaba a volver a las culturas del origen, a “hacerse cargo de las raíces, porque de las raíces viene la fuerza que los va a hacer crecer, florecer y fructificar”[11]. De este modo, el Santo Padre destacaba el vínculo existente entre los orígenes y el crecimiento, entre las raíces y lo que da fruto. Si queremos aplicar esta relación al desarrollo de las áreas rurales, vemos la necesidad de valorar la familia, célula primaria de la sociedad y, más específicamente, las numerosas familias rurales dispersas por todo el mundo. Éstas producen alrededor del 80% de los alimentos a nivel mundial, pero, sin embargo, son las primeras en sufrir a causa de la pobreza y la inseguridad alimentaria. A este respecto, el Decenio de las Naciones Unidas para la Agricultura Familiar, lanzado recientemente y uno de cuyos primeros responsables a la hora de desplegar todas sus pontencialidades es la FAO, es una oportunidad valiosa para promover la formulación de políticas que apoyen y sostengan a las familias rurales, de manera que no pierdan su identidad como transmisoras de valores tan fundamentales como la custodia de los conocimientos tradicionales, el respeto intergeneracional y el fortalecimiento del papel insustituible de la mujer en el sector agrícola y ganadero.
Señor Presidente:
5. A la luz de estas reflexiones, la Delegación de la Santa Sede recuerda la importancia de fomentar una visión de la economía y la sociedad éticamente fundada. Solo de esta manera será posible formular decisiones y emprender acciones en cumplimiento de ese principio de solidaridad que se encuentra en la base de la coexistencia justa y pacífica entre las naciones y, por consiguiente, ofrecer un nuevo vigor al sistema multilateral, cuyo papel es imprescindible para alcanzar un desarrollo sostenible e integral que ponga en el centro a la persona humana. A través de este enfoque, la FAO podrá continuar siendo un punto de referencia para los retos que debe afrontar el sector agroalimentario.
¡Muchas gracias!
ROSA DIE ALCOLEA
(Agricultura © Pixabay)