José Manuel Caamaño ha estado al frente de la organización del congreso de la Universidad de Comillas sobre transhumanismo. Una cuestión, asegura, sobre la que la Iglesia tiene mucho que decir, pero a la que todavía no ha dedicado una reflexión exhaustiva.
¿Por qué al organizar el congreso optaron por invitar a alguno de los principales defensores del transhumanismo?
Nos parecía importante tratar esta cuestión, porque está de mucha actualidad en el ámbito académico y porque en la Iglesia no se ha pensado exhaustivamente sobre ella. Pero no queríamos solo criticarla. En un encuentro académico, lo más adecuado era escuchar a sus representantes para conocer en profundidad lo que dicen, y discutirlo en lo que creamos que debe ser discutido. No podemos aislarnos del que no piensa como nosotros. Este confrontarse hace avanzar el conocimiento. Y ellos hicieron el esfuerzo de estar aquí y escuchar todas las conferencias, la mayoría de las cuales fueron muy críticas.
¿Ha sido fructífero el diálogo?
Cuando invité a los transhumanistas a participar en un congreso en una universidad de la Iglesia, algunos de ellos no quisieron venir. Pero los que aceptaron sabiendo que la Iglesia tiene una visión crítica se han quedado sorprendidos del respeto, del nivel de los ponentes, y de la pluralidad de disciplinas y sensibilidades. Ha habido mucho diálogo, y la relación personal ha sido muy buena. Creo que esto dará frutos de cara al futuro. De hecho, ya nos han propuesto participar en encuentros en diversos lugares.
Los defensores de esta corriente afirman que sus propuestas no son muy diferentes éticamente de prácticas frecuentes entre nosotros. Dicen que no debería escandalizarnos mejorar el rendimiento intelectual porque ya tomamos café para ello; ni modificarnos genéticamente para ser más resistentes a las enfermedades, puesto que ya nos vacunamos. ¿Es realmente solo una cuestión de grados?
Sinceramente yo creo que sí hay un salto cualitativo respecto a cuando para solucionar problemas o mejorar el rendimiento se utilizan instrumentos que no modifican la propia naturaleza o identidad humana. Si hablamos por ejemplo de edición genética sobre la línea germinal, me pregunto: ¿Estaríamos dispuestos a tatuarnos el cuerpo entero si eso se transmitiera a nuestros hijos? Obviamente no es lo mismo, pero es el tipo de cuestiones que obligan a plantearse qué es el ser humano y qué tipo de ser humano queremos.
¿Qué puede aportar la voz de la Iglesia sobre el transhumanismo?
Dos principios que para ella son muy básicos y que aquí están en juego. El primero es el respeto a algo tan fundamental como la dignidad humana, que implica hablar de la existencia de un ser humano que tiene derecho a ser respetado, a no ser manipulado por intereses ajenos. El transhumanismo pone esto en cuestión, porque defiende la posibilidad e incluso el deber moral de modificarlo. Si hablamos de mejoramiento moral, además, este pone en cuestión la libertad. Evidentemente nosotros también queremos que todas las personas sean buenas. Pero hay que ver cómo hacerlo sin recurrir a la manipulación o la instrumentalización de la persona.
Otro tema muy importante es la cuestión de la justicia y la pobreza. El transhumanismo puede dar lugar a problemas que tengan que ver con la desigualdad, y también cuestiona si en vez de invertir en esto no deberíamos más bien satisfacer los deberes actuales que tenemos hacia los pobres.
Este movimiento pone a la sociedad frente al problema de la fragilidad del ser humano. ¿Es realmente algo que combatir?
Desde un punto de vista antropológico, la vulnerabilidad humana es un elemento característico de nuestra propia condición finita. El transhumanismo puede prometer muchas cosas, pero va a ser difícil que dejemos de ser aquello que realmente somos: humanos. Y eso implica que seamos vulnerables.
Los defensores del transhumanismo reconocen que cualquier paso en esa dirección requiere un consenso sobre qué valores lo orientarán. ¿Es esto posible en una sociedad donde ni siquiera se logran acuerdos sobre cuestiones de mucha menor magnitud?
Este pluralismo se suscita siempre en los sistemas democráticos. Pero es verdad que es muy importante buscar al menos un consenso mínimo en torno a valores fundamentales. La Iglesia viene proponiéndolo desde hace tiempo para garantizar una convivencia en paz. Es importante avanzar por ese camino porque hoy las posibilidades de destrucción y de manipulación son enormes, y el transhumanismo también las pone de manifiesto. Y ya se han dado casos en los que ha habido ese consenso. Pienso, por ejemplo, en la edición genética de dos bebés en China. Casi todos los organismos científicos y la gente que se dedica a la edición genética se pronunciaron en contra de lo que se había hecho y del cómo.
En el congreso se sugirió precisamente el problema de lo que puede estar pasando en otros países sin la visión bioética de Occidente.
No estamos prestando la suficiente atención a China, cuando en cinco o diez años va a ser la primera potencia mundial. Allí están pasando cosas tremendas en todos los ámbitos, también en el biotecnológico. Esto va a afectar a muchas cuestiones, y habrá que prestarle atención.
M. M. L.
Imagen: Caamaño (a la derecha) durante la clausura del congreso.
De izquierda a derecha, el nuncio, monseñor Fratini;
el cardenal Osoro; Julio Martínez, SJ, rector de Comillas,
y el cardenal Gianfranco Ravasi.
(Foto: María Martínez López)