El movimiento transhumanista propugna la superación de todas las barreras que se imponen al hombre, hasta alcanzar una nueva especie llamada posthumano. Aunque algunas de sus propuestas parecen ciencia ficción, otras ya empiezan a aplicarse y a suscitar importantes cuestiones éticas.
¿Cuáles son los límites del ser humano? Los transhumanistas responden que ninguno. Que, incluso, se podrá escapar de la muerte. Esta corriente cultural, científica y filosófica sostiene que es posible mejorar las capacidades físicas e intelectuales de la especie mediante técnicas para eliminar todos sus aspectos indeseables, como la enfermedad, el sufrimiento o el envejecimiento. La edición genética, nuevos avances farmacológicos, la fusión de nuestros cuerpos con las máquinas (con el añadido de la inteligencia artificial), y, en último término, la transferencia de la mente a un soporte informático que permita que la persona viva indefinidamente son algunos de los ámbitos de resonancias futuristas en los que se mueve esta corriente. Y que desembocarían en la creación de un nuevo ser: el posthumano.
Lejos de circunscribirse al ámbito de la ciencia ficción, los transhumanistas (y su variante moderada, los enhancers o mejoradores, que defienden el mejoramiento sin llegar al posthumano) han fundado instituciones como el Instituto del Futuro de la Humanidad, de la Universidad de Oxford (con un presupuesto anual de más de un millón de euros), y promueven todo tipo de investigaciones orientadas a alcanzar sus objetivos. Empezando por técnicas aparentemente de menor alcance pero que ya están en marcha y suponen un importante desafío ético, como la selección eugenésica de embriones o su modificación genética. Con el agravante de que recurrir a ellas –propugnan algunos– ya no será una opción como cualquier otra en el futuro, sino que se convertirá en un «deber moral». Y quienes no recurran a ellas para sí mismos o para sus hijos quedarán condenados a la inferioridad.
«Los desafíos son desbordantes y salimos inquietos y preocupados», reconoció Julio Martínez, SJ, rector de la Universidad Pontificia Comillas, al clausurar el 31 de mayo el congreso Transhumanismo. Desafíos antropológicos, éticos, jurídicos y teológicos; una cita en la que transhumanistas como Anders Sandberg, del Instituto del Futuro de la Humanidad, y enhancers como Julian Savulescu, del Centro Uehiro de Oxford para la Ética Práctica, debatieron con científicos, filósofos, juristas y teólogos. Sobre la mesa, cuestiones de calado como cuál es la naturaleza humana y qué intervenciones la cambiarían; si es posible que una máquina alcance una conciencia humana… Y problemas más cercanos, como las implicaciones de que un empresario medique a sus trabajadores para mejorar su rendimiento.
¿Realidad, utopía o ideología?
Una de las primeras preguntas que hay que responder sobre el transhumanismo –subrayó Adela Cortina, profesora de Filosofía Moral de la Universidad de Valencia–, es si sus afirmaciones y predicciones, «que cifran su credibilidad en que dicen basarse en las tecnociencias», tienen de verdad valor científico. «No existe evidencia de que vayan a ser posibles», concluyó, por lo que no son más que utopías que «buscan legitimar una ideología». «Las promesas que hacen, ¿no son un señuelo para conseguir financiación y poder?», se preguntó.
En un incisivo análisis de la mentalidad del transhumanismo, Francesc Torralba, director de la cátedra Ethos de Ética Aplicada de la Universidad Ramón Llull, calificó esta corriente de «un nuevo mesianismo, sin Dios y sin gracia, que emerge de la confianza casi ciega en el poder ilimitado de la tecnología». En palabras del cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, se busca «superar al homo faber transformándolo en homo creator».
Esta «escatología inmanente –continuó Torralba– se construye tecnocráticamente y es un sueño colectivo que permitirá un mundo nuevo, con la resolución de todas las carencias que somos incapaces de resolver. No es extraño que eso ilusione» a muchos. Pero –recordó– el anhelo de reducir nuestra condición finita, vulnerable y contingente «es un sueño imposible» pues –como insistieron varios ponentes– siempre surgirán nuevos límites.
Un interrogante que sobrevoló todo el encuentro fue qué ocurriría con las relaciones y la justicia en una sociedad donde solo una parte de las personas tiene acceso a estas mejoras. Incluso si todos los humanos pudieran dejar atrás sus fragilidades, ¿sería positivo? «No se puede evaluar» la apuesta transhumanista, subrayó Cortina, «sin tener en cuenta si hace más densos los vínculos de reciprocidad, o si únicamente potencia a los individuos», perpetuando las injusticias o creando otras nuevas. Por ello, el cardenal Ravasi pidió responder a la utopía transhumanista con un nuevo modelo de persona «centrado en un absoluto: la dignidad de la persona tomada en su cualidad relacional».
María Martínez López
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