La cultura popular asocia Transilvania con paisajes lúgubres e historias de terror. El culpable es, en gran medida, el escritor irlandés Bram Stoker, que optó por ambientar allí su Drácula. El inspirador de la novela de Stoker, Vlad III Draculea (1431-1476), es un buen reflejo de la accidentada historia de la región. De niño, fue rehén de los otomanos, que solían exigir la entrega de un miembro de cada familia noble bajo su dominio para garantizar su lealtad.
Más adelante, no tuvo buenas relaciones con las ciudades alemanas. Los sajones iniciaron una feroz campaña de desprestigio contra él, acusándole ya en vida, con panfletos publicados por ejemplo en Viena y Núremberg, de prácticas como la de empalar a sus enemigos. A ello se sumó la idea, alentada por sus rivales, de que Vlad, en sus juegos de poder con el rey de Hungría, se había acercado al catolicismo y abandonado la ortodoxia. Hecho que, de acuerdo con el folklore de la región, le convertiría en un alma errante, condenada a acechar eternamente a los vivos. Pero esa es otra historia…
Fernando Jiménez González
(Foto: ABC)