La luz de este cuadro no arroja sombra alguna. No sabemos de dónde proviene esta luminosidad y eso nos admira… O lo sabemos demasiado bien y, por eso, nos maravilla aún más. El Génesis nos cuenta que la luz se hizo el primer día y el sol fue creado el cuarto día. Transcurren así tres jornadas en que brilla en el universo una claridad que no es de este mundo. Tal vez sea la misma que ilumina este cuadro asombroso: la Anunciación de Fra Angelico.
Gracias a la restauración, estas tablas reviven ahora y nos presentan un episodio sobrecogedor: un ángel visita a una joven nazarena virgen. Poca broma con este ángel: es Gabriel, «el que está delante de Dios». A Zacarías lo dejó mudo y sin poder hablar «por no haber creído mis palabras». Esta muchacha «se conturbó» por su saludo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Como en el jardín del Edén, como en la vocación de Abraham –cuyo nombre cambia el mismo Dios– como en la zarza ardiente que atrae a Moisés, el Creador del Mundo y Señor de la Historia, sale al encuentro del ser humano y envía un mensajero: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús».
Aquí se juega la Salvación entera en un instante. María no se niega. Esta chica se entrega a una Voluntad que no puede forzarla. Con todo su poder, con toda su majestad, el Señor depende de esta mujer para redimir al género humano. Ella es libre y libremente acepta. No sabemos qué hubiese sucedido si ella se hubiese opuesto. El Amor puede seducir a su criatura, pero no puede obligarla. Afortunadamente, dijo fiat.
Fran Angelico bebe de la tradición medieval y de la herencia bizantina. Las aureolas doradas de la santidad contrastan con Adán y Eva expulsados del paraíso. Serán rescatados en la Anástasis y el Señor los tomará de la mano y, con ellos, a todos nosotros. Este cuadro contiene, en todo su deslumbrante colorido, el misterio de un Amor que no es de este mundo y el de una confianza que nos salva: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Este cuadro es hijo de un tiempo en que la identificación antigua del Bien, la Verdad y la Belleza resultaba evidente. El arte puede ser una vía para ascender espiritualmente. En Fides et ratio, san Juan Pablo II se dirigía a los filósofos «para que profundicen en las dimensiones de la verdad, del bien y de la belleza, a las que conduce la palabra de Dios». Por este cuadro, por lo que muestra y lo que significa, podemos ascender y, paradójicamente, profundizar en el misterio de la salvación del mundo.
El Prado lo expone estos días. Vayan. Admírenlo. Conmuévanse. Y si Unamuno escribió al Cristo de Velázquez, no ve uno por qué no ha de rezarse el Regina Coeli delante de la Anunciación de Fra Angélico.
Ricardo Ruiz de la Serna @RRdelaSerna
(Foto: Museo del Prado)