El diálogo respetuoso con los no creyentes, iniciado por Pablo VI con la creación de un secretariado en 1965, está dando un paso de gigante desde este martes en Roma con la primera conferencia mundial sobre «Comprender la no creencia», organizada conjuntamente por el Vaticano y la Universidad británica de Kent en la Pontificia Universidad Gregoriana.
A lo largo de tres días, cuarenta profesores universitarios e investigadores de todo el mundo analizarán los resultados del primer gran estudio mundial sobre los no creyentes, liderado por el «Nonreligion and Secularity Research Network» de la Universidad de Kent y financiado por la Templeton Foundation con una beca de 2,3 millones de libras esterlinas.
El estudio, realizado en Estados Unidos, Brasil, Reino Unido, Dinamarca, China y Japón, rompe numerosos esquemas falsos consolidados en los últimos dos siglos.
La figura del «ateo convencido y dogmático» prácticamente no existe
Para empezar, la mayoría de los «no creyentes» –una categoría que incluye tanto a los «ateos» (no creen en un Dios) como a los «agnósticos» (no saben si lo hay) y los que simplemente no se interesan– en cada uno de los seis países creen, en cambio, en uno o varios fenómenos sobrenaturales como la existencia de algún tipo de vida después de la muerte, la influencia de los astros, etcétera.
La segunda constatación es que la gran mayoría de los «no creyentes» se instalan pacífica y respetuosamente en esa categoría, mientras que hay pocos «agnósticos» y pocos «ateos». Y todavía hay menos «ateos agresivos» contra la religión, una actitud trasnochada que persiste solo en ambientes políticos enrarecidos o países con resabios de clericalismo.
Según el estudio, la figura del «ateo convencido y dogmático» prácticamente no existe. La hubo históricamente en las dictaduras comunistas, pero obedecía a un factor político, no intelectual ni religioso.
Los «no creyentes» son muy distintos entre ellos y comparten valores mayoritarios positivos como la dignidad humana, el respeto a la naturaleza, un alto concepto de la familia y de la libertad y el deseo de dar un significado a la vida.
El sociólogo Lois Lee, cofundador del «Nonreligion and Secularity Research Network» de la Universidad de Kent en 2008, afirma que «la imagen tradicional del ateo es, en el mejor de los casos, una simplificación. Y en el peor, una caricatura simplista. Ahora podemos trabajar con un conocimiento real de las diferentes visiones del mundo entre la población atea».
Según el antropólogo Jonathan Lanman, de la Queen’s University Belfast, codirector del estudio, «en un momento en que nuestras sociedades se polarizan cada vez más, es muy interesante y estimulante comprobar que uno de los supuestos grandes fosos humanos entre creyentes y no creyentes puede no ser tan grande después de todo».
En realidad, el foso fue agrandado por los ateísmos «científicos» y las dictaduras comunistas, en los siglos XIX y XX, en conjunción perversa con la intolerancia de sectores extremistas en las grandes religiones.
El Vaticano comenzó a cerrarlo en 1965 cuando Pablo VI creó un Secretariado para el Diálogo con los No Creyentes, incorporado más adelante por Juan Pablo II al Pontificio Consejo de Cultura, que organizaba en la época de Benedicto XVI los llamados «Patios de los gentiles» –al estilo del antiguo templo de Jerusalén– como foros de diálogo muy respetuoso.
Incluso en las plegarias interreligiosas por la paz celebradas en Asís, los tres últimos Papas han invitado a destacados no creyentes para que tomasen la palabra en nombre de los valores humanos.
En nuestros días, una serie de intereses políticos y económicos tienden a impulsar de nuevo el fundamentalismo religioso y las estrategias de conflicto en varios países. Los científicos y el Vaticano, en cambio, continúan cerrando el foso.
Juan Vicente Boo/ABC
(Foto: CNS)