La lista de los derechos humanos está recogida en los 30 artículos que ratificó la Asamblea General de la ONU en 1948, en París. Hoy, en El Paso (Texas), no siento que la Declaración Universal de los Derechos Humanos sea una conquista de la humanidad, sino su gran mentira.
«En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país». Leer esto hace tambalearse mi credibilidad. Ni os podéis imaginar la cantidad de personas del Processing Center que se han desahogado conmigo, mientras esperan inquietos la corte en la que un juez federal decidirá si su historia es creíble o no. Pero cada vez son menos las historias creíbles y más las deportaciones. Terminan resignados a pesar de que saber muy bien que el regreso a su país de origen supone volver al miedo y a la inseguridad. Es cuando constato que su fe es más grande que la mía. «Diosito sabe», me dicen. Y viene a mi memoria la canción que cantábamos en nuestra infancia: «Ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras, tralará…».
Llevamos tiempo escuchando en EE. UU. mentiras sobre la inmigración que, en ocasiones, también son insultos. Como cuando se dijo que «ha venido lo peor de cada país», los bad men: sicarios, proxenetas, ladrones, alcohólicos… Miente que algo queda.
Ir de compras a Ciudad Juárez significa hacer de 3 a 5 horas de fila para poder regresar a El Paso. Eso, siempre y cuando no hayan cerrado el puente fronterizo por los intentos de los migrantes de tomarlo por asalto para cruzar al país de las oportunidades. Estos días, como los centros de detención están colapsados, tuvieron que improvisar una especie de campamento de refugiados debajo del mismísimo puente Santa Fe. Y, como decía uno de los migrantes, en el suelo, con aislantes metalizados, con niños, con dificultades para el aseo…, los días se hacen interminables. Si para un adulto no es fácil aguantar tal situación, imaginaos para un niño. Un niño, eso sí, cargado de derechos como el derecho a la educación, a vivir en familia, al descanso y al esparcimiento, a la vida, a la supervivencia, al desarrollo…
El Papa, en Marruecos, insistía en que la migración es una «herida que clama al cielo», y que nuestra respuesta no puede ser el silencio. «Nadie puede ser indiferente ante este dolor. Los muros y el alarmismo no impedirán que la gente ejerza su legítimo derecho a buscar una vida mejor en otro lugar».
Hay quien piensa que tiene a Dios de su parte pero se opone al Dios misericordioso. Y al tratar de implantar la justicia de Dios en realidad está plantando un muro en la cara del mismo Dios y expulsándolo de su casa. Esa es la triste verdad de quienes, en nombre de Jesús, siguen indiferentes al dolor de tantos hermanos. ¡Qué bello es el mensaje que nos anuncia que hay misericordia y no juicio, que hay compasión y no condena, que hay amnistía y no cárcel!
José Luis Garayoa
Agustino recoleto. Misionero en Texas (EE. UU.)
(Foto: José Luis Garayoa)