Prácticamente desde el momento en el que nacen, los niños empiezan a mostrar sus frustraciones, enfados o decepciones, a través de los gritos, llantos o pataletas, lo que, comúnmente, conocemos como una rabieta de niño pequeño. Esto es, porque en ciertas edades, las emociones y sentimientos son un poco complicadas de controlar. Hay niños, que tienden a enojarse de forma puntual y que son capaces de controlar sus sentimientos perdiendo la calma solamente en momentos ocasionales, sin embargo, otros niños expresan su disconformidad de forma menos controlada.
En estos casos, el papel de los padres y de los adultos que les rodean es fundamental y, aunque nos invada un sentimiento de disgusto o mal estar, debemos entender que para los más pequeños aprender a controlar sus emociones se convierte en un proceso de aprendizaje sobre el auto-control. Saber dirigir estas rabietas es un trabajo difícil, tanto para niños como para padres, y es aquí donde la paciencia de los progenitores tendrá un papel protagonista, para conseguir que estas habilidades puedan desarrollarse con éxito.
Es importante que sepamos, más o menos, interpretar la causa de estos berrinches o rabietas. Digo “más o menos” porque no se trata de una ciencia exacta y es que muchas veces, como humanos, nos equivocamos por el mero hecho de que estos patrones de comportamiento no son fáciles de identificar. En algunas ocasiones, estas rabietas pueden ser el resultado de un retraso en el desarrollo del lenguaje, aunque este sea mínimo, es decir, que nuestro hijo o hija, presente una menor comprensión del lenguaje y no entienda qué es lo que se le está queriendo decir o no consiga expresar sus necesidades de forma más asertiva. Por otro lado, como causa-efecto de una repetición de patrones, es decir, si en alguna ocasión tras una rabieta un niño se vio recompensado, aprende a repetirla porque sabrá que, a través de estas, consigue salirse con la suya, o simplemente, como comentamos al principio, pueden ser causadas por frustraciones, como el propio cansancio.
Podemos considerar cinco claves básicas para poder controlar las rabietas de nuestros pequeños.
1- Es trascendental, en estos momentos la imposición de límites, el conocimiento de las normas, el cumplimento de las reglas básicas del hogar y la complicidad entre ambos los padres. Para la aplicación de estos límites, es básica la objetividad, es decir, marcarlos de una forma concreta con órdenes claras y específicas. Otra forma de limitar a nuestros hijos pero otorgándoles el poder de decisión para que ellos sientan que tienen parte del control, es darle la oportunidad de elegir entre dos opciones, por ejemplo: “Tienes que llevar abrigo, ¿prefieres el marrón o el rojo?” Y por supuesto, la firmeza, que se puede demostrar a través de un tono de voz seguro pero nunca con gritos, y con un gesto facial serio para que sean ellos los que entiendan que este, no es momento de bromear.
2- Es muy importante, ganarse la confianza de nuestros niños, y esto solo es posible a través de la verdad. Decirles la verdad, creará un vínculo difícilmente disoluble entre padres e hijos, pues se sentirán valorados y cercanos a sus referentes paternos.
3- Es fundamental, prestarle la menor atención posible al niño cuando esté enrabietado, incluso ignorarlo. En este momento, nuestro hijo está demandando nuestra atención y aquí nuestro papel será desviarla y lo más eficaz es no hacerles caso para que entienda que esa no es la actitud correcta para conseguir absolutamente nada.
4- Cuando el berrinche se prolonga demasiado tiempo o el niño comienza a tener comportamientos demasiados agresivos, podemos aislarlo en un lugar donde él se sienta seguro, como puede ser su habitación, para que consiga tranquilizarse y, pasados unos minutos, podemos volver a hablar con él, intentando desviar su atención del motivo de su frustración.
5- La última recomendación, sería no castigar al niño por un berrinche, pues como hemos comentado anteriormente, son fruto de un mal estar y de su desconocimiento de ciertos comportamientos. Cuando comience a ceder el llanto, podemos atenuar ese buen comportamiento a través del refuerzo positivo, pero nunca jamás premiándole, pues el niño debe discernir sus malos comportamientos de los correctos.
En conclusión, es normal que los niños sufran este tipo de rabietas cuando son pequeños, forma parte del proceso madurativo y del desarrollo de su autocontrol. Saber encauzarlo es un trabajo en el que la paciencia de los padres es esencial y si la utilizamos conseguiremos muy buenos resultados.
Emma Pérez
Directora del Colegio Europeo de Madrid.