«La religión está al servicio de la vida, no de la muerte»; «el inmigrante no es un extraño, es una imagen de Dios que nadie puede estropear»… Son algunas de las palabras del cardenal Carlos Osoro el viernes pasado durante la última edición del ciclo de cine y testimonios Madrimaná. Varios jóvenes y ancianos se unieron para contar su historia y entablaron el siguiente diálogo con el arzobispo de Madrid, una réplica del encuentro que mantuvo el Papa Francisco durante el último Sínodo.
por J. L. V. D.-M./Carlos González
«Las raíces de la persona las da la familia»
Hemos trabajado en República Dominicana cuatro años con una ONG. Volvimos y no he vuelto a trabajar, pero esto ha conllevado muchos sacrificios. Queremos tener una casa abierta, pero este deseo se ve mermando por la situación económica y por la estrechez de nuestra casa: ¿cómo custodiar este deseo si las circunstancias no acompañan?
María Camarena
35 años, madre de familia numerosa
Cardenal Osoro: La familia cristiana es de una gran belleza. En sí misma, sea pequeña o grande, es un santuario. Es un lugar de una dimensión eucarística, entre los esposos, de los padres hacia los hijos, y viceversa. En una familia se aprende lo mejor de la vida: amar, perdonar, asumir responsabilidades, ayudar, estar abierto a otros para que la casa sea un lugar de descanso… Es verdad que eso pasa por las circunstancias económicas, pero es algo que debe plantearse todo el mundo. Vosotros habéis decidido vivir con más estrecheces en los años en los que los hijos más lo necesitan. Pero el hogar es siempre un santuario donde se comparten alegría y a veces las tristezas. Tenemos que volver a redescubrir lo que era la familia en la Iglesia primitiva, en la que las familias creaban lazos y constituían la comunidad cristiana.
Cada uno de sus miembros está llamado a ser como el Buen Pastor: cada uno debe pastorear a los otros, para ayudarse, cuidarse y quererse. Tenemos que saber disfrutar la belleza de la familia, una familia que se hace Eucaristía en el día a día. A mi modo de ver es la urgencia más grande que tenemos hoy.
Y no solo estamos nosotros: los abuelos son importantes. Hay una historia pasada que conocen los abuelos, y los hijos y los nietos la deben descubrir. Las relaciones entre las generaciones dan raíces a las personas. A veces tenemos muchas relaciones, sobre todo ahora con las redes sociales, pero tenemos pocas raíces. Y las raíces las da la familia.
«No podemos clericalizar la Iglesia»
En mis años como voluntario de Cáritas he visto las dificultades que surgen cuando el sacerdote no acompaña en la tarea. Gracias a Dios he vivido también la orientación y la motivación del sacerdote, acompañando a un grupo de voluntarios que trabajan para la Iglesia. Uno se siente útil y al servicio de la Iglesia. ¿No sería posible mentalizar a los sacerdotes para promover y activar grupos de laicos que den testimonio y lleven el mensaje del Evangelio a toda la sociedad?
José Mascaraque
82 años
C. O.: El acompañamiento es esencial en esta vida, pero no solo el del sacerdote, que es importantísimo, sino también el de laicos que acompañen a otros laicos. No podemos clericalizar la Iglesia. El sacerdote tiene una misión y debe estar disponible siempre, pero hay cantidad de laicos que pueden realizar la labor que me indica. Para que todos los cristianos descubran lugares, realidades y personas a las que llevar una paternidad y el anuncio del Evangelio.
Yo he visto cómo un joven se hace responsable de un niño que no tiene la dedicación de sus padres. He visto a jóvenes visitando durante años a una persona mayor. En Madrid hay 50.000 personas que viven solas. Muchas no tienen ascensor y no tienen la posibilidad de que alguien les haga la compra o las ayude a pasear; y he visto jóvenes que hacen esta opción y acompañan a ancianos hasta su muerte. No os podéis imaginar lo que cambia la vida de un ser humano cuando se siente acompañado y escuchado.
Hago una llamada al voluntariado porque mi vida es para los demás, no para mí mismo. Y eso se tienen que visibilizar en tareas concretas. Los cristianos tenemos que mostrar lo que creemos con obras. Siempre podemos hacer algo. Todos tenemos una misión dentro de la Iglesia. Cada uno tiene que asumir sus responsabilidades. Madrid se transformará de verdad si los jóvenes se atreven a acompañar a un anciano durante toda su vida. Si de verdad nos encontráramos con Cristo, todos seríamos voluntarios.
«Tenemos derecho a pasear por toda la tierra»
Salí de mi ciudad a los 16 años y mi camino hasta llegar a España fue difícil. Estuve cuatro años hasta que logré cruzar en patera, sin saber nadar. Llegué a Vallecas a la casa de una ONG. Enfrente había un campo de fútbol y preguntábamos a los que jugaban si podíamos jugar nosotros también. Empezamos a jugar cada viernes y esos chicos me ayudaron a hacer un curso de jardinería. Esa misma semana me invitaron a la casa de uno de ellos a ver un partido de fútbol y tomar una pizza. Me ayudaron mucho. Cuando llegué no conocía a nadie, y ahora tengo una casa donde vivir y trabajo como jardinero. Y lo más importante: tengo muchos amigos que me acompañan en la vida. He nacido de nuevo y soy muy feliz. He encontrado gente buena y alegre que me ha tratado muy bien, que me preguntan cómo estoy, que se preocupan por mí. Pero también conozco a muchos inmigrantes que no han tenido esta suerte. ¿Qué hace la Iglesia por estas personas?
Thomas Traore
22 años, inmigrante de Burkina Fasso
C. O.: El ser humano tiene el derecho que le ha dado Dios a pasear por toda la tierra. Debemos ser capaces de integrar en nuestra vida a los que llegan. Tú has tenido la gracia de encontrarte con personas que te han integrado en sus vidas y en sus familias, eso es esencial para cualquier persona: encontrar a alguien que te hace un hueco. No podemos hablar de la inmigración en teoría, hay que hablar con hechos. Los cristianos tenemos que hablar con hechos.
Hace poco en una parroquia de Madrid dieron a 15 jóvenes de África la posibilidad de vivir y tener una habitación, de comer juntos, de integrarse con los jóvenes de la parroquia, de jugar al fútbol como tú… La integración no se hace por decretos, sino por un corazón que se siente herido al ver a gente que tiene que huir de su tierra. Si no, estaremos siempre a la defensiva.
Para mí, un inmigrante es una persona que viene de otro lugar y que debe encontrar familia en el lugar donde llega. Y los cristianos no podemos dejar de regalar esto. El inmigrante no es un extraño, es una imagen de Dios que nadie puede estropear. No es políticamente correcto pero no puedo decir otra cosa. Nadie es extraño en este viaje. En esta tierra todos somos hijos de Dios, y todos tienen derecho a pasear por ella.
«Cuando uno experimenta a Dios tiene que entregarlo»
Llevamos 55 años casados y tenemos una vida muy plena y muy cumplida. El Señor nos ha regalado cuatro hijos y once nietos, y esperamos nuestro segundo biznieto. El amor de Dios se ha volcado con nosotros, aun con muchas dificultades: nuestros hijos han tenido varias enfermedades, nuestra casa se quemó entera, en nuestro mismo matrimonio hemos tenido dificultades, pero siempre hemos sido rescatados por Su amor. Por eso, lo que Dios ha hecho por nosotros no lo podemos callar. ¿Qué se puede hacer para que los demás puedan tener el mismo gusto por Cristo que tenemos nosotros, para que conozcan a Alguien que los salva y que les cambia el corazón, que transmite felicidad y alegría?
Pilar Tajada
bisabuela
C. O.: Es verdad que cuando uno experimenta el amor de Dios tiene que entregarlo, y tenemos que recordar lo que nos decía Benedicto XVI: no nos mueve una idea, nos mueve una persona, que es Jesucristo. Es muy bonito ver lo que le pasó a Mateo el día de su vocación: se levantó y llevó a Jesús a su casa. Jesús entra en la casa de un pecador, porque no tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos. Lo que tenemos que hacer los cristianos, fundamentalmente, es entregar este amor del Señor.
En un mundo como el de hoy en el que las ideologías nos mueven y nos enfrentan y a veces rompen las relaciones, tenemos algo que es esencial, que no se puede explicar con una idea, que se muestra con la vida y con los hechos. Si yo he recibido algo, se lo regalo a otro. Es entrar en la vida del otro con la medicina del amor de Dios. Todos tenemos personas concretas que se han hecho cercanas a nosotros y han vivido así, que han experimentado el amor de Dios y nos lo han entregado.
«La religión no puede ser causa de enfrentamiento»
Los terroristas no matan en nombre del islam, sino por sus propios problemas mentales. Nadie puede quitar la vida a otro ser humano por sus creencias. Formalmente yo estoy fuera de la religión cristiana, pero en mi contacto con mis amigos tengo mucho contacto con ella. Antes que las creencias están las personas. ¿Cómo puede la Iglesia católica facilitar los espacios de encuentro para que intercambiemos la vida entre las distintas confesiones religiosas?
Abdelmafoud Lamchakty,
musulmán
C. O.: En el Concilio Vaticano II, la Iglesia afirma que hay que tener relaciones con las demás religiones, y aprender también de ellas. Jesús y María, los seres más excepcionales que hemos conocido los cristianos tenían procedencia judía. Y con todas las demás religiones.
En Madrid, más o menos todos los meses desayuno con judíos y algún musulmán. Porque las religiones aún tienen mucho que decir a la humanidad. Esas relaciones son necesarias y fundamentales. En un mundo que está fracturado y roto, con guerras donde está muriendo gente, la religión no puede ser un elemento de muerte. Porque entonces deja de ser religión. Dios da vida, y por tanto debemos estar en tales relaciones que sean para dar vida a todos. Creencias para dar vida, no muerte. La religión está al servicio de la vida, no de la muerte. Las religiones no deben ser causa de enfrentamiento, ya que eso es negar al Dios en quien creemos, seamos cristianos, musulmanes o judíos.
«Hay cosas que solo pueden enseñar los ancianos»
«En la experiencia de un gran amor, uno puede abrir su casa y vivir su matrimonio como una apertura; uno puede jugar al fútbol y abrirse a los demás; uno puede vivir el voluntariado de un modo activo y verdadero; y también participar en un encuentro humano entre la religión cristiana y la musulmana… Solo este amor nos abre el horizonte y nos empuja a la vida», explica Pedro Jesús Pizarro, Piza, uno de los organizadores del encuentro de Madrimaná.
Para Piza, el diálogo de jóvenes y ancianos con el cardenal Osoro ha sido una respuesta «a la crisis que está experimentando esta sociedad en todos sus ámbitos», una sociedad «enferma en la que el relativismo lo invade todo» y en la que «las personas son tratadas como un lastre».
Ante ello, la labor de los cristianos «no consiste solo en defender ideas por muy justas que sean», sino también «dejar de ser espectadores y convertirnos en protagonistas, dejándonos interpelar por las experiencias que nos llegan de alrededor».
En especial, una de esas experiencias es la que ofrece la vida de los ancianos, como afirma Teresa Ekobo, directora de Madrimaná: «Hay cosas que solo nos pueden enseñar ellos, porque en los mayores se ve una vida cumplida, y tienen un punto de sabiduría mayor: la sabiduría que da la experiencia». Y, con ella, «una paz y una capacidad de amar que son únicas y que no nos podemos perder».
Imagen: El cardenal Osoro y Piza, durante el encuentro
(Foto: Madrimaná)