El Papa llega a Turquía, »tierra que puede favorecer un encuentro de civilizaciones e identificar vías factibles de paz y de auténtico progreso».
El Papa visita el Museo de Santa Sofía y la Mezquita Azul.
Francisco en la Diyanet: La violencia que busca una justificación religiosa merece la más enérgica condena.
Francisco participa en la Divina Liturgia en la Solemnidad de San Andrés, patrono de la Iglesia de Constantinopla.
Oración en el Patriarcado Ecuménico: Hermanos en la esperanza de Jesús resucitado
Misa en la catedral del Espíritu Santo: La Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo cuando no pretende regularlo ni domesticarlo
Francisco denuncia las condiciones degradantes en las que viven muchos refugiados
En el avión con los periodistas
Ciudad del Vaticano, 1 diciembre 2014 (VIS).- Como es habitual en el vuelo de regreso de Estambul a Roma, el Papa Francisco departió con los periodistas que lo acompañaban. Las preguntas tocaron sobre todo los temas de las relaciones entre islam y cristianismo y del ecumenismo. Fue el último acto de su viaje a Turquía en el que pronunció distintos discursos en diferentes lugares:
El Santo Padre afirmó que el Corán es un libro de paz y que no se pueden equiparar Islam y terrorismo pero sería necesario que los líderes musulmanes tanto políticos, como religiosos o académicos condenasen los atentados terroristas para que el pueblo lo escuchase por boca de su líderes. También reveló que en la Mezquita Azul rezó sobre todo por la paz. Refiriéndose más tarde a la llamada »cristianofobia», de contraponer a la »islamofobia» ,subrayó que hoy hay tantos mártires cristianos entre la población de Oriente Medio y mencionó a las poblaciones obligadas a abandonar sus hogares. Es un martirio que toca a las diversas confesiones cristianas y del que nace el ecumenismo de la sangre.
Hablando de Oriente Medio recordó la situación de Siria condenando el tráfico y la venta de armas y reiteró que detrás de las guerras hay siempre problemas políticos, económicos, e intereses comerciales para salvar un sistema que pone en el centro al dios dinero y no a la persona humana. El Papa observó que le parecía estar viviendo una tercera guerra mundial en fragmentos diseminada por todas partes y refirmó su deseo de ir a Iraq aunque en este momento no sería posible porque supondría un problema para las autoridades y para la seguridad. Francisco reveló que consideraba un tema muy importante la apertura de la frontera turco-armenia pero sabía que había problemas geopolíticos que lo hacían difícil e invitó a rezar y a contribuir para que la apertura se hiciera realidad.
El Papa trató en profundidad la cuestión del ecumenismo señalando que era un camino que había que proseguir juntos y poniendo de relieve el ecumenismo espiritual, es decir, rezar, trabajar y hacer obras de caridad juntos. Dijo, además, que con la ortodoxia se va por muy buen camino gracias a los sacramentos y a la sucesión apostólica y que sería fundamental dar respuesta a la cuestión planteada por Juan Pablo II cuando pidió a los ortodoxos que le ayudasen a encontrar una fórmula de primado aceptable también para esas iglesias. Asimismo manifestó su deseo de ir a Moscú para encontrarse con el Patriarca Kyril, pero no ahora por las dificultades en Ucrania. Siempre hablando del ecumenismo recalcó que cuando la Iglesia se mira a sí misma y no a Cristo, cuando cree que ella es la luz y no la portadora de la luz, crea divisiones y por último manifestó el deseo de que los cristianos pudieran celebrar la Pascua en la misma fecha.
Una de las últimas preguntas fue sobre el Sínodo. Francisco hizo hincapié en que el Sínodo es un recorrido, un camino y que no se pueden considerar de forma aislada la opinión de una persona o el borrador de un documento. El Sínodo tampoco es un parlamento sino un espacio protegido donde puede dejar oír su voz el Espíritu.
El Papa llega a Turquía
Ciudad del Vaticano, 28 noviembre 2014 (VIS).-El Papa Francisco ha comenzado esta mañana el sexto viaje apostólico de su pontificado. Su visita a Turquía tiene un carácter esencialmente ecuménico, como lo tuvo el de sus predecesores, ya que ese país ocupa un lugar privilegiado en la geografía de los viajes pontificios desde la época del Delegado Apostólico Angelo Roncalli, al que las autoridades turcas, después de su elección con el nombre de Juan XXIII, definieron como »el primer papa turco de la historia». Turquía fue también la meta del quinto viaje apostólico de Pablo VI (1967) y de alguna forma el corolario de su histórico viaje a Tierra Santa en el que tuvo lugar su histórico abrazo con el Patriarca Ecuménico Atenágoras en Jerusalén. Juan Pablo II continuó la tradición con su cuarto viaje (1979) al igual que Benedicto XVI en 2006.
El Santo Padre que salió del aeropuerto romano de Fiumicino a las 9.00 llegó a la capital turca, Ankara, a las 13.00 (hora local) donde fue recibido por las autoridades civiles y religiosas y desde allí se desplazó en automóvil al mausoleo de Mustafa Kemal Atatürk, fundador y primer presidente de la República Turca, el »Padre de los Turcos» que marcó la ruptura radical del país con su pasado otomano y sentó, en la Constitución de 1937, las bases de un estado laico moderno.
A su llegada el Papa fue recibido por el Comandante del Cuerpo de Guardia y después de subir la escalinata de honor depositó una corona de flores en el monumento donde rezó unos minutos. A continuación fue acompañado a la cercana Torre del Pacto Nacional, que forma parte del complejo monumental, y firmó en el Libro de Oro con estas palabras: »Formulo mis mejores deseos para que Turquía, puente natural entre dos continentes, sea no solamente un cruce de caminos, sino también un lugar de encuentro, de diálogo y de convivencia serena entre los hombres y mujeres de buena voluntad de cualquier cultura, etnia o religión».
Finalizada su visita se trasladó al Palacio Presidencial, »Ak Saray», el Palacio Blanco, inaugurado hace apenas dos meses por el presidente Recep Tayyip Erdogan, que sustituye al histórico Palacio de Cankaya. El presidente Erdogan acogió al Santo Padre y ambos conversaron unos minutos en privado antes de que Francisco pronunciase su primer discurso en tierra turca dirigido a las autoridades reunidas en el Ak Saray.
»Me alegra visitar su país, rico en bellezas naturales y en historia, plagado de huellas de antiguas civilizaciones y puente natural entre dos continentes y entre diferentes expresiones culturales -dijo Francisco- Esta tierra es bien querida por todos los cristianos por haber sido cuna de san Pablo, que fundó aquí diferentes comunidades cristianas; por haberse celebrado en esta tierra los siete primeros concilios de la Iglesia, y por la presencia, cerca de Éfeso, de lo que una venerable tradición considera la »Casa de María», el lugar donde la Madre de Jesús vivió durante unos años, y que es meta de la devoción de tantos peregrinos de todas las partes del mundo, no sólo cristianos, sino también musulmanes.
»Pero las razones de la consideración y el aprecio por Turquía -señaló- no se deben sólo a su pasado, a sus antiguos monumentos, sino también a la vitalidad de su presente, la laboriosidad y generosidad de su pueblo, el papel que desempeña en el concierto de las naciones. Es para mí un motivo de alegría tener la oportunidad de continuar con ustedes un diálogo de amistad, estima y respeto, en la línea emprendida por mis predecesores, el beato Papa Pablo VI, san Juan Pablo II y Benedicto XVI, diálogo preparado y favorecido a su vez por la actuación del entonces Delegado Apostólico, Mons. Angelo Giuseppe Roncalli, después san Juan XXIII, y por el Concilio Vaticano II».
El Papa reiteró la necesidad de un diálogo que »profundice el conocimiento y valore con discernimiento tantas cosas que nos acomunan, permitiéndonos al mismo tiempo considerar con ánimo lúcido y sereno las diferencias, con el fin de aprender también de ellas. Es preciso llevar adelante con paciencia el compromiso de construir una paz sólida, basada en el respeto de los derechos fundamentales y en los deberes que comporta la dignidad del hombre. Por esta vía se pueden superar prejuicios y falsos temores, dejando a su vez espacio para la estima, el encuentro, el desarrollo de las mejores energías en beneficio de todos».
Para ello, »es fundamental que los ciudadanos musulmanes, judíos y cristianos, gocen – tanto en las disposiciones de la ley como en su aplicación efectiva – de los mismos derechos y respeten las mismas obligaciones. De este modo, se reconocerán más fácilmente como hermanos y compañeros de camino, alejándose cada vez más de las incomprensiones y fomentando la colaboración y el entendimiento. La libertad religiosa y la libertad de expresión, efectivamente garantizadas para todos, impulsará el florecimiento de la amistad, convirtiéndose en un signo elocuente de paz».
»El Medio Oriente, Europa, el mundo, esperan este florecer. El Medio Oriente, en particular -constató Francisco- es teatro de guerras fratricidas desde hace demasiados años, que parecen nacer una de otra, como si la única respuesta posible a la guerra y la violencia debiera ser siempre otra guerra y otras de violencias.¿Por cuánto tiempo deberá sufrir aún el Medio Oriente por la falta de paz? No podemos resignarnos a los continuos conflictos, como si no fuera posible cambiar y mejorar la situación. Con la ayuda de Dios, podemos y debemos renovar siempre la audacia de la paz. Esta actitud lleva a utilizar con lealtad, paciencia y determinación todos los medios de negociación, y lograr así los objetivos concretos de la paz y el desarrollo sostenible».
Dirigiéndose al presidente Erdogan, el Papa reafirmó que para llegar a una meta tan alta y urgente, »una aportación importante puede provenir del diálogo interreligioso e intercultural, con el fin de apartar toda forma de fundamentalismo y de terrorismo, que humilla gravemente la dignidad de todos los hombres e instrumentaliza la religión. Es preciso contraponer al fanatismo y al fundamentalismo, a las fobias irracionales que alientan la incomprensión y la discriminación, la solidaridad de todos los creyentes, que tenga como pilares el respeto de la vida humana, de la libertad religiosa – que es libertad de culto y libertad de vivir según la ética religiosa –, el esfuerzo para asegurar todo lo necesario para una vida digna, y el cuidado del medio ambiente natural. De esto tienen necesidad con especial urgencia los pueblos y los Estados del Medio Oriente, para poder »invertir el rumbo» finalmente y llevar adelante un proceso de paz exitoso, mediante el rechazo de la guerra y la violencia, y la búsqueda del diálogo, el derecho y la justicia».
»En efecto, hasta ahora estamos siendo todavía testigos de graves conflictos. En Siria y en Irak, en particular, la violencia terrorista no da indicios de aplacarse. Se constata la violación de las leyes humanitarias más básicas contra los presos y grupos étnicos enteros; ha habido, y sigue habiendo, graves persecuciones contra grupos minoritarios, especialmente – aunque no sólo – los cristianos y los yazidíes: cientos de miles de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares y su patria para poder salvar su vida y permanecer fieles a sus creencias. Turquía, acogiendo generosamente a un gran número de refugiados, está directamente afectada por los efectos de esta dramática situación en sus confines, y la comunidad internacional tiene la obligación moral de ayudarla en la atención a los refugiados. Además de la ayuda humanitaria necesaria, no se puede permanecer en la indiferencia ante lo que ha provocado estas tragedias. Reiterando que es lícito detener al agresor injusto, aunque respetando siempre el derecho internacional, quiero recordar también que no podemos confiar la resolución del problema a la mera respuesta militar. Es necesario un gran esfuerzo común, fundado en la confianza mutua, que haga posible una paz duradera y consienta destinar los recursos, finalmente, no a las armas sino a las verdaderas luchas dignas del hombre: contra el hambre y la enfermedad, en favor del desarrollo sostenible y la salvaguardia de la creación, del rescate de tantas formas de pobreza y marginación, que tampoco faltan en el mundo moderno».
»Turquía, por su historia, por su posición geográfica y por la importancia en la región -finalizó el Papa- tiene una gran responsabilidad: sus decisiones y su ejemplo tienen un significado especial y pueden ser de gran ayuda para favorecer un encuentro de civilizaciones e identificar vías factibles de paz y de auténtico progreso. Que el Altísimo bendiga y proteja Turquía, y la ayude a ser un válido y convencido artífice de la paz».
Visita al Museo de Santa Sofía y la Mezquita Azul
Ciudad del Vaticano, 29 de noviembre 2014 (VIS).-Esta mañana el Papa Francisco se despidió de Ankara para desplazarse en avión a Estambul, la única ciudad en el mundo entre dos continentes, Asia y Europa, en las dos orillas del Bósforo que une el Mar Negro con el Mediterráneo. A su llegada fue acogido por el Gobernador de Estambul y por el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, para después trasladarse en automóvil a la Mezquita Azul o mezquita del Sultan Ahmed.
Construida entre 1609 y 1617 por Ahmed I sobre lo que fue el gran palacio de Constantinopla, la mezquita paso a ser el lugar de culto más importante del imperio otomano. El nombre de »mezquita azul» se deriva de los 21.043 azulejos de cerámica turquesa de las paredes y la cúpula. Las paredes, columnas y arcos están recubiertas de la cerámica de Iznik (la antigua Nínive) con colores que van del azul al verde. Benedicto XVI la visitó durante su viaje a Turquía en 2006. Francisco fue acogido por el Gran Mufti y se detuvo unos momentos en adoración silenciosa. Finalizada la visita el Santo Padre se trasladó al Museo de Santa Sofía, la basílica dedicada a la Divina Sabiduría, Hagia Sophia, construida en el año 360 por el emperador Constancio II sobre un lugar ocupado por templos paganos. Dos incendios, uno en el 404 y otro en el 532 la destruyeron pero el emperador Justiniano emprendió su reconstrucción para hacer de ella »la obra más suntuosa desde la época de la Creación», ordenando a todas las provincias del imperio que suministrasen los mármoles mejores y los materiales más apreciados. Santa Sofía fue así inaugurada por tercera vez en el 537. Durante la conquista de Constantinopla en 1204 es despojada por los cristianos latinos de los adornos más ricos y en 1453, cuando cae en manos de los otomanos, Mehmed II la transforma en mezquita, convirtiéndola en la primera mezquita imperial de Estambul. Durante los tres siglos siguientes el lugar de culto musulmán recibe espléndidos regalos de diversos sultanes hasta que en el Setecientos los mosaicos son cubiertos de cal. En 1847 el sultán Abdulmegid confía a los arquitectos suizos Gaspare y Giuseppe Fossati la tarea de devolver a la luz los mosaicos y de restaurar el edificio. Desde 1935, por voluntad de Ataturk, Santa Sofía es un museo. Los Papas Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI lo visitaron siempre durante sus viajes a Turquía.
El Papa Francisco fue recibido por el director del museo en la Puerta del Emperador que lo acompañó en una visita guiada que duró alrededor de media hora. El Santo Padre firmó en el Libro de Oro de Santa Sofía, primero en griego con la frasse Αγία Σοφία του Θεού (Santa Sabiduría de Dios) y luego en latín »Quam dilecta tabernacula tua Domine» (¡Cuán hermoso es tu santuario, Señor! (Salmo 83). Después de visitar Santa Sofia Francisco fue a la representación pontificia donde le esperaban los miembros de las comunidades católicas (latina, armenia, siria y caldea) de Estambul y donde recibió el saludo del presidente de la Conferencia Episcopal Turca el arzobispo Ruggero Franceschini OFM Cap.
Francisco en la Diyanet
Ciudad del Vaticano, 29 de noviembre 2014 (VIS).-Ayer tarde, después de pronunciar un discurso ante las autoridades turcas en el Palacio Presidencial, el Santo Padre se entrevistó en la misma sede con el primer ministro Ahmet Davutoglu para después trasladarse a la Diyanet, el Departamento para los Asuntos Religiosos, la más alta autoridad islámica suní en Turquía. Si bien sea un Estado laico el 98 % de la población es musulmana, de la cual el 68% suní y el 30% chií. El presidente de la Diyanet es Mehmed Gormez, que acogió al Papa a su llegada y lo acompañó a su despacho donde departieron en privado unos minutos para después bajar juntos a la sala donde los esperaban los los dirigentes políticos y religiosos, musulmanes y cristianos ante los que Francisco pronunció un discurso.
»Es tradición que los Papas, cuando viajan a otros países como parte de su misión, se encuentren también con las autoridades y las comunidades de otras religiones -dijo- Sin esta apertura al encuentro y al diálogo, una visita papal no respondería plenamente a su finalidad, como yo la entiendo, en la línea de mis venerados predecesores. En esta perspectiva, me complace recordar de manera especial el encuentro que tuvo el Papa Benedicto XVI en este mismo lugar, en noviembre de 2006.En efecto, las buenas relaciones y el diálogo entre los dirigentes religiosos tiene gran importancia. Representa un claro mensaje dirigido a las respectivas comunidades para expresar que el respeto mutuo y la amistad son posibles, no obstante las diferencias. Esta amistad, además de ser un valor en sí misma, adquiere especial significado y mayor importancia en tiempos de crisis, como el nuestro, crisis que en algunas zonas del mundo se convierten en auténticos dramas para poblaciones enteras».
»Hay efectivamente guerras que siembran víctimas y destrucción; tensiones y conflictos interétnicos e interreligiosos; hambre y pobreza que afligen a cientos de millones de personas; daños al ambiente natural, al aire, al agua, a la tierra. La situación en el Medio Oriente es verdaderamente trágica, especialmente en Iraq y Siria -reiteró Francisco- Todos sufren las consecuencias de los conflictos y la situación humanitaria es angustiosa. Pienso en tantos niños, en el sufrimiento de muchas madres, en los ancianos, los desplazados y refugiados, en la violencia de todo tipo. Es particularmente preocupante que, sobre todo a causa de un grupo extremista y fundamentalista, enteras comunidades, especialmente – aunque no sólo – cristianas y yazidíes, hayan sufrido y sigan sufriendo violencia inhumana a causa de su identidad étnica y religiosa. Se los ha sacado a la fuerza de sus hogares, tuvieron que abandonar todo para salvar sus vidas y no renegar de la fe. La violencia ha llegado también a edificios sagrados, monumentos, símbolos religiosos y al patrimonio cultural, como queriendo borrar toda huella, toda memoria del otro».
»Como dirigentes religiosos -recordó el Pontífice- tenemos la obligación de denunciar todas las violaciones de la dignidad y de los derechos humanos. La vida humana, don de Dios Creador, tiene un carácter sagrado. Por tanto, la violencia que busca una justificación religiosa merece la más enérgica condena, porque el Todopoderoso es Dios de la vida y de la paz. El mundo espera de todos aquellos que dicen adorarlo, que sean hombres y mujeres de paz, capaces de vivir como hermanos y hermanas, no obstante la diversidad étnica, religiosa, cultural o ideológica».
Pero a la denuncia debe seguir »el trabajo común para encontrar soluciones adecuadas. Esto requiere la colaboración de todas las partes: gobiernos, dirigentes políticos y religiosos, representantes de la sociedad civil y todos los hombres y mujeres de buena voluntad. En particular, los responsables de las comunidades religiosas pueden ofrecer la valiosa contribución de los valores que hay en sus respectivas tradiciones. Nosotros, los musulmanes y los cristianos, somos depositarios de inestimables riquezas espirituales, entre las cuales reconocemos elementos de coincidencia, aunque vividos según las propias tradiciones: la adoración de Dios misericordioso, la referencia al patriarca Abraham, la oración, la limosna, el ayuno… elementos que, vividos de modo sincero, pueden transformar la vida y dar una base segura a la dignidad y la fraternidad de los hombres. Reconocer y desarrollar esto que nos acomuna espiritualmente – mediante el diálogo interreligioso – nos ayuda también a promover y defender en la sociedad los valores morales, la paz y la libertad. El común reconocimiento de la sacralidad de la persona humana sustenta la compasión, la solidaridad y la ayuda efectiva a los que más sufren. A este propósito, quisiera expresar mi aprecio por todo lo que el pueblo turco, los musulmanes y los cristianos, están haciendo en favor de los cientos de miles de personas que huyen de sus países a causa de los conflictos. Hay dos millones. Y esto es un ejemplo concreto de cómo trabajar juntos para servir a los demás, un ejemplo que se ha de alentar y apoyar».
Francisco expresó a este propósito su satisfacción por las buenas relaciones y la colaboración entre la Diyanet y el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso y manifestó el deseo de que continuasen y se consolidasen, »por el bien de todos, porque toda iniciativa de diálogo auténtico es signo de esperanza para un mundo tan necesitado de paz, seguridad y prosperidad».
Al final dio de nuevo las gracias al presidente de la Diyanet y a sus colaboradores por el encuentro y a todos los presentes por las oraciones que ofrecieran por él. »Por mi parte- afirmó- les aseguro que yo rogaré igualmente por ustedes. Que el Señor nos bendiga a todos». Una vez finalizado el acto, el Papa se trasladó a la nunciatura apostólica donde pernoctó.
Divina Liturgia en la Solemnidad de San Andrés
Ciudad del Vaticano, 30 noviembre 2014 (VIS).-La última jornada del Papa Francisco en Turquía se abrió con el encuentro, a primera hora de la mañana en la Representación Pontificia de Estambul, con el Gran Rabino de Turquía Isaak Haleva. La comunidad judía en Turquía, alrededor de veinticinco mil personas, es la segunda numéricamente en un país islámico después de Irán. El asentamiento más consistente de los judíos en Turquía se remonta al período de la Inquisición española (1492) y al principio del siglo XIX eran cien mil, pero el número, debido a la emigración sobre todo a América e Israel, ha disminuido drásticamente. También el Papa Benedicto XVI encontró al Gran rabino durante su viaje a Turquía en 2006.
Finalizado el encuentro el Santo Padre se trasladó al Patriarcado Ecuménico para participar en la Divina Liturgia celebrada en la iglesia de San Jorge que custodia las reliquias de algunas de las santas más veneradas de la antigua Constantinopla como Eufemia de Calcedonia y, desde la fiesta de San Andrés (30 de noviembre) de 2004, las de San Gregorio el Teólogo y San Juan Crisóstomo entregadas por Juan Pablo II al Patriarca Bartolomé.
Al final de la celebración y después de escuchar al Patriarca, Francisco pronunció un discurso recordando que como arzobispo de Buenos Aires, había participado muchas veces en la Divina Liturgia de las comunidades ortodoxas de aquella ciudad; »pero encontrarme hoy en esta Iglesia Patriarcal de San Jorge para la celebración del santo Apóstol Andrés – afirmó- el primero de los llamados, Patrón del Patriarcado Ecuménico y hermano de san Pedro, es realmente una gracia singular que el Señor me concede».
»Encontrarnos, mirar el rostro el uno del otro, intercambiar el abrazo de paz, orar unos por otros -prosiguió- son dimensiones esenciales de ese camino hacia el restablecimiento de la plena comunión a la que tendemos. Todo esto precede y acompaña constantemente esa otra dimensión esencial de dicho camino, que es el diálogo teológico. Un verdadero diálogo es siempre un encuentro entre personas con un nombre, un rostro, una historia, y no sólo un intercambio de ideas».
»Esto vale sobre todo para los cristianos -observó el Pontífice- porque para nosotros la verdad es la persona de Jesucristo. El ejemplo de san Andrés que, junto con otro discípulo, aceptó la invitación del Divino Maestro: »Venid y veréis», y »se quedaron con él aquel día» nos muestra claramente que la vida cristiana es una experiencia personal, un encuentro transformador con Aquel que nos ama y que nos quiere salvar. También el anuncio cristiano se propaga gracias a personas que, enamoradas de Cristo, no pueden dejar de transmitir la alegría de ser amadas y salvadas. Una vez más, el ejemplo del Apóstol Andrés es esclarecedor. Él, después de seguir a Jesús hasta donde habitaba y haberse quedado con él, »encontró primero a su hermano Simón y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías” (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús». Por tanto, está claro que tampoco el diálogo entre cristianos puede sustraerse a esta lógica del encuentro personal».
Así pues, »no es casualidad que el camino de la reconciliación y de paz entre católicos y ortodoxos haya sido de alguna manera inaugurado por un encuentro, por un abrazo entre nuestros venerados predecesores, el Patriarca Ecuménico Atenágoras y el Papa Pablo VI, hace cincuenta años en Jerusalén, un acontecimiento que Vuestra Santidad y yo hemos querido conmemorar encontrándonos de nuevo en la ciudad donde el Señor Jesucristo murió y resucitó».
»Por una feliz coincidencia, esta visita tiene lugar unos días después de la celebración del quincuagésimo aniversario de la promulgación del Decreto del Concilio Vaticano II sobre la búsqueda de la unidad de todos los cristianos, Unitatis redintegratio. Es un documento fundamental con el que se ha abierto un nuevo camino para el encuentro entre los católicos y los hermanos de otras Iglesias y Comunidades eclesiales. Con aquel Decreto, la Iglesia Católica reconoce en particular que las Iglesias ortodoxas »tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún con nosotros con vínculo estrechísimo». En consecuencia, se afirma que, para preservar fielmente la plenitud de la tradición cristiana, y para llevar a término la reconciliación de los cristianos de Oriente y de Occidente, es de suma importancia conservar y sostener el riquísimo patrimonio de las Iglesias de Oriente, no sólo por lo que se refiere a las tradiciones litúrgicas y espirituales, sino también a las disciplinas canónicas, sancionadas por los Santos Padres y los concilios, que regulan la vida de estas Iglesias».
El Papa insistió en la necesidad de reiterar el respeto de este principio »como condición esencial y recíproca para el restablecimiento de la plena comunión, que no significa ni sumisión del uno al otro, ni absorción, sino más bien la aceptación de todos los dones que Dios ha dado a cada uno, para manifestar a todo el mundo el gran misterio de la salvación llevada a cabo por Cristo, el Señor, por medio del Espíritu Santo. Quiero asegurar a cada uno de vosotros -reiteró- que, para alcanzar el anhelado objetivo de la plena unidad, la Iglesia Católica no pretende imponer ninguna exigencia, salvo la profesión de fe común, y que estamos dispuestos a buscar juntos, a la luz de la enseñanza de la Escritura y la experiencia del primer milenio, las modalidades con las que se garantice la necesaria unidad de la Iglesia en las actuales circunstancias: lo único que la Iglesia Católica desea, y que yo busco como Obispo de Roma, »la Iglesia que preside en la caridad», es la comunión con las Iglesias ortodoxas. Dicha comunión será siempre fruto del amor »que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado» amor fraterno que muestra el lazo trascendente y espiritual que nos une como discípulos del Señor».
En el mundo de hoy se alzan con ímpetu voces »que no podemos dejar de oír, y que piden a nuestras Iglesias vivir plenamente el ser discípulos del Señor Jesucristo. La primera de estas voces es la de los pobres. En el mundo hay demasiadas mujeres y demasiados hombres que sufren por grave malnutrición, por el creciente desempleo, por el alto porcentaje de jóvenes sin trabajo y por el aumento de la exclusión social, que puede conducir a comportamientos delictivos e incluso al reclutamiento de terroristas. No podemos permanecer indiferentes ante las voces de estos hermanos y hermanas. Ellos no sólo nos piden que les demos ayuda material, necesaria en muchas circunstancias, sino, sobre todo, que les apoyemos para defender su propia dignidad de seres humanos, para que puedan encontrar las energías espirituales para recuperarse y volver a ser protagonistas de su historia. Nos piden también que luchemos, a la luz del Evangelio, contra las causas estructurales de la pobreza: la desigualdad, la falta de un trabajo digno, de tierra y de casa, la negación de los derechos sociales y laborales. Como cristianos, estamos llamados a vencer juntos a la globalización de la indiferencia, que hoy parece tener la supremacía, y a construir una nueva civilización del amor y de la solidaridad».
Una segunda voz »que clama con vehemencia es la de las víctimas de los conflictos en muchas partes del mundo. Esta voz la oímos resonar muy bien desde aquí, porque algunos países vecinos están sufriendo una guerra atroz e inhumana. Pienso con profundo dolor en las tantas víctimas del inhumano e insensato atentado que en estos días han sufrido los fieles musulmanes que rezaban en la mezquita de Kano, en Nigeria. Turbar la paz de un pueblo, cometer o consentir cualquier tipo de violencia, especialmente sobre los más débiles e indefensos, es un grave pecado contra Dios, porque significa no respetar la imagen de Dios que hay en el hombre. La voz de las víctimas de los conflictos nos impulsa a avanzar diligentemente por el camino de reconciliación y comunión entre católicos y ortodoxos. Por lo demás, ¿cómo podemos anunciar de modo creíble el evangelio de paz que viene de Cristo, si entre nosotros continúa habiendo rivalidades y contiendas?».
Una tercera voz que nos interpela es la de los jóvenes. »Hoy, por desgracia, hay muchos jóvenes que viven sin esperanza, vencidos por la desconfianza y la resignación. Muchos jóvenes, además, influenciados por la cultura dominante, buscan la felicidad sólo en poseer bienes materiales y en la satisfacción de las emociones del momento. Las nuevas generaciones nunca podrán alcanzar la verdadera sabiduría y mantener viva la esperanza, si nosotros no somos capaces de valorar y transmitir el auténtico humanismo, que brota del Evangelio y la experiencia milenaria de la Iglesia. Son precisamente los jóvenes – pienso por ejemplo en la multitud de jóvenes ortodoxos, católicos y protestantes que se reúnen en los encuentros internacionales organizados por la Comunidad de Taizé –son ellos los que hoy nos instan a avanzar hacia la plena comunión. Y esto, no porque ignoren el significado de las diferencias que aún nos separan, sino porque saben ver más allá, son capaces de percibir lo esencial que ya nos une».
Francisco finalizó dirigiéndose a Bartolomé I, llamándole »mi muy querido hermano». »Estamos ya en el camino hacia la plena comunión y podemos vivir ya signos elocuentes de una unidad real -aseveró- aunque todavía parcial. Esto nos reconforta y nos impulsa a proseguir por esta senda. Estamos seguros de que a lo largo de este camino contaremos con el apoyo de la intercesión del Apóstol Andrés y de su hermano Pedro, considerados por la tradición como fundadores de las Iglesias de Constantinopla y de Roma. Pidamos a Dios el gran don de la plena unidad y la capacidad de acogerlo en nuestras vidas. Y nunca olvidemos de rezar unos por otros».
Oración en el Patriarcado Ecuménico
Ciudad del Vaticano, 30 de noviembre (VIS).-Después de celebrar la santa misa en la catedral del Espíritu Santo, Francisco se desplazó a media tarde a la sede del Patriarcado Ecuménico en el Phanar, el centro mundial de la Ortodoxia.
La Iglesia Ortodoxa cuenta con unos 300 millones de fieles, presentes sobre todo en Europa Oriental y septentrional, a lo largo de las costas del nordeste del Mediterráneo y en Oriente Medio. Consta de diversas Iglesias Patriarcales que mantiene su autonomía, si bien estén unidas entre sí en espíritu de fe. El Patriarcado Ecuménico es el »primus inter pares», con respecto a los otros patriarcados de la Ortodoxia y el primado de Constantinopla encarna canónicamente la la unidad de la Ortodoxia y coordina sus actividades. Su jurisdicción eclesiástica comprende, además de Estambul, cuatro diócesis turcas, el Monte Athos, Creta, Patmos y las islas del Dodecaneso y, como consecuencia de diversas emigraciones, diócesis en Europa Central y Occidental, en las Américas, en Pakistán y Japón. Por ultimo es el punto de referencia para los ortodoxos de todo el mundo en los territorios no sujetos a la jurisdicción directa de los otros patriarcados ortodoxos. Su sede estuvo durante siglos al lado de la catedral de Santa Sofía. Tras la caída de Constantinopla en el 1453, se trasladó y desde 1601 se encuentra en el barrio de Fanar. El Patriarca Ecuménico es Su Santidad Bartolomé I cuyo compromiso en favor de la cooperación inter-ortodoxa y del diálogo ecuménico es muy conocido, como lo es también su interés por la defensa del medio ambiente, hasta el punto de haberle valido el nombre de »Patriarca verde».
El Papa fue recibido por el Patriarca en la iglesia de San Jorge donde tuvo lugar una oración ecuménica en la que ambos rezaron por la unidad de las Santas Iglesias de Dios. Tras escuchar el discurso de Bartolomé I, tomó la palabra Francisco:
‘El atardecer – dijo- trae siempre un doble sentimiento, el de gratitud por el día vivido y el de la ansiada confianza ante el caer de la noche. Esta tarde mí corazón está colmado de gratitud a Dios, que me ha concedido estar aquí para rezar junto con Vuestra Santidad y con esta Iglesia hermana, al término de una intensa jornada de visita apostólica; y, al mismo tiempo, mi corazón está a la espera del día que litúrgicamente hemos comenzado: la fiesta de San Andrés Apóstol, que es el Patrono y fundador de esta Iglesia. En esta oración vespertina, a través de las palabras del profeta Zacarías, el Señor nos ha dado una vez más el fundamento que está a la base de nuestro avanzar entre un hoy y un mañana, la roca firme sobre la que podemos mover juntos nuestros pasos con alegría y esperanza; este fundamento rocoso es la promesa del Señor: »Aquí estoy yo para salvar a mi pueblo de Oriente a Occidente… en fidelidad y justicia».
«Sí, venerado y querido Hermano Bartolomé, mientras expreso mi sentido »gracias» por su acogida fraterna, siento que nuestra alegría es más grande porque la fuente está más allá; no está en nosotros, no en nuestro compromiso y en nuestros esfuerzos, que también deben hacerse, sino en la común confianza en la fidelidad de Dios, que pone el fundamento para la reconstrucción de su templo que es la Iglesia. »¡He aquí la semilla de la paz!»; ¡he aquí la semilla de la alegría! Esa paz y esa alegría que el mundo no puede dar, pero que el Señor Jesús ha prometido a sus discípulos, y se la ha entregado como Resucitado, en el poder del Espíritu Santo».
»Andrés y Pedro han escuchado esta promesa, han recibido este don. Eran hermanos de sangre, pero el encuentro con Cristo los ha transformado en hermanos en la fe y en la caridad. Y en esta tarde gozosa, en esta vigilia de oración, quisiera decir sobre todo: hermanos en la esperanza. Y la esperanza no defrauda. Qué gracia, Santidad, poder ser hermanos en la esperanza del Señor Resucitado. Qué gracia – y qué responsabilidad – poder caminar juntos en esta esperanza, sostenidos por la intercesión de los santos hermanos, los Apóstoles Andrés y Pedro. Y saber que esta esperanza común no defrauda, porque no se funda en nosotros y nuestras pobres fuerzas, sino en la fidelidad de Dios».
«‘Con esta esperanza gozosa, llena de gratitud y anhelante espera, expreso a Vuestra Santidad, a todos los presentes y a la Iglesia de Constantinopla mis mejores deseos, cordiales y fraternos, en la fiesta del santo Patrón. Y le pido un favor: Me bendiga y bendiga la Iglesia de Roma».
Acabado el discurso, Francisco y Bartolomé I rezaron juntos el Padrenuestro en latín e impartieron la bendición, el Papa en latín y el Patriarca en griego y tras dejar la iglesia se retiraron al segundo piso del Fanar para departir en privado.
Misa en la catedral del Espíritu Santo
Ciudad del Vaticano, 30 de noviembre 2014(VIS).-A primera hora de la tarde de ayer el Papa Francisco se desplazó a la catedral latina del Espíritu Santo, abierta al culto en 1846 y en cuyo patio se encuentra una estatua de Benedicto XV, erigida por los turcos en 1919, todavía en vida del Papa, para agradecerle su compromiso en favor de la víctimas turcas de la Primera Guerra Mundial, que lleva la frase: »Al gran Pontífice de la tragedia mundial, Benedicto XV, benefactor de los pueblos sin distinción de nacionalidad o religión, en señal de agradecimiento, el Oriente». Durante su pontificado tuvieron lugar en el Imperio Otomano las masacres de cristianos armenios y Benedicto XV utilizó todos los medios de que disponía: la palabra, la ayuda humanitaria y la actividad diplomática.
El Papa Francisco celebró allí una misa de carácter inter-ritual con oraciones en armenio, turco, arameo (rito caldeo), sirio-turco, italiano, francés, inglés y español, en la que estuvieron presentes el Patriarca Ecuménico Bartolomé I; el Patriarca Siro Católico Ignacio III Youna, el Vicario patriarcal armenio apostólico de Estambul, arzobispo Aram Ateshian, el Metropolitano siro-ortodoxo de Estambul Filuksinos Yusf Cetin y otros representantes de varias confesiones evangélicas.
»En el Evangelio -explicó el Santo Padre en la homilía- Jesús se presenta al hombre sediento de salvación como la fuente a la que acudir, la roca de la que el Padre hace surgir ríos de agua viva para todos los que creen en él Con esta profecía, proclamada públicamente en Jerusalén, Jesús anuncia el don del Espíritu Santo que recibirán sus discípulos después de su glorificación, es decir, su muerte y resurrección El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Él da la vida, suscita los diferentes carismas que enriquecen al Pueblo de Dios y, sobre todo, crea la unidad entre los creyentes: de muchos, hace un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo. Toda la vida y la misión de la Iglesia dependen del Espíritu Santo; él realiza todas las cosas».
La misma profesión de fe, como nos recuerda san Pablo en la primera Lectura de hoy, »sólo es posible porque es sugerida por el Espíritu Santo: »Nadie puede decir: “¡Jesús es el Señor!”, sino por el Espíritu Santo» Cuando rezamos, es porque el Espíritu Santo inspira en nosotros la oración en el corazón. Cuando rompemos el cerco de nuestro egoísmo, salimos de nosotros mismos y nos acercamos a los demás para encontrarlos, escucharlos, ayudarlos, es el Espíritu de Dios que nos ha impulsado. Cuando descubrimos en nosotros una extraña capacidad de perdonar, de amar a quien no nos quiere, es el Espíritu el que nos ha impregnado. Cuando vamos más allá de las palabras de conveniencia y nos dirigimos a los hermanos con esa ternura que hace arder el corazón, hemos sido sin duda tocados por el Espíritu Santo».
»Es verdad -aseveró el Pontífice- el Espíritu Santo suscita los diferentes carismas en la Iglesia; en apariencia, esto parece crear desorden, pero en realidad, bajo su guía, es una inmensa riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad. Sólo el Espíritu Santo puede suscitar la diversidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, producir la unidad. Cuando somos nosotros quienes deseamos crear la diversidad, y nos encerramos en nuestros particularismos y exclusivismos, provocamos la división; y cuando queremos hacer la unidad según nuestros planes humanos, terminamos implantando la uniformidad y la homogeneidad. Por el contrario, si nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca crean conflicto, porque él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia».
Los diversos miembros y carismas »tienen su principio armonizador en el Espíritu de Cristo, que el Padre ha enviado y sigue enviando, para edificar la unidad entre los creyentes. El Espíritu Santo hace la unidad de la Iglesia: unidad en la fe, unidad en la caridad, unidad en la cohesión interior. La Iglesia y las Iglesias están llamadas a dejarse guiar por el Espíritu Santo, adoptando una actitud de apertura, docilidad y obediencia.Es él el que armoniza la Iglesia. Me viene a la mente aquella bella palabra de san Basilio, el Grande: »Ipse harmonia est», él mismo es la armonía».
‘Es una visión de esperanza, pero al mismo tiempo fatigosa -constató Francisco- pues siempre tenemos la tentación de poner resistencia al Espíritu Santo, porque trastorna, porque remueve, hace caminar, impulsa a la Iglesia a seguir adelante. Y siempre es más fácil y cómodo instalarse en las propias posiciones estáticas e inamovibles. En realidad, la Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo en la medida en que no pretende regularlo ni domesticarlo. Y también la Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo cuando deja de lado la tentación de mirarse a sí misma.Y nosotros, los cristianos, nos convertimos en auténticos discípulos misioneros, capaces de interpelar las conciencias, si abandonamos un estilo defensivo para dejarnos conducir por el Espíritu. Él es frescura, fantasía, novedad».
Así, nuestras defensas pueden manifestarse »en una confianza excesiva en nuestras ideas, nuestras fuerzas – pero así se deriva hacia el pelagianismo –, o en una actitud de ambición y vanidad. Estos mecanismos de defensa nos impiden comprender verdaderamente a los demás y estar abiertos a un diálogo sincero con ellos. Pero la Iglesia que surge en Pentecostés recibe en custodia el fuego del Espíritu Santo, que no llena tanto la mente de ideas, sino que hace arder el corazón; es investida por el viento del Espíritu que no transmite un poder, sino que dispone para un servicio de amor, un lenguaje que todos pueden entender. En nuestro camino de fe y de vida fraterna, cuanto más nos dejemos guiar con humildad por el Espíritu del Señor, tanto mejor superaremos las incomprensiones, las divisiones y las controversias, y seremos signo creíble de unidad y de paz. Signo creíble de que Nuestro Señor ha resucitado, está vivo».
El Papa abrazó »con esta gozosa certeza» a todos los participantes en la misa y expresó su reconocimiento por el »gesto fraterno» de los representantes protestantes que rezaron con los fieles católicos. También saludó al Patriarca Armenio Apostólico, Mesrob II, que no pudo asistir a la celebración.
«Hermanos y hermanas -finalizó- dirijámonos a la Virgen María, la Santa Madre de Dios. Junto a ella, que oraba en el cenáculo con los Apóstoles en espera de Pentecostés, roguemos al Señor para que envíe su Santo Espíritu a nuestros corazones y nos haga testigos de su Evangelio en todo el mundo».
Denuncia las condiciones degradantes en las que viven muchos refugiados
Ciudad del Vaticano, 30 noviembre 2014 (VIS).-Francisco quiso acabar su última jornada en Turquía encontrando a un centenar de jóvenes prófugos y refugiados, cristianos y musulmanes, procedentes en su mayor parte de Iraq y Siria, pero también de otros países de Oriente Medio y Africa a los que asiste desde hace tiempo la comunidad salesiana de Estambul. El encuentro tuvo lugar en la catedral del Espíritu Santo.
«Quiero expresar mi participación en su sufrimiento y espero que mi visita, con la gracia del Señor, pueda darles un poco de consuelo en su difícil situación -dijo el Papa- Esta es la triste consecuencia de conflictos exasperados y de la guerra, que siempre es un mal y nunca es la solución de los problemas, sino que más bien crea otros».
Después recalcó las difíciles condiciones de vida de los prófugos y la carencia a veces durante mucho tiempo, »de los bienes primarios: vivienda digna, asistencia sanitaria, educación, trabajo» así como todo lo que han tenido que abandonar: »no sólo bienes materiales, sino, principalmente, la libertad, la cercanía de los familiares, su entorno de vida y las tradiciones culturales». »Las condiciones degradantes en las que muchos refugiados tienen que vivir son intolerables -exclamó- Por eso es preciso hacer todo esfuerzo para eliminar las causas de esta realidad. Hago un llamamiento para una mayor convergencia internacional para resolver los conflictos que ensangrientan sus tierras de origen, para contrarrestar las otras causas que obligan a las personas a abandonar su patria y promover las condiciones que les permitan quedarse o retornar. Aliento a todos los que están trabajando generosa y lealmente por la justicia y la paz a no desanimarse. Me dirijo a los líderes políticos para que tengan en cuenta que la gran mayoría de sus poblaciones aspiran a la paz, aunque a veces ya no tienen la fuerza ni la voz para pedirla».
No olvido Francisco la labor de muchas organizaciones en favor de los refugiados entre las que se encuentran numerosos grupos católicos, »que ofrecen ayuda generosa a tantas personas necesitadas sin discriminación alguna» y expresó su vivo reconocimiento a las autoridades turcas por »el gran esfuerzo realizado en la asistencia a los desplazados, especialmente los refugiados sirios e iraquíes, y por el compromiso real de intentar satisfacer sus exigencias. Espero también que no falte el apoyo necesario de la comunidad internacional».
El Santo Padre alentó a los jóvenes refugiados a no desanimarse.»Es fácil decirlo…pero hagan un esfuerzo para no desanimarse. Con la ayuda de Dios sigan esperando en un futuro mejor, a pesar de las dificultades y obstáculos que ahora están afrontando. La Iglesia Católica, a través de la valiosa labor de los Salesianos, les es cercana y, además de otras ayudas, les ofrece la oportunidad de cuidar su educación y su formación. Recuerden siempre que Dios no olvida a ninguno de sus hijos, y que los niños y los enfermos están más cerca del corazón del Padre».
»Por mi parte, junto con toda la Iglesia -concluyó- voy a seguir dirigiéndome con confianza al Señor, pidiéndole que inspire a los que ocupan puestos de responsabilidad, para que promuevan la justicia, la seguridad y la paz sin vacilación y de manera verdaderamente concreta. A través de sus organizaciones sociales y caritativas, la Iglesia permanecerá a su lado y seguirá apoyando su causa ante el mundo. Que Dios los bendiga a todos ustedes. Recen por mí. Gracias».
Terminado el encuentro, el Papa Francisco fue al hospital en que está ingresado desde hace años en estado de coma el Patriarca Armenio Apostólico Mesrob II y desde allí prosiguió el trayecto hasta el aeropuerto Atatürk donde, tras despedirse de las autoridades civiles y religiosas locales, emprendió el regreso a Roma donde su avión aterrizó a las 18.40. Antes de desplazarse al Vaticano Francisco se detuvo en la basílica de Santa María la Mayor para encomendar a la Virgen los frutos de su viaje apostólico a Turquía.