Ciudad del Vaticano, (VIS).-»La emigración sigue siendo una aspiración a la esperanza, a pesar de los acontecimientos dramáticos registrados en los últimos años». Recibiendo a los participantes en el VII Congreso Mundial de la Pastoral de los Migrantes, el Papa reafirmó el fuerte deseo que impulsa a muchos habitantes de las zonas deprimidas del planeta a buscar un futuro mejor para sus familias en otros lugares, incluso a riesgo de decepciones y fracasos, causados en gran parte por la crisis económica que, en diferentes grados, afecta a todos los países del mundo.
El Congreso, a lo largo de tres días, ha estudiado la dinámica de la cooperación y el desarrollo, analizando en primer lugar los factores que causan la migración, en particular, las desigualdades, la pobreza, el crecimiento demográfico, la creciente necesidad de empleo en ciertos sectores del mercado de trabajo, los desastres causados por el cambio climático, las guerras y las persecuciones, el deseo de las generaciones más jóvenes de buscar nuevas oportunidades. Y también ha examinado cómo la conexión entre la cooperación y desarrollo ponga de relieve, por un lado, la diversidad de intereses de los Estados y de los migrantes, así como las oportunidades que puedan surgir para ambos.
»Efectivamente -observó el Santo Padre- los países de acogida obtienen beneficios gracias al trabajo de los emigrantes – que a veces colman la brecha creada por la crisis demográfica- en la producción nacional. A su vez, los países de origen registran una atenuación de la escasez de empleo y sobre todo se benefician de las remesas que los emigrantes mandan a casa». Pero estos beneficios conllevan determinados problemas, como el empobrecimiento en los países de origen debido a la pérdida de las mejores mentes, la fragilidad de los niños que crecen sin uno o ambos padres, y el riesgo de ruptura de los matrimonios a causa de las ausencias prolongadas. En cambio, en los países de acogida, hay dificultades de incorporación en los contextos urbanos que ya son problemáticos y dificultades de integración y de respeto por las convenciones culturales y sociales que los emigrantes encuentran. »En este sentido -subrayó- los agentes de pastoral desempeñan un valioso papel invitando al diálogo, a la acogida y a la legalidad y un papel de mediación con las personas del lugar de llegada. En los países de origen, en cambio, la proximidad a las familias y a los jóvenes con padres migrantes puede mitigar los efectos negativos de su ausencia»
Pero las implicaciones de la solicitud pastoral de la Iglesia en el ámbito de la cooperación, el desarrollo y la migración, como ha reafirmado el Congreso van más allá y es aquí donde la Iglesia quiere que se escuche su voz porque »la comunidad cristiana, se esfuerza continuamente en acoger a los emigrantes y en compartir con ellos los dones de Dios, especialmente el don de la fe». Además »promueve proyectos en la evangelización y en el acompañamiento de los migrantes a lo largo de su viaje, empezando por el país de origen a través de los países de tránsito hacia el país de acogida, con especial atención a satisfacer sus necesidades espirituales a través de la catequesis, de la liturgia y la celebración de los sacramentos».
»Por desgracia -recordó Francisco- los migrantes a menudo viven en situaciones de frustración, de desesperación y soledad, y añadiría de marginación. De hecho, el trabajador migrante está a mitad entre la erradicación y la integración. Y es aquí donde la Iglesia quiere ser un lugar de esperanza: elabora programas de formación y sensibilización; levanta su voz en defensa de los derechos de los migrantes; proporciona asistencia, incluida la material, sin excepciones para que todos sean tratados como hijos de Dios. En el encuentro con los migrantes, es importante adoptar una perspectiva integral, capaz de mejorar su potencial en lugar de ver en ellos sólo un problema que resolver… Esto requiere que se establezcan para todos niveles mínimos de participación en la vida de la comunidad humana. Y todavía es más necesario en la comunidad cristiana, en la que nadie es un extraño y, por lo tanto, todo el mundo merece acogida y apoyo».
»La Iglesia, además de ser una comunidad de creyentes que reconoce a Jesucristo en los rostros de los demás -puntualizó- es una madre sin fronteras y sin límites. Es madre de todos y se esfuerza por alimentar la cultura de la acogida y la solidaridad, en que ninguno es inútil, está fuera de lugar o es para descartar …Por lo tanto, los migrantes, con su propia humanidad, incluso más que con sus valores culturales, amplían el sentido de la fraternidad humana. Al mismo tiempo, su presencia es un recordatorio de la necesidad de erradicar la desigualdad, la injusticia y la opresión. De esta manera, los migrantes pueden convertirse en socios en la construcción de una identidad más rica para la comunidad que los acoge, estimulando el desarrollo de sociedades inclusivas, creativas y respetuosas de la dignidad de todos».
El Papa concluyó invocando para los participantes en el Congreso »la protección de la Madre de Dios y de San José, que experimentaron la dureza del exilio en Egipto».