La muerte del cardenal Sebastián cierra una página de la historia del catolicismo español, la que se inició hace más de medio siglo con el Concilio Vaticano II.
Hace ahora cinco años, Fernando Sebastián era creado cardenal por el Papa Francisco. Fue una elección muy singular del Pontífice, pues el arzobispo emérito de Pamplona contaba ya con 84 años de edad, por lo que solo podía ser considerada como un acto de especial reconocimiento a su trayectoria y a su persona. Así lo entendí yo, al pensar que la decisión papal encerraba un alto valor simbólico que trascendía el reconocimiento de sus virtudes y de su obra como teólogo y pastor de la Iglesia. Porque don Fernando fue una figura clave para entender y apreciar el camino recorrido por el catolicismo español desde el Concilio Vaticano II y el advenimiento de nuestra democracia. La Iglesia, para afrontar los desafíos de gran envergadura que se le presentaban ante los «tiempos nuevos», necesitaba una renovación y un nuevo modo de presencia en la sociedad española, que abarcaba múltiples aspectos, y que no podía circunscribirse a su acomodación al régimen de libertades y de democracia con que los españoles habíamos decidido asentar nuestra convivencia.
Por eso, junto a un puñado de laicos españoles amigos de don Fernando, asistí a aquel consistorio, que me dejó una huella imborrable, entre otros motivos, porque fui testigo de la histórica escena de dos Papas –Benedicto XVI y Francisco– dándose fraternalmente un cálido abrazo. Por la tarde fuimos a la visita ad calorem para darle las gracias por todo lo que había hecho al servicio de la sociedad española.
En esta hora de su muerte quiero renovar las gracias que entonces le dimos en el aula Pablo VI con su birreta recién estrenada. Las razones para nuestra gratitud (hablo en plural, porque deseo reflejar los sentimientos de tantos amigos que han acompañado al cardenal en su dilatada tarea pastoral) son profundas y de diversa índole. Fernando Sebastián deja huella y, al mismo tiempo, su muerte nos produce una sensación de vacío, como si una página de la historia del catolicismo español se cerrara, como si un tiempo, el que se inició hace más de medio siglo con el Concilio Vaticano II, empezara ya a ser historia.
Una nueva forma de vivir el cristianismo
El cardenal Sebastián formó parte de los teólogos que tenían las antenas preparadas para la recepción del Concilio, cuyas enseñanzas acogió con entusiasmo. De él dijo que «nos está llevando a una forma nueva de vivir el cristianismo, con una sensibilidad más humilde, más religiosa, más universal y más misionera». Ciertamente, hablamos del «verdadero Concilio» y no del «Concilio virtual», a los que se refería Benedicto XVI en su memorable encuentro con el clero romano tres días después de anunciar su renuncia a la cátedra de Pedro. Las tensiones entre uno y otro hicieron estragos en la etapa postconciliar, también en la Iglesia española, que sufrió don Fernando, a veces intensamente, a lo largo su vida pastoral.
En su libro Memorias con esperanza, de obligada lectura para quien quiera comprender las vicisitudes de la Iglesia española en los últimos 50 años, Fernando Sebastián narra, con sinceridad digna de agradecer, el camino recorrido por una comunidad eclesial, que afrontaba el formidable reto de la secularización del Occidente cristiano, especialmente la de Europa, así como sus reflejos en el seno del catolicismo mismo. Don Fernando combatió con tenacidad la tentación de la «secularización interna» presente en muchas realidades eclesiales, así como la teología que la sustentaba. «Vivir del todo en el siglo y para el siglo no es compatible con la condición cristiana», recordaba con insistencia. Por el contrario, don Fernando trazó líneas maestras para un programa de revitalización cristiana en un mundo secularizado, en el que los laicos deberían ejercer un particular protagonismo, programa que todavía está pendiente de realización. En él tenía especial cabida el diálogo con la increencia y con las diferentes cosmovisiones. Pero para ejercerlo de verdad era imprescindible una intensa tarea de formación, lo que defendió con vigor, sin que su voz fuera suficientemente escuchada. Los particularismos también se incrustaron en la vida de la Iglesia con el correspondiente empobrecimiento.
La reconciliación de los españoles
Pero en este período de la Iglesia española hay un capítulo especialmente brillante, en el que el cardenal Sebastián tuvo un notable protagonismo. Fue la contribución del catolicismo a la reconciliación de los españoles y a la instauración de nuestra democracia, plasmada en la Constitución de 1978. Don Fernando formaba parte del estrecho grupo de colaboradores del cardenal Tarancón, que ejerció un liderazgo incuestionable para la realización de esa tarea. Y él fue quien redactó el borrador de la famosa homilía de Tarancón en la iglesia de los Jerónimos, que abrió las puertas de la nueva etapa en la vida española y que a tantos españoles nos llenó de esperanza. En las responsabilidades que asumió trabajó de manera infatigable para lograr las mejores relaciones con el Estado, con gobiernos de distinto signo, en consonancia con las exigencias de los tiempos. Creía que la Iglesia debía estar siempre al servicio del bien de España y actuó siempre fiel a esta idea. Los documentos y orientaciones pastorales que llevan su signo lo testifican y no deben quedar en saco roto. Combatió el fenómeno del terrorismo con el mejor espíritu evangélico. No olvidaré nunca, por su vigor y hondura teológica, su homilía en la iglesia de Leitza en el funeral por el concejal Múgica, vilmente asesinado por ETA.
El rico legado que nos deja el cardenal Fernando Sebastián está en su vida, en su obra y en sus escritos. Su potente mirada nos debe servir para orientar los caminos que el catolicismo español debe recorrer en este siglo. Muchas gracias, don Fernando.
Eugenio Nasarre
Exdiputado por el PP y ex secretario general de Educación.
Con la UCD fue director general de Asuntos Religiosos, subsecretario de Cultura y director general de RTVE.
Imagen: Monseñor Sebastián tras haber sido creado cardenal por el Papa Francisco, en el consistorio del 22 de febrero de 2014.
(Foto: AFP Photo/Vincenzo Pinto)