Aunque la edición genética de la línea germinal de varios embriones en China está siendo gravemente criticada, el Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia advierte del riesgo de que pronto otros países se sumen a estas investigaciones. Ya ocurrió con los primeros pasos de esta técnica en el año 2015
Precipitado, irresponsable y contrario a la ética. Son algunos de los adjetivos que la comunidad científica ha dedicado a la edición genética de los embriones de dos niñas, nacidas recientemente en China. El responsable del supuesto proyecto –que todavía no está documentado en ninguna publicación científica– es He Jiankui, de la Universidad de Shenzhen, que se ha desmarcado de su labor.
El primer aspecto que es el foco de críticas es que se haya modificado la línea germinal de las niñas, en la fase en la que eran un embrión de una sola célula. Desde el Observatorio de Bioética, de la Universidad Católica de Valencia, explican que esta intervención «implica que los cambios realizados pasarán de generación en generación, y conlleva serios riesgos de seguridad», tanto por la propia técnica como por el conocimiento incompleto del genoma.
Se diferencia, por tanto, de la edición genética somática, que «modifica el genoma de individuos que ya han alcanzado un cierto grado de desarrollo. Esto impedirá que las modificaciones genéticas sean transmisibles a la descendencia o que se puedan producir aberraciones genéticas que trunquen o afecten gravemente al desarrollo».
Elena Postigo, experta en Bioética y profesora de la Universidad Francisco de Vitoria, añade a esa crítica que no se sabe si los padres de las niñas han sido informados en profundidad sobre el hecho de que no existe «ninguna seguridad ni certeza acerca de las consecuencias para su salud e integridad» que puede tener el cambio, y si han dado su consentimiento para ello libremente.
En un campo aún «inexplorado, realizarlo directamente sobre embriones humanos se caracteriza como experimentación sobre humanos». Por todo ello, lo valora como «una imprudencia» que, al afectar a las futuras generaciones, implica una responsabilidad ética aún mayor.
Una segunda crítica se refiere a que no se trata de una intervención terapéutica, sino de mejora. Las niñas no tenían ninguna enfermedad. Lo que ha hecho He es desactivar el gen CCR5, una puerta de acceso por la que el VIH accede al cuerpo. Así, espera que las pequeñas, cuyo padre es portador, sean inmunes.
Desde la Universidad Católica de Valencia se advierte de que esto es un paso más hacia la creación de bebés de diseño que tengan unas características genéticas concretas. «La puesta en marcha de intervenciones sobre el genoma humano embrionario que implican proyectos de mejora, diseño o selección, pueden ser un paso más para el desarrollo de los proyectos trans- y posthumanista, que constituyen, a nuestro juicio, el mayor ataque a la persona humana en este siglo XXI».
¿Marca China el rumbo de la bioética?
Una cuestión preocupante en este caso es el protagonismo que en la investigación biomédica más controvertida está tomando China, cuyos estándares bioéticos son más laxos que en Occidente. La iniciativa de He es consecuencia directa de cuando, hace tres años, científicos del mismo país anunciaron que habían modificado el genoma de embriones no viables.
Con todo, China sí ratificó, como miembro de UNESCO, la Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos, y Postigo afirma que He «la ha contravenido, en especial su artículo 5», que estipula que «una investigación, un tratamiento o un diagnóstico en relación con el genoma de un individuo, solo podrá efectuarse previa evaluación rigurosa de los riesgos y las ventajas que entrañe».
El Observatorio de Bioética de la UCAV apunta además al riesgo de contagio de la laxitud china a otros países. Por ejemplo, cuando se modificaron los embriones no viables en 2015, «aunque en un principio estas experiencias también fueron ampliamente cuestionadas, pronto otros países se sumaron a estas investigaciones». Se refiere a Inglaterra y Estados Unidos, donde además ya no se utilizan solo los inviables, sino también «embriones sanos, perfectamente viables», sobrantes de la fecundación in vitro o producidos a propósito.
El año pasado, por ejemplo, tres investigadores del Laboratorio de Expresión Genética del Instituto Salk (California) –entre ellos el español Carlos Izpisúa– aseguraron que habían corregido la mutación que causa la miocardiopatía hipertrófica en un grupo de embriones perfectamente viables. La única diferencia con el caso presente es que estos embriones fueron destruidos, en vez de implantados en una mujer.
Tanto Postigo como el Observatorio de la UCAV subrayan, por otro lado, la conexión entre la manipulación genética de embriones y prácticas también «moralmente inaceptables» pero aceptadas casi globalmente. Es el caso del uso y destrucción de embriones humanos en investigación, como ocurre en el uso de células madre embrionarias.
Otro ejemplo es la mentalidad eugenésica que ya está totalmente integrada en el ámbito de la reproducción humana artificial. Postigo recuerda además que «para que nazcan estas niñas habrán sido descartados» un número aún indeterminado de embriones, después de haber experimentado con ellos. «Es una actitud que se ha propiciado desde hace décadas. El día que se eliminó al primer embrión por alguna patología comenzó la eugenesia, no es algo nuevo».
Por todo esto, el Observatorio de Bioética concluye afirmando que la perspectiva de que la edición genética germinal pudiera llegar a ser segura algún día «no justifica el sacrificio de vidas humanas con este fin».
María Martínez López
(Foto: REUTERS/Stringer)