Dos nuevos países se han sumado al conflicto que desde hace cinco años intenta islamizar y romper en dos la República Centroafricana: Nigeria, mediante los pastores nómadas que se han unido al grupo seleka que el fin de semana asesinó a 40 personas en Alindao, y Rusia, que apoya al Gobierno central. Mientras –alerta monseñor Juan José Aguirre–, la ONU está valorando sacar del país a los cascos azules por su ineficacia.
«Nos fastidia enormemente que Centroáfrica no pueda hacer nada y esté controlada por extranjeros». Es una de las primeras reacciones de monseñor Juan José Aguirre, obispo de Bangassou, después de la masacre que el fin de semana acabó con la vida de más de 40 personas en Alindao, al sur de la República Centroafricana. Entre los fallecidos están el vicario general de la diócesis, Blaise Mada, y el padre Celestine Ngoumbango. Con ellos, el número de sacerdotes asesinado en los últimos ocho meses en el país asciende a siete.
El ataque fue perpetrado por miembros de la Unidad para la Paz en Centroáfrica (UPC), un grupo escindido de las milicias de mercenarios musulmanes seleka. En represalia por el asesinato el jueves de uno de sus miembros, atacaron kalashnikov en mano la catedral y un campo de desplazados cercano, en el que vivían 26.000 personas. Los restos del padre Ngoumbango fueron hallados el domingo, totalmente calcinados, en una de las casas del campo.
«La gente huyó, abandonando sus casas, y muchos musulmanes entraron en el arzobispado, lo saquearon y quemaron la casa sacerdotal –narra el obispo, de origen cordobés–. También prendieron fuego a la catedral, pero solo destrozaron una parte. Han rodeado el campo de desplazados y no dejan entrar a nadie. Ahora están saqueando la casa de Cáritas y los distintos edificios de la diócesis».
Desde Chad y Níger
Cuando monseñor Aguirre habla de extranjeros, la acusación es muy amplia. Los seleka, que hace cinco años lograron el control de más de la mitad del país, proceden del Chad y «están armados por Arabia Saudí y los países del Golfo».
Ahora, a los escindidos UPC se han unido además «muchos peuls, pastores itinerantes que vienen de Níger». Los ataques de estos pastores nómadas son un problema desde hace ya varios años en Nigeria, donde la Iglesia ha advertido de que entre ellos se están infiltrando miembros de Boko Haram, después del debilitamiento del grupo islamista en el norte.
Partida de ajedrez en la ONU
Desgranando todavía la injerencia extranjera en su país de adopción, el obispo comboniano critica que se sigan presentando estas carnicerías como un conflicto entre grupos musulmanes (30 % de la población) y no musulmanes (70 %). «Lo que hay debajo de todo –explica– es la agenda escondida de países de fuera para introducir el islam radical en Centroáfrica, y que de ahí pase a la República Democrática del Congo y a toda la región. Quieren dividir el país en dos partes, pero nosotros no estamos de acuerdo».
Su ciudad, Bangassou, se convertiría en la capital de la zona musulmana. «Los países fundamentalistas están ensañándose como depredadores contra toda África, intentando llevar al extremo su guerra para controlar todo el continente».
Blaise Mada, vicario general de Alindao, uno de los sacerdotes asesinados
(Foto: Juan José Aguirre)
Esta estrategia de dividir el país –denuncia– cuenta con el apoyo de Francia y de la Unión Europea. «Esta trama se está jugando en la ONU como una partida de ajedrez, y sin entenderlo no se puede comprender la carnicería del otro día».
No se trata solo del afán de proselitismo de los países islamistas. También del control de «todas las materias primas que atesora el continente: el oro, los diamantes, el manganeso, el wolframio, y el coltán, que se usa para hacer drones y misiles teledirigidos».
Rusia suple a los cascos azules
Uno de los últimos actores en llegar es la Rusia de Putin, a quien el presidente, Faustin-Archange Touadéra, pidió ayuda. «Desde hace un año y medio están armando a las Fuerzas Armadas del Gobierno. Sabemos que Putin no es una hermanita de la caridad, pero son los que nos han ayudado» a que el control de las Fuerzas Armadas se extienda a cuatro partes del país, incluido Bangassou. «Allí donde llegan, escoltadas por diez o doce rusos, las tensiones se desinflan».
De todas las fuerzas exteriores que intervienen en el país, las únicas que apenas lo están haciendo son precisamente las que tienen este cometido: los cascos azules de la Misión Unidimensional Integrada de las Naciones Unidas para la Estabilización en la República Centroafricana (MINUSCA). En Alindao, no hicieron nada para detener a los atacantes.
«Cada país que envía soldados –explica monseñor Aguirre– lo hace con un contrato diferente. Los burundeses y ruandeses sí entran en combate cuando estos desalmados cometen una barbarie. Pero otros se retiran y se quedan en su base hasta que todo termina». Es el caso de los pakistaníes, los egipcios y, en esta última masacre, los mauritanos. «Según su contrato, están en el país pero solo luchan si los atacan a ellos».
Esta ineficacia ha hecho que la población mire a los cascos azules con repulsa, y podría poner fin a su presencia en el país. Hace unos días la ONU no dio permiso para prolongar su presencia, y a mediados de diciembre se decidirá si abandona Centroáfrica.
Miles de personas en la selva
Mientras esta cuestión se dirime, los habitantes del campo de desplazados de Alindao llevan ya varios días escondidos en la selva. «Imaginaos cómo estarán las familias, las mujeres: sin comida ni bebida, y con un miedo enorme en el cuerpo». El obispo de Bangassou no cree que lleguen a pedir ayuda hasta su ciudad, donde 2.000 musulmanes llevan ya año y medio refugiados en su residencia para protegerse de la violencia del grupo contrario, los anti-balaka.
En Alindao, solo quedan como representantes de la Iglesia el obispo, Cyr-Nestor Yapaupa, y tres sacerdotes jóvenes para no perder totalmente los edificios. «La ONU ha sacado de la zona a todas las ONG y a muchas personas que trabajaban allí, y los demás sacerdotes huyeron a un centro de salud cercano».
María Martínez López