El cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado, intervino el pasado viernes, 24 de octubre, en la conferencia organizada por el Instituto Kellogg de Estudios Internacionales en el Global Gateway de la Universidad de Notre Dame en Roma, dedicada al tema »Dignidad humana y desarrollo humano».
»Los argumentos tratados -observó el cardenal- indican que cuando se habla de la relación entre desarrollo y dignidad humana, los términos «economía», «sistemas económicos» y similares, pueden emplearse como sinónimos del término «desarrollo». Este dato, de por sí, nos ayuda a entender mejor los desafíos que plantea actualmente la promoción de la dignidad humana. De hecho, el desarrollo está estrechamente vinculado sea a la gestión adecuada de los recursos en los países más pobres, que a las decisiones económicas tomadas por los países ricos, que tienen repercusiones positivas o negativas en la economía de los países en desarrollo. Pero la razón fundamental para empezar por la economía es que el magisterio social de la Iglesia ha señalado constantemente que los mayores obstáculos para el desarrollo humano universal e integral se encuentran en una visión distorsionada del ser humano y de la actividad económica que amenaza la dignidad de la persona humana».
El Secretario de Estado recordó después la continuidad, en este ámbito, del magisterio del Papa Francisco con el de sus predecesores, en particular con Benedicto XVI, porque uno y otro con palabras muy similares, »advierten que la cuestión del desarrollo y la justa regulación de la economía son insolubles sin una visión integral de la persona humana y un comportamiento moral siempre firme y coherente anclado en la ley natural y la búsqueda del bien común» porque como escribía Benedicto XVI en su encíclica »Caritas in Veritate»: »El desarrollo nunca estará plenamente garantizado por fuerzas que en gran medida son automáticas e impersonales, ya provengan de las leyes de mercado o de políticas de carácter internacional. El desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común».
»La auténtica orientación de toda la actividad económica hacia el desarrollo humano integral requiere, por lo tanto, una conversión de la inteligencia y del corazón -subrayó el purpurado al final de su discurso- Es necesario sustituir la fe prometeica en el mercado o en otras ideologías y formas de pensamiento apriorísticas alternativas o contrarias con la fe en Dios y en una visión trascendente de los hombres y mujeres como hijos de Dios. Esto, a su vez, llevará a una conversión de las inteligencias, en el sentido de desarrollar una ciencia y una praxis económica cuyo punto de partida sea una definición integral de la persona y que estén al servicio de su desarrollo; es decir, que sepan orientar la producción y el consumo a la realización, plena y verdadera del ser humano en su relación con Dios y con el prójimo».