En 2017 España recibió 20 veces más solicitudes de asilo de venezolanos que en 2015, y la cifra ya se ha superado en lo que va de 2018. Los esfuerzos para atenderlos, incluidos los de la Iglesia, pecan de falta de coordinación. «No tenemos una respuesta preparada», denuncia una experta
Carolina (nombre ficticio) sufrió durante meses amenazas de los llamados colectivos, las milicias que apoyan al Gobierno de Nicolás Maduro. Estos grupos controlaban la zona donde ella vive para impedir las protestas ciudadanas. Además, pedían a los empresarios una cuota. Los jefes de esta abogada no pagaron, y las consecuencias no tardaron en llegar. Primero fueron llamadas y visitas al trabajo. «La gota que colmó el vaso fue cuando, en febrero, dos hombres fueron al colegio de mi hija, de 4 años, y se la llevaron». Avisado por las maestras, el padre de la niña los alcanzó «a dos cuadras», los embistió con su coche y rescató a la pequeña maniatada. Carolina entendió que no le quedaba otra opción que huir del país y vino con su hija a España, donde aterrizaron en abril.
Son solo dos de los 12.785 venezolanos que, según la Oficina de Asilo y Refugio –dependiente del Ministerio del Interior– han solicitado asilo en España hasta agosto de 2018. Esta cifra provisional supera las 10.350 solicitudes de todo 2017, que a su vez ya suponían 20 veces más que las cerca de 500 presentadas en 2015. En enero de 2018, había en España 254.852 venezolanos, un 76 % más que en 2008. El 30 % había llegado en 2016 y 2017.
Estos datos hacen postular a Katrien Dekocker, experta en migraciones especializada en la comunidad venezolana, que ahora está empezando el verdadero éxodo desde este país –ya lo han abandonado dos millones de habitantes–, y no solo a sus países vecinos. Las llegadas a España –cree– «van a seguir creciendo, porque América Latina está empezando a cerrar las fronteras. Es verdad que hasta aquí tienen que pagarse el vuelo, pero en temporada baja no es mucho más que ir, por ejemplo, a Chile». Ante este fenómeno, «no tenemos una respuesta preparada».
Falta de mecanismos
A diferencia de los venezolanos que entraban hace unos años, los recién llegados lo hacen en general sin apenas ahorros. Algo menos de la mitad tiene nacionalidad española por sus padres o abuelos. Del resto, muchos solicitan asilo para acceder a un permiso de trabajo y con la esperanza de, aunque se lo denieguen –como ocurre en la mayoría de casos– ganar tiempo para regularizar su situación por arraigo. Pero mientras tanto, «la larga espera para el permiso de trabajo los pone en riesgo de exclusión», explica la experta, también subdirectora de Cáritas en la Vicaría VII de la archidiócesis de Madrid. A ello se suma la presión de mandar dinero a sus familias, que en gran medida lo necesitan para sobrevivir.
Dekocker cree que apenas existen mecanismos públicos o privados para hacer frente a esta crisis invisible. En 2016, Cáritas atendió a 532 solicitantes de asilo venezolanos, el 36 % de los 1.478 refugiados y solicitantes de asilo que acudieron a esta entidad. Se trata sobre todo de la asistencia ordinaria en parroquias y diócesis. Solo en Toledo Cáritas y el Secretariado de Migraciones han puesto en marcha un plan integral, que ofrece a 30 familias asistencia económica continuada y acompañamiento humano y pastoral. Gracias a ellos, personas como Carolina y su hija pueden salir adelante.
En otros casos, la ayuda viene de los propios venezolanos. «Muchos dan comida a otros, los acogen cuando llegan; también particulares españoles y parroquias. Pero es todo a nivel individual y de pequeños grupos, muy poco organizado», explica Dekocker. Atribuye este fenómeno a que los españoles, en gran medida, «todavía no perciben la gravedad de la situación en este país, no se imaginan la crisis que se está viviendo, el hambre y la falta de medicinas».
Foto: Caritas Toledo
El dilema de los sacerdotes
Esta falta de respuestas coordinadas se deja notar también con los sacerdotes venezolanos residentes en España. Ni la Conferencia Episcopal ni la Nunciatura tienen un censo actualizado. Varios han venido por estudios. Solo en Madrid, hay 23 estudiando y siete incardinados. Christian Díaz, uno de estos sacerdotes, comparte con Alfa y Omega su preocupación porque «hace falta más información y coordinación entre nosotros. Me gustaría hacer algo al respecto», reconoce.
Javier Dorantes llegó a Madrid hace dos años y medio, poco antes de que su país empezara a caer en picado. Tiene previsto acabar sus estudios dentro de unos meses, pero él y los otros seis sacerdotes de la diócesis de Trujillo repartidos por España ya se están enfrentando al dilema de qué deben hacer entonces: «Si fuera por nosotros, volveríamos para estar con nuestro pueblo y ayudar a reconstruir la sociedad. Fuimos llamados a dar la vida –dice–. Pero con la ayuda que voy consiguiendo aquí, llamando a la puerta de amigos y a través de la parroquia en la que estoy, se pagan los estudios de 30 jóvenes y enviamos medicamentos para 140 enfermos crónicos. Dependen de mí».
María Martínez López
Imagen: Venezolanos en España
(Foto: REUTERS/Sergio Pérez)