«Renace la alegría” es el lema con el que se va a celebrar la Jornada del Domund 2014 el domingo 19 de octubre. Con este motivo, el Cardenal Antonio Mª Rouco Varela, Arzobispo Emérito de Madrid Administrador Apostólico, ha hecho pública una carta en la que explica que se trata de una “Jornada que el Santo Padre no ha dudado de calificar como una gran celebración de gracia y de alegría. De gracia porque es el reconocimiento del don de Dios, el Espíritu Santo que llena los corazones de todos los que han oído la voz del Señor que les invita a ser sus testigos en un mundo que pareciera que cada día está más lejos de Dios. De alegría porque es a Cristo, nuestro Salvador, a quien los misioneros llevan en su corazón con el fin de darlo a conocer entre los que están más lejos de su amor”.
“La misión, señala, la actividad apostólica de la Iglesia universal, es un don de Dios que nos recuerda continuamente que el Señor no deja de bendecirnos a nosotros con la fe, y de darnos la posibilidad de transmitirla a quienes el mismo Dios ha puesto junto a nosotros”. “Es una gracia, prosigue, que nuestros misioneros han recibido con su vocación: han sido elegidos por Dios para llevar la alegría de la fe en Cristo a aquellos que viven sin conocerle y amarle. Esa gracia se origina con el Bautismo”. Por eso, considera que “es muy oportuno” el lema de este año, «Renace la alegría», ya que “el que conoce a Cristo, y nace con ese nacimiento del agua y Espíritu, nace para la alegría de la salvación”.
Para el Cardenal, “la mayor tristeza que se puede dar en una persona es el desconocimiento del amor de Dios. Cuando el hombre ignora que Dios le ama, que ha sido bendecido por Dios y que sus preocupaciones y proyectos no son indiferentes al plan salvador de Dios, se hace difícil vivir con esperanza, mantener el deseo de hacer las cosas bien y de mantener la alegría. Sólo la presencia de Dios, la seguridad que infunde en el corazón del que le sigue y la visión que su conocimiento nos da de nuestro caminar por esta tierra, es capaz de hacemos vivir con ilusión cada día, de transcender nuestras angustias y dilemas, de encontrar un sentido profundo y real a lo que vivimos en cada momento”.
Reconoce que “los misioneros ayudan a que el hombre se encuentre con Dios y a que Dios encuentre corazones preparados para recibirlos en su amor. Por eso, en esta Jornada del DOMUND, como cada vez que la Iglesia nos presenta la vida y la obra de quienes dejándolo todo han dedicado su vida a la evangelización, los cristianos madrileños nos alegramos del bien que siembran en tantas vidas. Nos alegra descubrir que gracias a ellos, nuestra familia de fe aumenta cada año, y se extiende por nuevas tierras, donde sin ellos, el amor de Dios no estaría presente”.
La jornada del Domund, afirma, “es una grata necesidad del corazón. Damos gracias a Dios por las vocaciones misioneras que año tras año surgen en nuestras comunidades cristianas. ¡150 misioneros españoles salen cada curso enviados por la Iglesia a llevar la alegría del Evangelio! Su ejemplo nos anima a nosotros a convertimos en apóstoles del Señor en nuestros ambientes”. “Vivir con alegría nuestra fe, sabiendo que la victoria está de lado de los que aman al Señor. Contagiar a los que nos observan de esta alegría buena que llena nuestro corazón. Sin obviar las dificultades ni esconder los problemas, pero iluminando la oscuridad con la luz de la fe y de la caridad”.
Invita a “mostrar la comunión, la unión en Cristo de todos los bautizados”, porque “cuando se vive con rectitud y grandeza de ánimo, nos llena de alegría y de deseos de entregar los dones y talentos que el Señor ha puesto en nuestro corazón, para el bien de nuestros hermanos. Esa comunión no puede dejar de vivirse también con aquellos diocesanos que viven lejos de nosotros pero que trabajan en la evangelización de los pueblos. En esa comunión tienen que estar también presentes nuestros misioneros. Ellos son, sin duda, parte de nuestra inquietud y solicitud”.
Da gracias a Dios “por la gracia que es para todos la vida de los misioneros, fuente de la verdadera alegría, y siempre sabiendo que esta tarea ‘ingente’ continúa, pero al mismo tiempo conscientes de que, en definitiva, es obra de Dios, y que, poniéndonos en sus manos, Él mismo la llevará a término”. Y concluye pidiendo a la Virgen de la Almudena que “cuide de nuestros misioneros y ayude a que todo el pueblo cristiano de Madrid no pierda nunca el espíritu apostólico y misionero”.