En una carta inédita, Benedicto XVI se desmarca de la tesis del filósofo y ex presidente del Senado de Italia, Marcello Pera, según la cual la Iglesia habría sufrido una involución al reconocer los modernos derechos humanos
«La visión contenida en su primer libro» Por qué no podemos decirnos cristianos, «sigue siendo para mí irrenunciable». Es lo que escribió el Papa emérito Benedicto XVI al filósofo Marcello Pera, en una carta del 29 de septiembre de 2014, después de haber leído el manuscrito del nuevo libro del expresidente del Senado italiano, Derechos humanos y cristianismo. La Iglesia frente a la prueba de la modernidad, del cual Ratzinger se deslinda con cortesía. Es lo que surge al leer la articulada carta, hasta ahora inédita, publicada en el libro de textos ratzingerianos Liberar la libertad, que tiene un prefacio del Papa Francisco, publicado el domingo 6 de mayo por Vatican Insider.
Marcello Pera participó en el congreso romano de los disidentes y de los críticos de Francisco que se llevó a cabo en Roma el 7 de abril de 2018. En esa ocasión, Pera criticó un cristianismo que «se compromete en acabar con las injusticias. Escucha la voz del mundo, el grito del mundo que sufre, y considera poder salir al encuentro de las injusticias y de los sufrimientos, traduciendo el mensaje cristiano en un mensaje que es secular o político. De esta manera la Iglesia, y no solamente Bergoglio, que es el último de los protagonistas de esta evolución o involución, ha acogido las exigencias del mundo secular y las ha hecho propias. De esta manera la Iglesia ha reconocido los derechos inderogables de la mujer, del hombre, del niño, del inmigrante, del que sufre, es decir ha transferido el mensaje del terreno de la salvación al terreno de la liberación, con la convicción de que quien se compromete en la liberación adquiere méritos para la salvación».
Según el filósofo «esta es una visión ideológica que hoy está muy extendida en las actitudes, en las palabras… de este Pontífice, pero que, desafortunadamente, me parece, ha afectado a la Iglesia en los últimos tiempos, y no solo en este siglo. Hoy se pronuncian palabras dentro de la Iglesia y se acogen palabras que hasta hace ochenta o noventa años eran consideradas herejías». Esta tesis no es ninguna novedad para todos los que leyeron el libro de Pera Derechos humanos y cristianismo (publicado en 2015). Tesis que suenan como una crítica al magisterio de la Iglesia de los últimos sesenta años, a partir de Juan XXIII y hasta el actual sucesor de Pedro. Una lectura que se encuentra en plena sintonía con las críticas que han esgrimido contra los últimos Pontífices los miembros de la Fraternidad San Pío X, fundada por el arzobispo Marcel Lefebvre.
Según el expresidente del Senado italiano existiría una especie de cesión autolesionista, sobre todo a partir de los pronunciamientos del Concilio Vaticano II, con una progresiva demolición de la conciencia, antes límpida y monolítica, del contenido «eversivo» de la cultura de los derechos. Pera advierte que la única salida es volver a reconocer en la cultura de los derechos (tal y como la concebían sus fieros adversarios de los siglos pasados) una gigantesca tentación demoniaca, utilizada precisamente como anzuelo para «desquiciar al cristianismo». Simplemente con estos breves e incompletos «botones de muestra» se puede advertir la diametral distancia entre la perspectiva del filósofo y la de Joseph Ratzinger, quien –lejos de replegarse hacia posturas lefebvrianas y anti-modernas como ciertos autoproclamados ratzingerianos del presente– ha identificado en lo profundo de la postura ilustrada un núcleo positivo de verdad que no es una amenaza, sino más bien fuente de un desafío, con el que el cristianismo puede volver a encontrar una vía más auténtica para hablar directamente al hombre de hoy en día. El precioso tesoro de la libertad de conciencia y de la promoción de la dignidad de la persona humana pueden, efectivamente, ser asociados con los orígenes mismos del cristianismo.
Es lo que escribe Benedicto XVI a Pera en la carta, después de haber leído el manuscrito de su libro. El tono de Ratzinger es positivo, atento, cortés: se intuye en esta delicadeza de las expresiones su relación de amistad con el filósofo y su aprecio por su trabajo. Sin embargo, el Papa emérito no deja de tomar distancias de la nueva obra del expresidente del Senado italiano. Reconoce que «el hiato entre las afirmaciones de los Papas del siglo XIX y la nueva visión que comienza con la Pacem in terris (encíclica de Juan XXIII, ndr.) es evidente y se ha discutido mucho al respecto. También representa el alma de la oposición de Lefebvre y de sus seguidores contra el Concilio».
Pero Ratzinger, en su carta, subraya también que «la cuestión de los derechos humanos adquirió prácticamente un lugar de gran relieve en el Magisterio y en la teología postconciliar hasta Juan Pablo II… En contra de las pretensiones totalitaristas del Estado marxista y de la ideología sobre la que se basaba, él advirtió en la idea de los derechos humanos el arma concreta capaz de limitar el carácter totalitarista del Estado, ofreciendo de esta manera el espacio de libertad necesario no solo para el pensamiento de la persona individual, sino también, y sobre todo, necesario para la fe de los cristianos y para los derechos de la Iglesia. La imagen secular de los derechos humanos, según la formulación de 1948, le pareció evidentemente como la fuerza racional para contrarrestar la pretensión omnicomprensiva, ideológica y práctica del Estado basado en el marxismo».
Y así, continúa Benedicto XVI en su carta inédita, «como Papa (Juan Pablo II, ndr.) afirmó el reconocimiento de los derechos humanos como una fuerza reconocida por la razón universal en todo el mundo en contra de las dictaduras de cualquier tipo. Esta afirmación se relacionaba no solamente con las dictaduras ateas, sino también con los Estados fundados con base en una justificación religiosa, así como los encontramos principalmente en el mundo islámico. A la fusión entre política y religión en el islam, que necesariamente limita la libertad de las demás religiones, incluida la de los cristianos, se contrapone la libertad de la fe –observa Ratzinger–, que en cierta medida considera al Estado laico como una forma justa de Estado, en la cual encuentra espacio la libertad de fe que los cristianos desde el principio han pretendido. En este sentido, Juan Pablo II sabía que estaba en profunda continuidad con la Iglesia de los orígenes».
En la carta a Pera, Benedicto XVI indica que el filósofo hizo propia la idea agustiniana del Estado y de la historia, pero añade: «Sin embargo, tal vez habría merecido una mayor consideración la visión aristotélica», retomada «cada vez más a partir del siglo XIX, cuando se comenzó a desarrollar la doctrina social de la Iglesia. Entonces se comenzaba con un orden doble, el ordo naturalis y el ordo supernaturalis; en donde el ordo naturalis era considerado completo en sí mismo… Con la construcción de un ordo naturalis que es posible aferrar de manera puramente racional, se trataba de adquirir una base argumentativa gracias a la cual la Iglesia habría podido hacer valer sus posturas éticas en el debate político con base en la racionalidad… Hacer valer lo que es auténticamente humano en donde no es posible afirmar la pretensión de la fe, en sí, es una posición justa. Corresponde a la autonomía del ámbito de la Creación y a la esencial libertad de la fe».
Claro, Ratzinger no oculta que existan también peligros, porque, olvidando la realidad del pecado original, se llega a «formas de optimismo ingenuas», o se acaba considerando lo que es propiamente cristiano como una estructura «superflua, superpuesta a lo humano natural», y se corre el peligro de caer en una «ingenua confianza en la razón que no percibe la efectiva complejidad de la conciencia racional en ámbito ético».
Por ello el deslinde ante las nuevas conclusiones de Pera. Benedicto XVI prefiere las conclusiones anteriores, contenidas en el libro Por qué debemos decirnos cristianos, en donde el filósofo «había demostrado convincentemente que sin la idea de Dios el liberalismo europeo es incomprensible e ilógico». Ahora, en cambio, en el nuevo libro, el liberalismo se ha convertido en «una etapa hacia la pérdida de fe en Dios».
Al leer la carta enviada a Pera en 2014, surge una vez más la irreducibilidad de Ratzinger a las simplificaciones cómodas de algunos de sus «seguidores», que quisieran aplastarlo con clichés anti-modernos y con posiciones teológicas tradicionalistas. Por otra parte se advierte que varios protagonistas de la mini-galaxia de los que se oponen al actual Pontífice se oponen, en el fondo, al Concilio Vaticano II y a sus cambios en relación con la libertad religiosa y con los derechos humanos. Por lo tanto se oponen también a Pablo VI y a Juan Pablo II (además de oponerse al mismo Benedicto XVI), a pesar de que enaltezcan sus pronunciamientos, pero solamente seleccionando algunas partes.
Andrea Tornielli/Vatican Insider
Imagen: Benedicto XVI con el filósofo italiano Marcello Pera