No es nada desdeñable el porcentaje de españoles que muestran cercanía, interés y curiosidad por cuestiones y prácticas esotéricas, paranormales, mágicas… que, aunque parezcan inofensivas, no lo son. Esther fue víctima de una víctima de santería: perdió todo lo que más quería; María encontró en la Cábala, una secta inspirada en el judaísmo, un lugar donde sentirse bien, aunque no duró mucho. Las dos atravesaban un momento complicado en su vida y fueron arrastradas. Vivieron un auténtico vía crucis del que todavía se están recuperando
El valor que los españoles otorgan a cuestiones esotéricas, paranormales y mágicas no solo no es baladí, sino un factor de riesgo ante ofertas sectarias o la acción de curanderos, santeros y videntes, entre otros. Según la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, un 27,6 % de la población cree en la suerte que dan ciertos números u objetos; el 22,9 % confía en curanderos; el 22,5 %, en los fenómenos paranormales, y el 14,7 % en los horóscopos. Para Luis Santamaría, de la Red Iberoamericana de Estudio de Sectas (RIES), este sector representaría en torno a un 20-25 % de la población. Sigue esta línea el informe Jóvenes españoles de la Fundación Santa María que, en 2010, mostraba que una buena parte sostenía que hay o podría haber algo de verdadero en los horóscopos y la astrología (34,7 %), en la formas de adivinación (24,7 %), en los curanderos o sanación por poderes (18,7 %) o en la comunicación con el más allá (14 %).
«Muchas de estas prácticas parecen inofensivas, pero no lo son. Son ciertamente atrayentes, en primer lugar por la fascinación que ejerce lo oculto, y en segundo lugar porque nos ofrecen soluciones fáciles a los grandes problemas de la vida. Pero son un sucedáneo del verdadero conocimiento y de la verdadera espiritualidad», explica Santamaría a Alfa y Omega.
Este sacerdote, que hace unos días participó con una ponencia sobre el tema en un curso sobre exorcismo y oración de liberación en Roma, ve diversos peligros si se coquetea con este mundo: «Los hay psicológicos, familiares y sociales, económicos, de manipulación y dependencia, sobrenaturales y espirituales». Ahonda en estos últimos: «Es lo más terrible, peor que cualquier acción diabólica, peor incluso que el fenómeno de posesión. Porque con todas estas prácticas se deja de lado a un Dios, que es amor, y en el que se puede creer. La fe es lo contrario a la magia».
La santería destrozó su familia
Esther Val vio cumplidos en sus carnes alguno de estos riesgos. Es una mujer de 40 años con un nivel socio cultural medio-alto y con tablas de vida habiendo vivido muchos anos en el extranjero. No es la primera vez que cuenta el caso en público, pero sí que lo hace en un periódico. Aunque no lo vive desde el victimismo, sabe que fue víctima de una víctima de la santería, de su pareja (R. a partir de ahora), con quien compartió una extraordinaria historia de amor, respeto y admiración, y con el que se reencontró providencialmente justo 25 años después de su último encuentro. Quiere seguir compartiendo su experiencia para que «sirva de advertencia» a cualquier persona que piense en ir a una santera, curandera, vidente buscando soluciones mágicas a sus problemas… «No quiero que nadie viva la tristeza, el miedo, la soledad y la desesperación que he vivido yo. […] Este tipo de experiencias no son infrecuentes pero no se habla abiertamente de ello. Yo misma me he encontrado muchas en el último año, simplemente compartiendo mi historia. A mucha gente le habrá podido dar vergüenza y optarán por el silencio. Yo no tengo nada de lo que avergonzarme, porque lo que digo es verdad y caí en esta situación por amar y confiar», escribe en un extenso relato que ha hecho llegar al Papa Francisco, pidiendo sus oraciones para R.
El calvario de Esther comenzó 9 meses después de mudarse a Elche, donde vivía R., un modesto funcionario, y sus dos hijos, y donde estaba construyendo algo sólido y muy hermoso tras varios anos difíciles. R. le había pedido matrimonio y que se convirtiese en la segunda mamá de sus dos hijos, implicándola en su educación y cuidado. Hasta que la santería se coló y lo arraso todo.
Entre conjuros y limpiezas
Así lo narra: «Todo empezó a cambiar cuando un día se presentó en casa muy nervioso. Me dijo que había ido a ver a una santera para pedirle un conjuro. Me quedé sorprendida por su estado. Era cubana. Ella iba y venía de Cuba todos los años para ver a su hija y sus nietos. En esos tiempos yo estaba abierta a la experimentación con muchas prácticas espirituales/esotéricas y le había dicho que la quería conocer. Él, sorprendentemente, se había negado varias veces. Estaba convencido de que había conseguido un trabajo gracias a ella cuando tras muchos meses en el paro le pidió un conjuro… y al día siguiente el conjuro funcionó y le llamaron de un trabajo. Desde entonces, el confiaba ciegamente en ella y en sus poderes. Aquel día había ido a verla para pedirle ayuda para que nuestra relación fluyese mejor. Ella le dijo que no íbamos a acabar nuestra vida juntos y que no era posible hacer el conjuro porque yo arrastraba entes difuntos que exigían limpiezas y rituales previos. Acepté porque él me lo pedía, porque era importante para él, no porque creyese que había un problema insalvable. Yo confiaba en él, ¿por qué no hacerlo? Cometí la mayor imprudencia de mi vida».
Las consecuencias
Las consecuencias no tardaron en aparecer y a pesar de realizar todos los rituales recomendados, incluido rezar el padrenuestro y el avemaría a diario, y de entrevistarse con ella por separado. Habían visitado con ella incluso el Santuario de Calasparra, donde se venera a la Virgen de la Esperanza, dice Esther, «precisamente lo que la santera nos arrebató a los dos». Él se mostraba cada vez más crítico y ella se sentía extraña e irritable. Ocurrieron episodios raros e inquietantes durante esas semanas y también anteriormente porque no todo empieza cuando ella conoce a la santera fisicamente. Tres días después de que la santera le comunicara que la pareja estaba «fuera de peligro» gracias a las limpiezas, R. le anunció repentinamente que la abandonaba, que ya no quería estar más en esa relación pero que quería ser compañeros de piso. «Se me destituía de manera sumarísima de mi condición de pareja, su mujer, y madre de sus dos nenes, a un indeterminado y confuso estatus de amiga y compañera de piso de un plumazo y sin previo aviso. Fue un acto de una violencia brutal, un golpe traumático por el que todavía sufro secuelas», explica. Lo que vino después fueron meses muy duros, de altibajos. Esther intentaba al menos salvar la amistad que tanto valoraba, sin éxito. Esther llevaba pocos meses en Elche. Había decido dejar su vida anterior para acompañar a su pareja. No tenía familia, amigos o trabajo en los que refugiarse. Estaba en shock y desesperadamente sola. Inició entonces un viacrucis de sanadoras, curanderas, chamanes, videntes, mediums… para encontrar respuestas a lo que le pasaba. Sentía un fuerte intuición de que había algo siniestro con la santera. Empezaba a unir cabos y recordar muchos detalles inquietantes. Leia y preguntaba. Todo cuadraba. Se trataba de un caso de magia negra de libro.
- había cambiado repentinamente. Era otro hombre. Pasó de ser la bellísima persona que ella conocía, entregada y amorosa, a ser alguien brutal, insensible y errático: «Iba siempre muy justo de dinero pero daba lo que no tenía –pasaba mucho tiempo con la santera hablando de mí, le pagaba todo, incluso el billete de vuelta a Cuba – y sin embargo nunca asumió sus responsabilidades con respecto al piso que compartíamos, ni se disculpó por el dolor causado. Me gritaba que ya no confiaba en mí mostrando un resentimiento y rabia incomprensibles. Yo no entendía nada. Nunca hubo una conversación. Simplemente me borró de su vida. No he vuelto a saber nada de él ni de los niños, que yo consideraba mis propios hijos. Ha sido inhumano. Me acompaña a diario un sentimiento de vacío y orfandad profundo. Quiero precisamente que nadie lo tenga que experimentar».
El principio del fin del largo calvario de Esther fue providencial. Dejó Elche muy tocada psicológicamente para volver a su Zaragoza natal y cuidar de su madre, que acababa de tener un pequeño accidente. Se alejó de curanderos, videntes y de «ese círculo nocivo de personas sin escrúpulos o humanidad» y, en esa vuelta a las raíces, encontró escucha y comprensión en amigos de la infancia y en el entorno familiar. Habló con un sacerdote e incluso con el exorcista de la diócesis. Muchos creyeron su relato, otros no, y pusieron los cimientos de una nueva vida que está construyendo desde cero y con mucho esfuerzo. «He aprendido a ser extremadamente cuidadosa con las prácticas espirituales en las que participo y a desconfiar de la mayoría. He vuelto a ir a misa, a rezar con regularidad, a pedir por R. y por la santera, a santiguarme a diario con agua bendita… y todo ello me ha dado una paz infinita. Ha sido como un volver a casa, a mis raíces, a lo conocido y familiar donde puedo confiar que nadie me manipule, lance oscuros y terribles mensajes o pida dinero a cambio de limpiarme o protegerme de entes difuntos o energías malignas. Me protejo yo misma sintiendo amor, compasión y perdón por aquellos que actuaron desde la maldad».
Reconoce que, después de una experiencia así, la vida no se rehace rápidamente, pues tiene un impacto brutal: «Yo le he echado valor a la vida gracias a mi fuerza interior, mi sentido común y al sentimiento de compasión que me invadió al entender que él era una víctima y yo una víctima de una víctima. Es una experiencia compleja y multidimensional, que me ha transformado profundamente. Soy sin duda mejor ser humano. He aprendido a no juzgar y a estar alerta. Yo actué desde el amor. Si me ha pasado a mi, le puede pasar a cualquiera.»
La Cábala
El caso de María (nombre ficticio) tiene similitudes con el de Esther. Ella también se encontraba en un momento complicado de su vida, estaba muy deprimida y recibía atención psicológica. Y se topó, a través de un programa de radio, con la Cábala, una corriente esotérica inspirada en el judaísmo pero totalmente dentro de la galaxia New Age, que le pareció inocua, nada esotérica o siniestra, y sí divertida… Y empezó a investigar, a hacer cursos online que le sugerían un aparente crecimiento personal y psicológico –era su momento favorito del día–, pero detrás ocultaba algo que solo pudo apreciar cuando participó en uno de los encuentros físicos. Le chirriaron varias cosas: las malas relaciones entre grupos de distintas ciudades, la falta de relación entre hombres y mujeres, la rivalidad constante, o alguna de sus enseñanzas –decían que no se podía intervenir cuando otro estaba en una situación complicada porque eso es lo que tiene que ocurrir–, o el dinero –pedían una especie de diezmo–…
«Es una fábrica de psicópatas. Te lavan el cerebro hasta que no piensas por ti mismo. Y si no lo consiguen, te invitan a marcharte», narra. A ella la apartaron seis meses, pero ya no volvió. Gracias a la ayuda familiar, de su psicóloga y de un sacerdote de su parroquia, empezó a comprender lo que le había pasado. «Jamás pensé que me pudiera suceder algo así», concluye.
¿Quién responde a este desafío?
Las cifras y los testimonios son una realidad, pero la preocupación de la sociedad todavía es leve. Según RIES la implicación institucional es ambigua. Se llevan las manos a la cabeza, pero nadie hace nada. En todo el país, solo hay una administración con un servicio real de orientación y ayuda a las víctimas: el Ayuntamiento de Marbella». Sí hay un intercambio continuo de información, sobre todo desde la RIES, con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que «tienen muchas ganas de trabajar y de ayudar, pero tienen las manos atadas».
A nivel eclesial, Santamaría echa de menos un tratamiento «más oficial del tema». «Creo que gran parte de la jerarquía de la Iglesia no alcanza a percibir este problema», concluye.
Fran Otero @franoterof
(Foto: Agathe LM)
«Alejarnos de Dios es peor que cualquier posesión»
«Cualquier práctica dentro el ámbito del esoterismo y de lo oculto, y también el espiritismo o el deseo de contactar con los muertos… supone abrir puertas en nuestra vida a fuerzas de un orden distinto al natural. Esto, en la perspectiva cristiana, tiene un nombre: los ángeles caídos y rebeldes, los demonios». Así de tajante se muestra Luis Santamaría para referirse al riesgo de acabar poseído cuando «se juega» con estas prácticas. Continúa: «No todas las personas que llevan a cabo este tipo de prácticas acaban sufriendo una posesión, por supuesto. Pero sí es cierto que en un porcentaje altísimo las personas que son poseídas han realizado esas prácticas. Aunque, como ya he dicho, el mayor peligro es alejarnos de Dios. Eso es peor que cualquier posesión».
Santamaría está convencido de que el aumento de personas que acuden a la Iglesia pidiendo ayuda de un exorcista tiene que ver con la difusión de prácticas de la New Age, propuestas de meditación oriental, terapias espirituales alternativas, magia y adivinación, cultos sincretistas afroamericanos… «He preguntado a una importante cantidad de exorcistas españoles y de otros países: todos coinciden en apuntar a estas prácticas como origen de muchos problemas de los que “les dan trabajo”».