En una ceremonia multitudinaria presidida por el delegado del Papa Francisco, el cardenal Angelo Amato, fue beatificado Álvaro del Portillo, obispo, primer sucesor de san Josemaría Escrivá al frente del Opus Dei y uno de los protagonistas del Concilio Vaticano II. En el acto, al que asistieron fieles de cerca de 100 países, estuvo acompañado del cardenal Antonio María Rouco, arzobispo emérito de Madrid y del obispo prelado del Opus Dei, Javier Echevarría.
La ceremonia, concelebrada por 17 cardenales y 170 obispos, comenzó con la lectura por parte del vicario general del Opus Dei, Fernando Ocáriz, del mensaje enviado por el Papa Francisco. El Santo Padre destacó que “el beato Álvaro del Portillo nos enseña que la sencillez y la vida ordinaria son camino seguro de santidad” y recordó que “recorrió muchos países fomentando proyectos de evangelización, sin reparar en dificultades, movido por su amor a Dios y a los hermanos. Quien está muy metido en Dios sabe estar muy cerca de los hombres”.
Tras la fórmula solemne de beatificación pronunciada por el Cardenal Amato, fue descubierta la imagen del nuevo beato cuya fiesta se celebrará el 12 de mayo en las diócesis que la Santa Sede determine.
Otro momento importante fue el traslado al altar de las reliquias de Álvaro del Portillo, portadas por la familia Ureta Wilson, cuyo hijo José Ignacio, fue curado milagrosamente por intercesión del nuevo beato.
Multitudinaria participación internacional
La universalidad de la figura del nuevo beato ha quedado de manifiesto por la presencia de miles de fieles de cerca de cien países. En las primeras filas se encontraban más de dos centenares con algún tipo de discapacidad y representantes de las numerosas iniciativas sociales promovidas por el nuevo beato, especialmente en África y Latinoamérica. También asistieron familiares y autoridades civiles españolas e internacionales.
Fidelidad al Evangelio, a la Iglesia y al Papa
En su homilía, el cardenal Amato destacó que el nuevo beato: “vivió de modo heroico”, así como su “fidelidad al Evangelio, a la Iglesia y al Magisterio del Papa”. Álvaro del Portillo –explicó el cardenal- “huía de todo personalismo, porque transmitía la verdad del Evangelio, no sus propias opiniones”. Entre otras cosas, “destacaba por la prudencia y rectitud al valorar los sucesos y las personas; la justicia para respetar el honor y la libertad de los demás”.
Según el cardenal Amato, “el beato Álvaro del Portillo, nos invita hoy a vivir una santidad amable, misericordiosa, afable, mansa y humilde. Los santos nos invitan a introducir en el seno de la Iglesia y de la sociedad el aire puro de la gracia de Dios, que renueva la faz de la tierra”.
Las doscientas mil personas que se dieron cita en una explanada de 185 mil metros cuadrados en Valdebebas rezaron en las 13 capillas instaladas. Muchas de ellas comulgaron tras recibir el perdón en los 80 confesionarios distribuidos por el recinto. 1.200 sacerdotes repartieron la comunión. Los fieles asistentes, sumaron sus voces a las del coro surgido de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid 2011 en la interpretación de las canciones elegidas para la ceremonia.
Mons. Echevarría: una súplica especial por quienes sufren la persecución a causa de la fe
Al finalizar la celebración, Mons. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, dirigió unas palabras de agradecimiento a Dios, a la Iglesia y al Papa Francisco, al Papa emérito Benedicto XVI, a los cardenales Amato y Rouco, y a la Archidiócesis de Madrid, así como al coro, a los voluntarios y a los medios de comunicación, que han hecho posible que la ceremonia se haya seguido en televisiones de todo el mundo.
El prelado añadió: “La elevación a los altares de Álvaro del Portillo nos recuerda de nuevo la llamada universal a la santidad, proclamada con gran fuerza por el Concilio Vaticano II”. Y también se refirió al “gozo de san Josemaría Escrivá de Balaguer, al ver que este hijo suyo fidelísimo ha sido propuesto como intercesor y ejemplo a todos los fieles”.
Mons. Echevarría pidió a los presentes una súplica especial “por las hermanas y los hermanos nuestros que, en diversas partes del mundo, sufren persecución e incluso martirio a causa de la fe”.
La Iglesia Diocesana de Madrid se enorgullece de este hijo suyo
En sus palabras finales, el cardenal Antonio María Rouco resaltó el estrecho vínculo de Álvaro del Portillo con la ciudad de Madrid. “No sólo ni principalmente por razones históricas. Lo está también –explicó- por la influencia que su vida y escritos obran en los corazones de tantos fieles de esta Archidiócesis. Y por el bien espiritual y social que hacen tantas iniciativas que a él deben su primera inspiración.” Y concluyó afirmando que “el beato del Portillo, nacido aquí, es particularmente nuestro, y nos bendice especialmente desde el cielo”. Como “Iglesia diocesana –añadió- nos enorgullecemos de su fiel ayuda a san Josemaría en la difusión del mensaje del Opus Dei por todo el mundo y de su contribución al Concilio Vaticano II”.
Mensaje del Papa
Con motivo de la beatificación en Madrid (España) del obispo Alvaro del Portillo (1914-1994) -primer sucesor de San Josemaría Escrivá de Balaguer en la guía del Opus Dei- el Santo Padre ha enviado un mensaje al obispo Javier Echevarría, Prelado actual de la Obra que se ha leído durante la ceremonia, presidida por el cardenal Angelo Amato S.D.B, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. El mensaje está fechado el 26 de junio, festividad de San Josemaría Escrivá de Balaguer.
»Me gusta -escribe el Papa- recordar la jaculatoria que el siervo de Dios solía repetir con frecuencia, especialmente en las celebraciones y aniversarios personales: »¡gracias, perdón, ayúdame más!». Son palabras que nos acercan a la realidad de su vida interior y su trato con el Señor, y que pueden ayudarnos también a nosotros a dar un nuevo impulso a nuestra propia vida cristiana».
»En primer lugar, gracias. Es la reacción inmediata y espontánea que siente el alma frente a la bondad de Dios…. Él siempre nos precede. Por mucho que nos esforcemos, su amor siempre llega antes… Álvaro del Portillo era consciente de los muchos dones que Dios le había concedido, y daba gracias a Dios por esa manifestación de amor paterno. Pero no se quedó ahí; el reconocimiento del amor del Señor despertó en su corazón deseos de seguirlo con mayor entrega y generosidad, y a vivir una vida de humilde servicio a los demás. Especialmente destacado era su amor a la Iglesia, esposa de Cristo, a la que sirvió con un corazón despojado de interés mundano, lejos de la discordia, acogedor con todos y buscando siempre lo positivo en los demás, lo que une, lo que construye».
»Perdón. A menudo confesaba que se veía delante de Dios con las manos vacías, incapaz de responder a tanta generosidad. Pero la confesión de la pobreza humana no es fruto de la desesperanza… Es abrirse a su misericordia, a su amor… que no humilla, ni hunde en el abismo de la culpa, sino que… nos levanta de nuestra postración y nos hace caminar con más determinación y alegría. El siervo de Dios Álvaro sabía de la necesidad que tenemos de la misericordia divina y dedicó muchas energías personales para animar a las personas que trataba a acercarse al sacramento de la confesión, sacramento de la alegría».
»Ayúdame más. Sí, el Señor no nos abandona nunca… Su gracia no nos faltará, y con su ayuda podemos llevar su nombre a todo el mundo. En el corazón del nuevo beato latía el afán de llevar la Buena Nueva a todos los corazones. Así recorrió muchos países fomentando proyectos de evangelización, sin reparar en dificultades, movido por su amor a Dios y a los hermanos…. La primera condición para anunciarles a Cristo es amarlos, porque Cristo ya los ama antes. Hay que salir de nuestros egoísmos y comodidades e ir al encuentro de nuestros hermanos. Allí nos espera el Señor. No podemos quedarnos con la fe para nosotros mismos, es un don que hemos recibido para donarlo y compartirlo con los demás».
»El beato Álvaro del Portillo nos envía un mensaje muy claro, nos dice que nos fiemos del Señor, que él es nuestro hermano, nuestro amigo que nunca nos defrauda y que siempre está a nuestro lado. Nos anima a no tener miedo de ir a contracorriente y de sufrir por anunciar el Evangelio. Nos enseña además que en la sencillez y cotidianidad de nuestra vida podemos encontrar un camino seguro de santidad».