China. Tan cerca y tan lejos. Heredera de un imperio milenario, esa nación asiática es todavía una incógnita para el mundo occidental. Su modelo, una sorprendente mezcla entre comunismo y capitalismo, desafía a la más fina geopolítica. El renovado protagonismo de este gigante no atemoriza al Vaticano, dispuesto a acercar posiciones en un tortuoso diálogo institucional. Mientras tanto, el arte acorta distancias. Y la mirada de un pianista italiano desafía las convenciones: «No es positivo que exista un pensamiento occidental único. Y el gran contrapeso puede ser China»
«Cuando regresé a Pekín fue como volver a casa». La confesión de Paolo Vergari podría sorprender a un incauto. Allí donde los europeos se sienten incómodos, por diferencia de idioma y comprensión de la realidad, este artista hijo de campesinos goza de serenidad. Corría el año 2004 y él regresaba a la gran urbe china, por segunda vez en cuatro meses. Un viaje casual, que le abrió un nuevo mundo. Un compañero violinista le propuso sumarse a un grupo para ofrecer varios conciertos.
Así inició una exitosa carrera musical en el mercado chino que le llevó a presentarse en los más importantes teatros no solo de Pekín, sino también de Shanghái, Cantón, Shenyang, Shenzhen y muchas otras ciudades. Cuatro años atrás, gracias a una extenuante gira, ofreció con un grupo 23 conciertos en casi 45 días. Todo un récord. Además, ha dictado clases magistrales en la Kunming University de Yunnan.
Su mirada del pueblo chino no es la de un improvisado. «Ellos son fuertes y son conscientes de serlo. Es verdad, esto da un poco de miedo», reconoce en entrevista con Alfa y Omega. Su voz adquiere relevancia cuando vuelven a ser noticia las tormentosas relaciones entre la Santa Sede y China, que llevan más de 70 años de ruptura en sus relaciones diplomáticas bilaterales.
El 29 de marzo el director de la sala de prensa vaticana aclaró que no existe «ninguna firma inminente» de un acuerdo entre ambas partes. Y precisó que el Papa Francisco sigue muy de cerca, en contacto con sus colaboradores, «los pasos del diálogo en curso». Con esas palabras, Greg Burke confirmó dos cosas: que hay conversaciones abiertas y que apuntan a establecer un acuerdo bilateral, aunque no se dará tan rápidamente como se había especulado.
Por su parte, funcionarios chinos han declarado varias veces en las últimas semanas que Pekín busca construir una «relación fructífera» con la Santa Sede. Cercanía que ha despertado recelo y algunas críticas, tanto en Europa como en Estados Unidos.
¿Qué es la libertad?
Vergari se mantiene al margen de la política y la diplomacia. Pero es, quizás, el pianista que más sabe de China. No solo porque permanece en ese país durante largos periodos, con dos o tres viajes por año, sino porque siente una íntima conexión con aquella cultura. Como un moderno Matteo Ricci (1552-1610), aquel sacerdote jesuita que logró ser aceptado en la corte del emperador y hoy es el único personaje occidental reconocido por su contribución a la historia del país.
«En China puedes hacer muchísimas cosas, pero muchas. Un músico es valorado y es bien pagado, incluso mejor que en otros países. Aunque el motivo de mi trabajo ahí es tener relación con otra cultura totalmente distinta, porque es automático: lo que aquí es negro, allá es blanco», cuenta.
Reconoce que el pujante desarrollo chino despierta interrogantes. Y explica, una y otra vez, cómo ningún occidental podría decir que conoce de verdad al país, uno de los más vastos del planeta. Pero detrás de estas premisas se anima a proponer reflexiones punzantes. «[En Europa] solemos decir: “Ahí no hay libertad”. Pero se podría pensar al revés y cuestionar: “¿Ustedes piensan que tienen libertad de verdad? ¿O es solo una teoría? Entonces algunos replican: “En China uno no puede hacer lo que quiera”. Entonces pregunto: “¿La libertad entonces es hacer lo que uno quiera?”».
Paolo Vergari con un grupo de niños, tras un concierto en Foshán, provincia de Guangdong, en 2013.
(Foto: Paolo Vergari)
Su mirada resulta políticamente incorrecta. Ácida. «¿Nosotros en Occidente somos libres porque podemos portar un arma e ir a disparar en una escuela? Si pensamos así, no se terminaría jamás la comparación. En cambio, la cosa cambia cuando se piensa en un contrapeso. Para mí no es positivo que exista un pensamiento occidental único. Porque nosotros llegamos a un cierto nivel de cultura, ¿entonces somos los mejores? Aunque en ambas partes existen situaciones discutibles, que no nos gustan, el camino de la humanidad es la diversidad».
«Un país que no se doblega»
Ese nuevo protagonismo chino, al que no teme el Vaticano, es producto de años de una transformación. Lo hace notar Vergari. Él lo destaca como «un país que no se doblega» sino que es orgulloso y difunde su cultura. «Para mí eso no está mal, al contrario», precisa. Al mismo tiempo, señala, en ellos existe un «deseo genuino» de mostrar la propia riqueza al mundo, sin afán de predominar. «Los veo más interesados en aprender y mejorar», pondera.
«Para los chinos, hasta un cierto periodo, todo lo que estaba fuera de su territorio eran bárbaros. Además en su visión del mundo existe siempre un hombre fuerte, está implícito», precisa. Y recuerda que ese país vivió muchos años de sufrimiento, colonización y engaño. Después vino una «transformación cultural de conciencia nacional», añadió.
«Yo conocía la historia de Mao Tse Tung desde pequeño. Leí un poco de historia y descubrí que él, en práctica, puso de rodillas al país. Murieron muchas personas, fue un desastre político y económico. Pero cada vez que llegaba a China veía esta imagen de Mao y decía: ¿Cómo es posible? Ellos saben lo que hizo, no son tontos. Pero existe siempre el respeto, la identidad china siempre es más fuerte».
Algo similar ocurre con los chinos en Estados Unidos u otros países. Su identidad se mantiene arraigada por tres o cuatro generaciones. Solo después del paso de muchos años ellos se consideran estadounidenses. «Esto explica por qué los vemos un poco cerrados, es porque la preservación de la cultura es fortísima», dice.
Andrés Beltramo Álvarez (Ciudad del Vaticano)
Imagen: Paolo Vergari enseña a tocar el piano a una niña en Chongqing, China, en 2005.
(Foto: Paolo Vergari)
Reconocimiento al Papa
Más adelante, Vergari constata que el Papa es «conocido y respetado» en China y ejerce allí una «particular atracción». Para los ciudadanos, él no es simplemente un jefe de Estado. Su figura va más allá, por su cercanía y su capacidad para romper esquemas. «Los cristianos que encontré en China son bellas personas, dispuestas a vivir su cristiandad con la conciencia de ser comunidades pequeñas, pero sin miedo y sin complejos», abunda.
Una mujer, en oración, en Pekín, este Jueves Santo. (Foto: AFP Photo/Greg Baker)
En su fuero íntimo, Vergari es consciente de que su mirada es, quizás, demasiado optimista. Por eso, aclara con fuerza: «¡No crea que hago propaganda!». Aún así, prefiere quedarse al margen de las valoraciones políticas, buscando, a toda costa, el equilibrio. Al mismo tiempo, asegura que China es un «terreno fértil» para el diálogo. Esto cuando, paradójicamente –hace notar–, en varios países occidentales decirse cristiano puede resultar problemático.
«Nunca he sentido aquí un clima de dictadura. Está claro que te controlan. La pregunta es: ¿no nos controlan también en nuestros países? ¿No somos manipulados también? Basta ver los últimos acontecimientos, como el caso Facebook».
Y concluye: «China puede dar tanto al mundo cristiano, a esta profundidad del hombre que Jesús nos ha revelado. Pero para recibir se necesita ir con corazón abierto, sin la armadura y recibiendo».