El monarca Leovigildo le declaró la guerra al príncipe Hermenegildo por desobediente, desatándose así las primeras contiendas religiosas en la Península.
Hermenegildo no tuvo la fortuna de ser el hijo pródigo -ese que sin importar lo que hiciera, siempre podría regresar al «compasivo» abrazo de su padre- del rey Leovigildo. Este soberano mandaría decapitar a su vástago, por desobediente en el año 585.
Después de convertirse al catolicismo, no solo se enfrentaría a las tropas del monarca, sino que también a la traición del Imperio bizantino. Tristemente, sin ninguna gloria aunque con una piadosa oferta de perdón, el rebelde príncipe aún se atrevería a retar a su padre una vez más; cuando se negó a recibir la comunión de un obispo arriano.
«España es devastada por invasiones sucesivas. Mientras que los vándalos sólo van de paso para instalarse en África, los visigodos conquistan España y Aquitania. Los vándalos y los visigodos son arrianos intolerantes. Por otra parte, a España le falta una unidad política. Los bizantinos, en el siglo VI, poseen la banda costanera del sudeste (son expulsados de allí en el año 625). Los suevos han permanecido independientes en Galicia. Su reino se convirtió al catolicismo en el año 560, pero luego lo absorbió en 585 el rey visigodo y arriano Leovigildo», explicaron J.B. Duroselle y J.M. Mayeur en su obra «Historia del catolicismo».
Los dos hijos del monarca (Recaredo y Hermenegildo) habían sido arrullados en el arrianismo, la religión con la que los visigodos habían penetrado la Península; y cuyo dogma «cristiano» negaba la Trinidad, o la divinidad de Jesucristo. Sin embargo, existía una «tolerancia» hacia aquella minoría hispanorromana que se mantenía fiel al catolicismo. No obstante, la suerte de estas tierras cambiaría en el momento que al señor padre se le ocurrió matrimoniar a su hijo con Ingunda, la hermana del rey franco Childeberto II.
El torpe intento de Leovigildo por enmendar las relaciones diplomáticas entre ambos credos, se desencadenaría en una funesta masacre y la terrible pérdida de su hijo. Quien aferrado apasionadamente a su nueva fe, se rebelaría una y otra vez sin arrepentimiento contra el rey. Y como no había manera de sacarle la idea de la cabeza, el soberano mandaría cortársela.
La nuera, el dolor de cabeza de Leovigildo
«El rey había sido antes muy benévolo con el catolicismo y se había casado con Teodosia, católica y hermana de San Leandro y de San Isidoro, obispos de Sevilla. Muerta su esposa, contrajo matrimonio con una arriana, y comenzó a perseguir a los católicos, especialmente cuando se enteró de que su hijo Hermenegildo, adoctrinado por su tío San Leandro, se había convertido al catolicismo. Se desencadenó entonces una guerra civil entre católicos y arrianos», sostienen Pietro Tacchi Venturi y Félix García Moriyón en el libro «Historia de las religiones».
Por orden de su padre, el príncipe se casaría con Ingunda y posteriormente sería destinado a Bética; para desempeñar como gobernador de esta provincia. Una vez allí, extrañando el buen consejo de su padre, congeniaría con su tío Leandro, obispo católico de Sevilla.
Sin embargo aunque el clérigo e Ingunda tenían las mejores intenciones para con Hermenegildo, inconscientemente lo terminarían condenando tras convertirlo al catolicismo. Esta prueba de amor, le costaría el respeto de Leovigildo como también la paz peninsular. Y sin ánimo de retractarse, se enfrentará a la furiosa declaración de guerra del rey; librándose así una de las primeras guerras de religión en la patria.
El historiador José Orlandis explicó en su obra «Historia del reino visigodo español»: «En ningún momento emprendió Hermenegildo una acción ofensiva hacia el corazón de la Península. La guerra civil fue, por su parte, una lucha defensiva donde la iniciativa militar la tuvo siempre Leovigildo».
La traición del Imperio Bizantino
Durante la contienda, Hermenegildo solicitó el refuerzo de sus correligionarios bizantinos para hacer frente al ejército de su padre en la provincia de Lusitania. No obstante, el gobernador imperial de Hispania -quien le había dado su palabra al príncipe- fue preso de la codicia; aceptando la deshonrosa mordida de Leovigildo. Y por esta razón, ante la falta de soldados el converso huyó hacia Bética; donde se refugiaría junto a Indunga en el Castillo del Oeste en Sevilla.
Leovigildo logró obviar ese peligro comprando con un soborno de 30.000 «sueldos» entregados al gobernador imperial en Hispania para la retirada de la ayuda a Hermegildo», relató Orlandis.
Durante un año las fuerzas del rey, trataron desquiciadamente de obtener la rendición de Hermenegildo. Su hermano, Recaredo le ofreció el perdón del rey, pero solo si se entregaba. Ya sin fuerzas, es trasladado de una prisión a otra. Un día tras las rejas, recibió noticias de su cuñado Childeberto II, quien le animaba a seguir expandiendo la fe de Roma. No obstante, aunque el refuerzo militar del monarca de los francos prometía, la defensa del catolicismo peninsular seguía siendo una misión suicida; pues las fuerzas arrianas seguían superándolos en número en su honorable causa. Como era de esperar, volvió a ser arrestado con el ultimátum de Leovigildo, quien le dejó dos opciones: «vivir o morir». Hermenegildo prefirió quedarse sin cabeza y servir de impulso para la futura conversión de los arrianos.
«En su reinado tiene lugar la guerra civil entre católicos y arrianos, siendo San Hermenegildo muerto por fanáticos arrianos. Sin embargo, la conversión de Recaredo al catolicismo en 589, y más tarde la abolición de las leyes que prohibían los matrimonios entre visigodos e hispanorromanos, estabilizó la monarquía visigoda», sostuvo Orlandis.
En 1585, Hermenegildo fue canonizado como mártir de la Iglesia católica.
Eugenia Miras/ABC (Foto: ABC)