Las monjas de clausura descalzas reales son clarisas franciscanas, de la Orden de las Hermanas Pobres de Santa Clara.
Este monasterio de Nuestra Señora de la Consolación, erigido en 1559 con clarisas de Gandía y otras jóvenes de la nobleza, fue fundado gracias a la hija menor de Carlos I e Isabel de Portugal, Juana de Austria, regente en España (1554-59) en ausencia de su hermano Felipe II, cuando se vino desde Portugal al quedar viuda del príncipe Juan Manuel. Había nacido en 1535 en la casa de Alonso Gutiérrez, tesorero del emperador, y la compró en 1555 para convento de una rama femenina de la Compañía de Jesús, que san Ignacio no quiso fundar. Pero a Juana de Austria se le permitió excepcionalmente emitir en secreto los votos religiosos a la manera de los escolares jesuitas. Y, por consejo de quien fue duque de Gandía, san Francisco de Borja, comisario entonces de los jesuitas en España, la casa fue para clarisas.
El arquitecto Antonio Sillero diseñó estancias para las monjas, residencia real, hospitalillo y hasta colegio para niñas huérfanas. La iglesia, del arquitecto Juan Bautista de Toledo, inaugurada el 8 de diciembre de 1564 tenía un retablo de Gaspar Becerra pero en 1862 un incendio destruyó el templo; se trajo entonces el retablo de mármol del noviciado de jesuitas de la calle San Bernardo, realizado en 1716 por Camillo Rusconi, que representa el éxtasis de san Juan Francisco de Regis. En el testero hay un altorrelieve de la Asunción de Nuestra Señora, porque en su fiesta comenzó a vivir la comunidad, y sobre el Sagrario está un icono de la Virgen del Milagro, tabla de Paolo de San Leocadio (1447-1519) que trajo Juana de la Cruz Borja, primera abadesa de las Descalzas Reales.
Por acuerdo del Patrimonio Nacional con las monjas, desde 1960 el monasterio puede ser visitado. Merece la pena por todo: iglesia y sepulcro de Juana de Austria, escalera y claustros, capillas y tapices, imágenes y cuadros, coro y relicario, y los niños Jesús de la llamada divina guardería.
Lo más original: el próximo 30 de marzo, Viernes Santo, se tiene por la tarde –como cada año– una procesión singular: el costado de un Cristo yacente, talla de Becerra, lleva un viril donde se expone la Sagrada Forma consagrada y se procesiona por un claustro para su adoración.
Joaquín Martín Abad