Dios es joven es el nuevo libro entrevista al Papa Francisco, que se publica coincidiendo con su encuentro con jóvenes de todo el mundo. El Pontífice habla de aspectos como la explotación laboral y «los padres adolescentes»
«Pienso que debemos pedirles perdón a los chicos porque no siempre los tomamos en serio», dice el Papa en su conversación conversación con el periodista y escritor Thomas Leoncini. Coincidiendo con el encuentro de Francisco con 300 jóvenes de todo el mundo, se presenta este 20 de marzo “Dios es joven”, que publica en Italia Mondadori y, en España, la editorial Planeta.
El Pontífice habla de aspectos como la difícil situación laboral de muchos chicos. «No se puede aceptar que muchísimos jóvenes sean explotados por quienes les dan trabajo con falsas promesas, con pagos que no llegan nunca, con la excusa de que son jóvenes y deben adquirir experiencia», afirma. «No podemos aceptar que quienes dan trabajo esperen de los jóvenes un trabajo precario y para colmo incluso gratuito, como sucede. Sé que hay casos de trabajo gratuito, y a veces incluso con una preselección para poderlo llevar a cabo. Esto es explotación y genera las peores sensaciones en el alma; sensaciones que poco a poco crecen y pueden incluso cambiar la personalidad de los jóvenes».
Pero además, asegura, toda la sociedad debe pedir perdón a los jóvenes porque les estamos educando en «una sociedad desarraigada, donde no se facilita que generen vínculos, provocando «una terrible alienación» que para una persona implica no tener «raíces, «no pertenecer a nadie».
El Papa alude a un episodio que vivó hace algunos años, al subirse a un taxi en Buenos Aires. «El conductor estaba muy preocupado, casi afectado, y me pareció enseguida un hombre inquieto. Me miró por el espejo retrovisor y me dijo: “¿Usted es el cardenal?”. Yo contesté que sí y él replicó: “¿Qué debemos hacer con estos jóvenes? No sé cómo manejar a mis hijos. El sábado pasado subieron al taxi cuatro chicas apenas mayores de edad, de la edad de mi hija, y llevaban cuatro bolsas llenas de botellas. Les pregunté qué iban a hacer con todas aquellas botellas de vodka, whisky y otras cosas; su respuesta fue: ‘Vamos a casa para prepararnos para la juerga de esta noche‘”. Este relato me hizo reflexionar mucho: esas chicas eran como huérfanas, parecía que no tuvieran raíces, querían convertirse en huérfanas de su propio cuerpo y de su razón. Para garantizarse una velada divertida, tenían que llegar ya borrachas. Pero ¿qué significa llegar a la juerga ya borrachas?».
Francisco habla también del miedo a envejecer que se percibe hoy en muchas personas, como si esto fuera «sinónimo de una vida agotada», y lamenta que «hay demasiados padres con cabeza adolescentes».
Para el Papa, de hecho, lo que se necesita hoy es «el diálogo de los jóvenes con los ancianos: una interacción entre viejos y jóvenes, incluso saltándonos, temporalmente, a los adultos. Jóvenes y ancianos deben hablarse y deben hacerlo cada vez más a menudo: ¡es algo muy urgente!», asegura. «Pero esta sociedad rechaza a los unos y a los otros, rechaza a los jóvenes al igual que rechaza a los viejos. Y, sin embargo, la salvación de los viejos es darles a los jóvenes la memoria, y esto convierte a los viejos en unos auténticos soñadores de futuro; mientras que la salvación de los jóvenes es tomar estas enseñanzas, estos sueños, y seguir en la profecía. […] Viejos soñadores y jóvenes profetas son el camino de salvación de nuestra sociedad desarraigada: dos generaciones de rechazados nos pueden salvar a todos».
Algunos fragmentos del libro
A menudo se invita a los jóvenes —sobre todo lo hacen adultos ricos— a no pensar demasiado en el dinero porque cuenta poco, pero hoy, en la mayoría de los casos, el dinero que un joven busca es el necesario para la supervivencia, para poderse mirar en el espejo con dignidad, para poder construir una familia, un futuro. Y sobre todo para empezar a no depender ya de los padres. ¿Qué piensa de esto?
Pienso que debemos pedirles perdón a los chicos porque no siempre los tomamos en serio. No siempre los ayudamos a ver el camino y a construirse aquellos medios que podrían permitirles no acabar rechazados. A menudo no sabemos hacerles soñar y no somos capaces de entusiasmarlos. Es normal buscar dinero para construir una familia, un futuro, y para salir de ese papel de subordinación a los adultos que hoy los jóvenes sufren durante demasiado tiempo. Lo que cuenta es evitar experimentar la codicia de la acumulación. Hay personas que viven para acumular dinero y piensan que tienen que acumularlo para vivir, como si el dinero se transformara después en alimento también para el alma. Esto significa vivir al servicio del dinero, y hemos aprendido que el dinero es concreto, pero dentro tiene algo de abstracto, de volátil, algo que de un día para otro puede desaparecer sin previo aviso; piensa en la crisis de los bancos y en las recientes suspensiones de pagos. […]
El trabajo es el alimento del alma, el trabajo sí puede transformarse en alegría de vivir, en cooperación, en suma de intentos y en juego de equipo. El dinero, no. Y el trabajo debería ser para todos. Cada ser humano debe tener la posibilidad concreta de trabajar, de demostrarse a sí mismo y a sus seres queridos que puede ganarse la vida. No podemos aceptar la explotación, no se puede aceptar que muchísimos jóvenes sean explotados por quienes les dan trabajo con falsas promesas, con pagos que no llegan nunca, con la excusa de que son jóvenes y deben adquirir experiencia. No podemos aceptar que quienes dan trabajo esperen de los jóvenes un trabajo precario y para colmo incluso gratuito, como sucede. Sé que hay casos de trabajo gratuito, y a veces incluso con una preselección para poderlo llevar a cabo. Esto es explotación y genera las peores sensaciones en el alma; sensaciones que poco a poco crecen y pueden incluso cambiar la personalidad de los jóvenes.
Los jóvenes piden ser escuchados y nosotros tenemos el deber de escucharlos y acogerlos, no de explotarlos. No valen excusas.
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¿Y los que gobiernan piensan en estas palabras de Jesús?
(Se refiere a estas palabras «Quien quiera ser grande entre vosotros servirá, y quien quiera ser el primero de entre vosotros será esclavo de todos. Ni siquiera el hijo del hombre ha venido para que le sirvan, sino para servir» (Marcos 10, 43))
Gobernar es servir a cada uno de nosotros, a cada uno de los hermanos que forman el pueblo, sin olvidar a ninguno. Quien gobierna debe aprender a mirar hacia lo alto solo para hablar con Dios y no para jugar a ser dios. Y debe mirar hacia abajo solo para levantar a quien ha caído.
La mirada del hombre debe ir siempre en estas dos direcciones. Si queréis ser grandes, mirad hacia arriba a Dios y hacia abajo a quien ha caído: las respuestas a las preguntas más difíciles se encuentran siempre mirando en estas dos direcciones a la vez.
¿Cuál es la peor consecuencia del pecado en que puede caer quien tiene el poder?
La peor consecuencia del pecado en que puede caer quien tiene el poder es seguramente la destrucción de sí mismo. Pero hay otra, que no sé si es la peor, pero que es muy recurrente: acabar por resultar ridículo. Y del ridículo no se vuelve.
¿Cuál fue una de las figuras más ridículas de la historia? En mi opinión, Poncio Pilatos: si hubiera sabido que tenía delante al Hijo de Dios, y que el Hijo de Dios había usado su poder para lavarles los pies a sus discípulos, ¿acaso se hubiera lavado las manos? ¡Creo que no!
El evangelista Juan nos cuenta que el Señor era consciente de tener todo el poder del mundo en sus manos. ¿Y qué decidió hacer con todo ese poder? Un único gesto, que fue un gesto de servicio, en concreto el servicio del perdón. Jesús decidió que el poder se tenía que transformar, desde ese momento y para siempre, en servicio. ¿Cuál ha sido el verdadero mensaje profético de todo esto? Ha hecho caer a los poderosos de sus tronos y ha ensalzado a los humildes. El poder es servicio y debe permitirle al prójimo sentirse bien cuidado, cuidado como corresponde a su dignidad. El que sirve es igual que el que es servido.
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Parece que crecer, envejecer, estancarse es algo malo. Es sinónimo de vida agotada, insatisfecha. Hoy parece que todo esté maquillado y enmascarado. Como si el propio hecho de vivir no tuviera sentido. ¡Recientemente he hablado de lo triste que es que alguien quiera hacerse un lifting incluso en el corazón! ¡De lo doloroso que es que alguien quiera borrar las arrugas de tantos encuentros, de tantas alegrías y tristezas! Demasiado a menudo hay adultos que juegan a ser jovencitos, que sienten la necesidad de ponerse al nivel del adolescente, pero no entienden que es un engaño. Es un juego diabólico. No logro comprender cómo es posible que un adulto sienta que compite con un muchacho, pero lamentablemente sucede cada vez más a menudo. Es como si los adultos dijeran: «Tú eres joven, tienes esta gran posibilidad y esta enorme promesa, pero yo quiero ser más joven que tú, yo puedo serlo, puedo fingir que lo soy y ser mejor que tú también en esto».
Hay demasiados padres con cabeza adolescente, que juegan a la eterna vida efímera y, más o menos conscientemente, convierten a sus hijos en víctimas de este perverso juego de lo efímero. Pues, por un lado, educan a hijos sumidos en la cultura de lo efímero y, por otro, hacen que crezcan cada vez más desarraigados, en una sociedad que llamo por ello desarraigada.
Hace algunos años, en Buenos Aires, cogí un taxi: el conductor estaba muy preocupado, casi afectado, y me pareció enseguida un hombre inquieto. Me miró por el espejo retrovisor y me dijo: «¿Usted es el cardenal?». Yo contesté que sí y él replicó: «¿Qué debemos hacer con estos jóvenes? No sé cómo manejar a mis hijos. El sábado pasado subieron al taxi cuatro chicas apenas mayores de edad, de la edad de mi hija, y llevaban cuatro bolsas llenas de botellas. Les pregunté qué iban a hacer con todas aquellas botellas de vodka, whisky y otras cosas; su respuesta fue: “Vamos a casa para prepararnos para la juerga de esta noche”». Este relato me hizo reflexionar mucho: esas chicas eran como huérfanas, parecía que no tuvieran raíces, querían convertirse en huérfanas de su propio cuerpo y de su razón. Para garantizarse una velada divertida, tenían que llegar ya borrachas. Pero ¿qué significa llegar a la juerga ya borrachas?
Significa llegar llenas de ilusión y llevando consigo un cuerpo que no se controla, un cuerpo que no responde a la cabeza ni al corazón, un cuerpo que responde solo a los instintos, un cuerpo sin memoria, un cuerpo compuesto solo por carne efímera. No somos nada sin la cabeza y sin el corazón, no somos nada si nos movemos presa de los instintos y sin la razón. La razón y el corazón nos acercan los unos a los otros de una manera real; y nos acercan a Dios para que podamos pensar en Dios y podamos decidir ir a buscarlo. Con la razón y el corazón podemos también entender quién está mal, identificarnos con él, convertirnos en portadores del bien y del altruismo. No olvidemos nunca las palabras de Jesús: «Quien quiera ser grande entre vosotros servirá, y quien quiera ser el primero de entre vosotros será esclavo de todos. Ni siquiera el hijo del hombre ha venido para que le sirvan, sino para servir» (Marcos 10, 43).
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Para entender a un joven debemos entenderlo en movimiento, no puedes estar quieto y pretender encontrarte con él en su longitud de onda. Si queremos dialogar con un joven, debemos ser flexibles, y entonces será él quien se ralentice para escucharnos, será él quien decida hacerlo. Y cuando se ralentice, empezará otro movimiento: un movimiento en el que el joven empezará a ir más lentamente para hacerse escuchar y los ancianos acelerarán el paso para encontrar el punto de encuentro. Se esfuerzan ambos: los jóvenes en ir más despacio y los viejos en ir más deprisa. Esto podría determinar el progreso. Querría aquí citar a Aristóteles, quien en su Retórica (II, 12, 2) dice: «Para los jóvenes el futuro es largo y el pasado corto; de hecho, al comienzo de la mañana aún no hay nada de la jornada para recordar, mientras que se puede esperar todo. Es fácil que se dejen engañar, por la razón que menciono, es decir, porque esperan fácilmente. Y son más valientes porque son impetuosos y les resulta fácil esperar, y de estas dos cualidades la primera les impide tener miedo y la segunda los vuelve confiados; de hecho, nadie teme nada cuando está enfadado, y esperar algo bueno da confianza. Y los jóvenes son susceptibles de enfadarse».
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Un joven tiene algo de profeta, y debe darse cuenta de ello. Debe ser consciente de que tiene las alas de un profeta, la actitud de un profeta, la capacidad de profetizar, de decir, pero también de hacer. Un profeta de hoy tiene capacidad de hacer reproches, pero también de mirar con perspectiva. Los jóvenes tienen estas dos cualidades. Saben reprochar, aunque muchas veces no expresan bien sus reproches. Y tienen también la capacidad de escrutar el futuro y mirar hacia adelante. Pero los adultos son crueles y dejan sola toda esta fuerza de los jóvenes. Los adultos a menudo desarraigan a los jóvenes, extirpan sus raíces y, en lugar de ayudarlos a ser profetas por el bien de la sociedad, los convierten en huérfanos y en desarraigados. Los jóvenes de hoy están creciendo en una sociedad desarraigada.
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Por eso una de las primeras cosas en las que tenemos que pensar como padres, como familias, como pastores, es en los escenarios donde arraigar, donde generar vínculos, donde hacer crecer esa red vital que nos permita sentirnos en casa. Para una persona, es una terrible alienación sentir que no tiene raíces, significa no pertenecer a nadie.
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Hoy, las redes sociales parecerían ofrecernos este espacio de conexión con los demás; internet hace que los jóvenes sientan que forman parte de un único grupo. Pero el problema es que internet implica su propia virtualidad: deja a los jóvenes en el aire, y por ello extremadamente volátiles. Me gusta recordar una frase del poeta argentino Francisco Luis Bernárdez: «lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado». Cuando vemos unas bonitas flores en los árboles, no debemos olvidarnos de que podemos gozar de esta visión solo gracias a las raíces.
Una manera poderosa de salvarnos creo que es el diálogo, el diálogo de los jóvenes con los ancianos: una interacción entre viejos y jóvenes, incluso saltándonos, temporalmente, a los adultos. Jóvenes y ancianos deben hablarse y deben hacerlo cada vez más a menudo: ¡es algo muy urgente! Y deben ser tanto los viejos como los jóvenes quienes tomen la iniciativa. Hay un pasaje de la Biblia (Joel 3, 1) que dice: «Vuestros ancianos tendrán sueños, vuestros jóvenes tendrán visiones».
Pero esta sociedad rechaza a los unos y a los otros, rechaza a los jóvenes al igual que rechaza a los viejos. Y, sin embargo, la salvación de los viejos es darles a los jóvenes la memoria, y esto convierte a los viejos en unos auténticos soñadores de futuro; mientras que la salvación de los jóvenes es tomar estas enseñanzas, estos sueños, y seguir en la profecía. […] Viejos soñadores y jóvenes profetas son el camino de salvación de nuestra sociedad desarraigada: dos generaciones de rechazados nos pueden salvar a todos.