Su pasión por África llevó a la religiosa y cirujana española Cristina Antolín a levantar un hospital en Yaundé de la mano de la Fundación Recover
Cuarenta años de vida religiosa dan para mucho. Y Cristina Antolín los ha vivido con intensidad. Después de más de tres décadas en África, esta monja cirujana ha regresado a Madrid para tomar las riendas de su orden religiosa, la Congregación Santo Domingo (más conocida como las Dominicas de Granada). Sus hermanas la eligieron el verano pasado como superiora general. «Me lo tomo como un paréntesis para abrir el corazón y que pueda entrar más gente», asegura esta mujer de espíritu inquieto y mirada bondadosa.
Su natural optimismo no le impide, sin embargo, echar la vista atrás de lo que ha sido sin duda su gran sueño: curar a los niños enfermos en África. «La gran ilusión de mi vida era ser médico y cirujano, pero también misionera. Mi problema era que yo nunca había visto una monja médico. Gracias a Dios he podido compaginarlo todo», afirma esta religiosa, que gracias a su incansable empeño y el apoyo de la Fundación Recover consiguió construir en 2008 un hospital en Yaundé, la capital de Camerún.
Acceso a la sanidad
El centro Hospitalario Dominicano San Martín de Porres, que la hermana Antolín ha dirigido durante casi una década, fue el primer y gran proyecto de la Fundación Recover, que desde entonces desarrolla y apoya la gestión de hospitales sin ánimo de lucro en distintos países africanos. Su objetivo es garantizar el acceso a la sanidad de la población, ya que la cobertura sanitaria en África es cien por ciento de pago, la prevención es deficiente y el diagnóstico, tardío. Solo en 2016, 26 centros sanitarios y hospitalarios recibieron ayuda de esta fundación para que se pudieran atender a 86.000 pacientes. Otros 14 fueron trasladados a nuestro país para poder ser operados.
«En el hospital de Yaundé empezamos con 10 pacientes y hoy atendemos a 350 personas al día. El número de pacientes ha crecido exponencialmente por el boca a oreja», comenta la hermana Antolín. Su centro, a diferencia de la sanidad africana, es mucho más accesible para la menguada economía de los ciudadanos camerunenses, cuyo salario medio no llega a los 40.000 francos CFA al mes (entre 80 y 100 euros). «En nuestro centro la gente valora mucho la calidez de la atención, la rapidez para recibir un tratamiento o pasar por una cirugía y también la limpieza», comenta esta religiosa, nacida en Orihuela (Alicante) en 1959, pero que ha pasado gran parte de su infancia y juventud en Granada.
En sus tres décadas de ejercicio de la medicina, la hermana Antolín ha visto de todo, sobre todo el sufrimiento que siempre trae consigo la enfermedad. «Ver a un niño morir en la consulta porque sus padres lo han traído demasiado tarde pensando que el paludismo se le iba a pasar es terrible. Piensas que ese niño no tendría que haber muerto. Eso ha sido mucho más duro que estar secuestrada».
Antes de recalar en Camerún, esta religiosa sufrió en primera persona la guerra en República Democrática del Congo (RDC). En la Navidad de 1996 fue secuestrada por los militares junto a seis hermanas de su comunidad y otros 31 misioneros. «En aquel momento pensé que no saldría viva de allí. Teníamos pavor de que nos convirtieran en las mujeres de los militares», comenta. Después de varios días de secuestro, las hermanas y otros religiosos consiguieron escapar gracias a la ayuda de los pigmeos, que los mantuvieron a salvo durante 11 días en la sierra hasta que el Ministerio de Asuntos Exteriores de España consiguió sacarlos a salvo del país. Aquella dura experiencia, sin embargo, no ha sido tan traumática como «no poder salvar la vida a una persona por no tener los conocimientos necesarios o por la falta de un especialista o anestesista que te pueda ayudar. Eso ha sido sin duda mucho más duro que la guerra».
Olla solidaria
Entre las nuevas obligaciones de la superiora general está la de visitar todas las comunidades de su congregación. Por ello, la religiosa acaba de regresar a Madrid de una visita a América Latina. «África era el sueño de mi vida pero esta nueva etapa no ha supuesto un corte porque siempre mi vida ha estado al servicio a Dios y ahora me pide otras cosas», comenta. En América, la religiosa he conocido otras realidades. La peor parte se la lleva, sin duda, Venezuela. «Las hermanas preparan todos los días la olla solidaria. Piden a los padres en los colegios que les traigan comida para repartirla por los barrios que no tienen».
Laura Daniele/ABC
Imagen: La hermana Cristina Antolín en el quirófano del hospital de Yaundé
(Foto: ABC)