Cuando alguien oye hablar de estética o de lo estético hoy en la vida corriente en la calle suele pensar en el cuidado y belleza del cuerpo. No va descaminado el pensamiento, aunque se queda corto. La palabra envuelve, como suele ocurrir, no poca profundidad y no poca contienda de ideas. Yo suelo entender por lo estético todo lo que hace referencia a una dimensión fundamental de la vida humana: la dimensión estética de la vida, que envuelve, no obstante, una dimensión esencial de la realidad, dimensión que, de algún modo, señala a la vida misma de Dios. La palabra hunde sus raíces en los albores mismos del pensamiento en Grecia. La aistheis denota en griego la sensibilidad, de manera que lo aisthitético hace referencia a lo sensible. Platón sitúa lo estético en un plano siempre inferior llamado a ser superado, tanto en la esfera del conocimiento (el conocimiento genuino ha de ser el conocimiento intelectual), como en la esfera propiamente estética. Aquí opone la belleza sensible o visible a la belleza invisible o inteligible. La primera sería una mera escalera para acceder a la segunda, escalera que, entonces, debería ser desechada. Si esto fuera así significaría que lo estético y la dimensión estética de nuestras vidas es solo un medio para acceder a nuestra auténtica condición: la espiritual. En tal caso, el verdadero fin estético de nuestras vidas sería la contemplación puramente inteligible de la Belleza Ideal-invisible; pero entonces esta contemplación ya no sería en absoluto estética, pues lo estético tiene que ver con lo sensible, con el acceso sentiente al mundo, a uno mismo y a los prójimos (y ello involucra nuestro cuerpo). La ciencia de la belleza ya no debería llamarse estética, como la bautizara Baumgarten en el siglo XVIII (kalología, propone Hegel, haciéndose cargo de que to kalón en griego es lo bello). La hipótesis platónica de que el ser humano es esencialmente alma condiciona toda su teoría estética y del arte y ha condicionado, según creo, una cierta actitud antiestética en nuestra civilización. Sin embargo, Cristo es la encarnación de Dios –Dios devenido estético– y su mensaje va esencialmente unido a la promesa de la resurrección del cuerpo. ¿Puede en este contexto situarse la perfección humana en una vida puramente espiritual que se haya desprendido de lo estético como un lastre ya no necesario? Creo que no, cuerpo y alma son dos dimensiones necesarias de la persona humana completa y por ello lo estético forma parte de nuestra perfección.
Víctor M. Tirado San Juan
Decano de la Facultad de Filosofía San Dámaso