Un periodismo católico centrado «únicamente información religiosa», como los «nombramientos de obispos o cardenales» y otros temas «de interés clerical» tiene sus días contados. Ahora bien, «si por periodismo católico entendemos un periodismo profesional cuya antropología está abierta a la trascendencia te puedo decir que el interés es brutal». Este es el diagnóstico de Jesús Colina, fundador y director editorial de Aleteia, que recoge uno de los Premios ¡Bravo!
Una redacción en siete idiomas. ¿Cómo funcionáis? ¿Un microcosmos del “caos” romano?
Bueno, ante todo puedo darte una buena noticia y es que ya publicamos en ocho idiomas, pues acabamos de lanzar el esloveno (además del español, inglés, francés, italiano, árabe, polaco y portugués). Aleteia.org se lanzó en 2013 y hoy tenemos entre 10 y 15 millones de usuarios únicos al mes y un alcance de 50 millones de personas en las redes sociales.
Somos un proyecto de nueva evangelización, es decir, nuestro objetivo es mostrar cómo el Evangelio constituye el secreto para encontrar esa felicidad que todos estamos buscando. El cristianismo no es un conjunto de normas, sino un camino de realización. Permíteme decírtelo con el lenguaje de mis hijos: es lo más «cool» que existe.
Tratamos de dar vida a esta visión fascinante en el mundo digital, en las redes sociales, a nivel global. Y para lograrlo hay un secreto que te puedo revelar: no solo necesitamos buenos comunicadores (periodistas, traductores, social media managers…) inspirados por el Evangelio; necesitamos también personas con experiencia y con esa misma inspiración en la gestión de un grupo multinacional, así como en estrategia y márketing digital. En pocas palabras hace falta un «dream team» y yo tengo la fortuna de ser parte de él.
Contamos con la suerte de tener como operador industrial al Grupo Media Participations, con sede en París, que entre otras cosas es el líder absoluto en Europa en la edición de comics, así como de algunas casas editoriales y publicaciones católicas: basta pensar en Magnificat en español.
Cada redacción lingüística tiene su propia organización. En total somos unas 60 personas trabajando en los ocho idiomas en Aleteia, incluyendo al departamento de tecnología, marketing.
Como puedes ver, la dirección editorial, basada en Roma, contribuye ofreciendo al visión del pontificado del Papa Francisco, que es vital para un proyecto como Aleteia, pero por otra parte es necesario encarnarla sobre el terreno, en la propia cultura de cada idioma, por eso tenemos sedes en Valencia (España), Beirut (para el mundo árabe), en París, Nueva York, Sao Paulo, Varsovia y Liubliana.
¿La versión española sigue siendo la más vista? ¿Y qué hay de la edición árabe, que empezó pisando muy fuerte? ¿Qué diferencias existen en cuanto a las preferencias de contenidos en unas y otras audiencias?
En español, la editora es Inma Álvarez (por cierto, una gran periodista que descubrió y lanzó Alfa y Omega), quien está haciendo un trabajo increíble para que Aleteia esté presente en los más de 21 países en los que el español es un idioma importante. Piensa que en estos momentos los dos países donde más se lee Aleteia en español son México y Estados Unidos. España se encuentra en quinta posición entre los países de lengua española (¡cómo ha cambiado el mundo!).
A nivel absoluto, en Aleteia cada mes asistimos a una auténtica carrera para saber si ha ganado en audiencia la versión española o la portuguesa. Esta última ha tenido un crecimiento bestial, sin duda ayudada por la situación cultural que les permite contar con un mercado inmenso, reunido en un gran país, Brasil, en el que por otra parte el interés religioso es enorme y dinámico.
La edición en árabe ha sido sin duda nuestro mayor éxito. Cuenta con un millón de lectores y son los más fieles: vienen casi diariamente a nuestro sitio. Faltaba una publicación de estas características entre esta comunidad cristiana que sufre persecución. Los testimonios que comparten todos los días estos lectores en Facebook son muy fuertes. Por desgracia, hemos perdido muchísimos lectores en Irak y Siria a causa de la situación, pero estamos creciendo mucho en Egipto, y en la diáspora.
Después de haber fundado Zenit y de trabajar como corresponsal de Alfa y Omega, ¿cómo te decidiste a emprender esta aventura? ¿Qué vacío o necesidad detectaste?
El trabajo en Alfa y Omega me ayudó a comprender el increíble interés por cuestiones de fondo que sienten muchas personas: tienen problemas existenciales y buscan repuestas. Por otra parte, hace unos siete años entré en contacto con la asociación María de Nazaret, que ha realizado un parque temático multimedia en esa ciudad de Tierra Santa, formada en buena parte por empresarios franceses. Juntos descubrimos que el estallido de las redes sociales constituía una oportunidad de evangelización sin precedentes. Fue así como nos lanzamos en esta aventura que parecía algo loca. Internet ha hecho caer muchísimos muros y esto constituye una oportunidad de diálogo de vida con personas de países como Irán o Qatar. Hace 10 años algo así parecía imposible.
Los contenidos en la primera etapa de Aleteia eran más informativos. Ahora hay más presencia de lo testimonial, a veces con contenidos sociales o familiares, más que estrictamente religiosos. Además de información, parece que muchos católicos hoy buscan contenidos que de alguna forma les pueda ayudar a vivir su fe en su vida cotidiana. ¿Es así?
Sí, has acertado. Poco a poco, gracias a la ayuda de nuestro director de estrategia, Jason Deal, nos hemos dado cuenta de que a la gente no le interesa mucho la información religiosa, que en ocasiones puede ser bastante clerical. Nuestros análisis y el análisis de datos de nuestra audiencia nos han hecho comprender que podemos ofrecer un servicio real a las personas en la medida en la que les ayudamos a resolver problemas en su vida. Si alguien está en depresión, o en proceso de divorcio, no creo que le sirva mucho el que le expliques en ese momento el argumento ontológico de santo Tomás para demostrar la existencia de Dios. Esa persona espera de ti en primer lugar que le comprendas, y en segundo lugar una inspiración para poder encontrar la fuerza. Si, además, le ofreces pistas concretas para tratar de resolver sus problemas, entre las cuales se encuentra también la Gracia, entonces puedes decir que realmente tu ayuda es relevante. Hemos comprendido que eso es lo que más nos pide la gente en las redes. Las personas que estamos en este proyecto hemos vivido en estos años un camino de “conversión” personal: predicar menos y escuchar mucho más. O, lo que es lo mismo: juzgar menos y amar más. De veras, ha sido un camino de conversión, empezando por mí mismo.
Has vivido en el Vaticano unos años de grandes cambios en muchos aspectos, y desde luego también en el informativo, con importantes mutaciones desde que tú llegaste. ¿Cómo describirías esa evolución?
Bueno, es alucinante. Llegué como corresponsal al Vaticano en septiembre de 1991. En esa época, el mundo era diferente: para recibir las noticias de la Sala de Prensa del Vaticano había que estar acreditado y poder acudir físicamente a mediodía para recibir el boletín impreso. Hoy cualquier persona desde Pekín o Moscú accede a esa información en tiempo real. Solo la cuenta Twitter del Papa ya ha superado los 45 millones de seguidores. Antes los grandes medios de información filtraban la información. Con frecuencia había dos encíclicas: una era la versión sintética que daban los medios en sus crónicas; otra era el documento escrito por Juan Pablo II. No siempre ambas versiones coincidían. Hoy un catequista en África ha leído la última homilía del Papa en su Misa diaria con su teléfono móvil. Pero al mismo tiempo las redes plantean un montón de desafíos. ¿Sabías que la fake news más difundida en vísperas de las últimas elecciones norteamericanas decía que el Papa Francisco había dado su bendición oficial al candidato que resultó después vencedor? Fake news, ha este tema el Papa ha dedicado el mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que publicará en los próximos días.
Hablemos del aspecto empresarial. Te lanzaste a este proyecto con compañeros de viaje muy «potentes», como algún antiguo alto responsable de Google. Sin embargo, son momentos muy difíciles para la empresa periodística en general, y para la católica en particular, que no acaba de definir un modelo de negocio. Entiendo que la respuesta a esta pregunta te daría para un libro, pero ¿cómo ves tú el futuro? ¿Hay, de entrada, un futuro para el periodismo católico?
Depende de lo que entendamos por periodismo católico. Si por periodismo católico entendemos únicamente información religiosa, centrada en nombramientos de obispos o cardenales, en temas de interés clerical, entonces creo que nos encontramos ante un sector de nicho, que está disminuyendo. Es un sector que podría compararse a la información taurina.
Sin embargo, si por periodismo católico entendemos un periodismo profesional, cuya antropología está abierta a la trascendencia gracias a la inspiración que ofrece el Evangelio, entonces, a la luz de nuestra experiencia, te puedo decir que el interés es brutal. En una época en la que han caído las ideologías, en la que la única ley que parece tener vigor universal es la oferta y la demanda, las personas siguen teniendo problemas existenciales muy serios y necesitan valores fundamentales.
El cristianismo, con todos los límites de sus cristianos, ha tenido constantemente la fuerza para ponerse en causa, renovarse, y ofrecer valores fundamentales capaces de iluminar con sentido a la vida de las personas. Ha dado vida a algunas de las manifestaciones más sublimes de la historia en el arte, la literatura, la justicia social (incluido el campo de la empresa) y el voluntariado. Si el periodismo católico es contar estas historias, entonces te puedo asegurar que hay un futuro radiante. Por cierto, buscamos jóvenes que sean capaces de contar esas historias en el mundo digital. Son nuestros maestros en la comunicación, sobre todo en redes como Instagram o en los nuevos formatos audiovisuales.
Te puedo asegurar que para un periodista cristiano hacer este trabajo es una pasada: la mayor gracia que podría haber soñado.
Ricardo Benjumea