La corresponsal de COPE y colaboradora de Alfa y Omega relata cómo son las rutinas a bordo del Pastor One, el avión de Francisco
No siempre se tiene la oportunidad de escribir una crónica desde el cielo, mientras el avión que traslada a Francisco hasta Chile, como primera escala, recorre 12.500 kilómetros a lo largo de 16 horas. El día de partida en un vuelo papal comienza muy temprano. Si el despegue, como en el próximo viaje es a las 08.00 de la mañana, toca pasar revista hacia las 04:00 en el Aeropuerto romano de Fiumiccino. Es mucho lo que hay que preparar para cada viaje y lo normal es que muy pocos puedan conciliar el sueño.
Junto a los periodistas, al Papa siempre le acompaña un pequeño séquito en el que nunca falta el secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin y algunos miembros de la Curia cuyo trabajo está relacionado con los países que visita el Pontífice, a los que hay que añadir los miembros de la Guardia Suiza que forman parte de la seguridad personal del Papa.
No siempre es fácil poder formar parte del vuelo papal. Son muchos los periodistas y medios de todo el mundo que solicitan viajar en el que familiarmente denominamos Pastor One y no es posible conseguir plazas para todos. La Santa Sede tiene la última palabra, pero en ningún caso quedan excluidos los periodistas menos afines. Influye, sobre todo, la capacidad que tiene el medio de hacer llegar la información al mayor número de personas. Los medios para los que trabajan los periodistas y técnicos son los que asumen los costos del pasaje. Y siempre se reservan unas plazas para que puedan subirse en el avión los medios de los países a los que el Papa realiza el viaje.
La corresponsal de COPE, Eva Fernández
Sala de Prensa volante
Los periodistas siempre son los primeros en subir al avión. Es el momento del «sálvese quien pueda» y de poner en marcha una auténtica coreografía técnica, en la que cables, cámaras, trípodes y grabadoras deben instalarse con la mayor celeridad posible para que todo esté a punto antes del despegue, incluidas las pruebas de sonido. No se sabe muy bien cómo, pero en pocos minutos todo está en su sitio. La parte trasera del avión queda convertida en una Sala de Prensa internacional en la que poder trabajar durante el vuelo.
En cuanto el Papa Francisco sube al avión el despegue es inmediato. Los primeros en recibirle y saludarle a bordo son los miembros de la tripulación. Casi todos solicitan con mucho tiempo poder formar parte del vuelo y es muy frecuente ver en sus ojos la emoción que sienten tras haber podido charlar con el Papa unos breves minutos.
Aunque no existan normas escritas, el protocolo exige vestir de oscuro, los hombres siempre con traje y corbata, aunque se lleve un percing en la oreja que delate que no es la ropa habitual que se utiliza y aunque se viaje al calor tropical, como ocurre en Chile y Perú.
¡Atención, que llega el Papa!
En cuanto el avión alcanza la velocidad de crucero, todas las cabezas de los periodistas están pendientes de las famosas cortinillas que separan las distintas partes del avión. En cualquier momento aparecerá el Papa Francisco, acompañado por el director de la Oficina del Prensa del Vaticano, Greg Burke, y el colombiano monseñor Mauricio Rueda, responsable de organizar los viajes del Papa desde 2016. En muchas ocasiones Francisco hasta ha pedido disculpas a los periodistas por el calor que se va a pasar en esos países y por el esfuerzo de los profesionales a la hora de seguirle en agendas tan apretadas. Lo que resulta realmente impresionante es cómo a los 81 años el Papa Francisco puede seguir un ritmo que agotaría a dos personas de 40.
Por muchos vuelos que se realicen, no resulta fácil explicar la sensación que se tiene al estrechar la mano de una Papa, recibir su sonrisa, poder ver de cerca sus ojos verdes y –con suerte– intercambiar unas breves palabras con la misma confianza que emplearías con tu padre. Existen una serie de normas no escritas, llenas de sentido común, cumplidas por todos, como la de no aprovechar un descuido del Papa para ponerle delante un micrófono o una grabadora, ponerle en una situación comprometida o pedirle alguna declaración exclusiva (si lo incumples, puede que sea la última vez que tu medio se sube a ese avión). Es el momento de entregarle cartas personales o algún pequeño regalo simbólico, enseñarle la fotografía de la familia, darle el dibujo que le han hecho los hijos, mostrarle algún libro escrito sobre él, y sobre todo es la mejor ocasión para quedarse muy sorprendido cuando el propio Papa pregunta por aquel familiar que está mal de salud y por el que el periodista le pidió que rezara en otro viaje. La memoria del Papa Francisco es prodigiosa.
Aunque todos los que viajamos en el vuelo estamos acreditados ante la Santa Sede, en este recorrido le acompaña siempre algún miembro de su seguridad personal, siempre pendiente de que algún palo-selfi no termine en el ojo de Francisco. No olvidemos que los Papas son de las personas más amenazadas y por lo tanto más custodiadas del mundo.
¿Cómo pasa el tiempo el Papa durante el vuelo?
En la parte delantera del avión se sienta el Papa y quienes le acompañan. En muchas ocasiones durante el despegue, (sin las cortinillas corridas), los que vamos detrás levantamos las cabezas para distinguir nítidamente el solideo blanco del Papa en el primer asiento, que contrasta visiblemente con el rojo de los cardenales. Frente a él suele colocarse un cuadro de la Virgen y el Papa aprovecha las horas para rezar y para trabajar en sus discursos, que en el caso de Chile y Perú serán 21. El tipo de servicio y atención que se tiene con el Papa Francisco durante el vuelo es el mismo que se aplica al resto del pasaje. Nadie viaja en clase Bussiness y los privilegios y el menú son los mismos que los de cualquier vuelo transatlántico largo como el que hoy se inicia.
Como es tradición, el Papa Francisco envía un telegrama al jefe del Gobierno de cada país por el que se viaja, empezando siempre, lógicamente por Italia
Y una vez aterrizados, comienza la aventura. Lo que ocurre en el vuelo de regreso lo dejamos para otra entrega.
Eva Fernández/cope.es
(Foto: L’Osservatore romano)