«Seguir a Jesús no es como un protocolo de cortesía que hay que respetar, sino un éxodo que hay que vivir», advierte Francisco al celebrar la Solemnidad de la Epifanía en la basílica de San Pedro
«¿Por qué sólo vieron la estrella los Magos?» El Papa sorprendía a los asistentes a la Misa en la basílica de San Pedro con esta pregunta. «Tal vez –fue su respuesta– porque eran pocas las personas que alzaron la vista al cielo».
«Con frecuencia en la vida –advirtió– nos contentamos con mirar al suelo: nos basta la salud, algo de dinero y un poco de diversión. Y me pregunto: ¿Sabemos todavía levantar la vista al cielo? ¿Sabemos soñar, desear a Dios, esperar su novedad, o nos dejamos llevar por la vida como una rama seca al viento?», añadió. «Los Reyes Magos no se conformaron con ir tirando, con vivir al día. Entendieron que, para vivir realmente, se necesita una meta alta y por eso hay que mirar hacia arriba».
Pero ojo. Hay distintos “tipos de estrella”, no todas son iguales. «La estrella de Jesús no ciega, no aturde, sino que invita suavemente. Podemos preguntarnos qué estrella seguimos en la vida. Hay estrellas deslumbrantes, que despiertan emociones fuertes, pero que no orientan en el camino. Esto es lo que sucede con el éxito, el dinero, la carrera, los honores, los placeres buscados como finalidad en la vida. Son meteoritos: brillan un momento, pero pronto se estrellan y su brillo se desvanece. Son estrellas fugaces que, en vez de orientar, despistan. En cambio, la estrella del Señor no siempre es deslumbrante, pero está siempre presente: te lleva de la mano en la vida, te acompaña. No promete recompensas materiales, pero garantiza la paz y da, como a los Magos, una “inmensa alegría” (Mt 2,10)».
El Papa bendice a una familia durante el ofertorio
Arriesgar por Jesús
El «problema» es que esa estrecha requiere acción, «el esfuerzo diario de la marcha». «No esperar; arriesgar. No quedarse quieto; avanzar. Jesús es exigente: a quien lo busca, le propone que deje el sillón de las comodidades mundanas y el calor agradable de sus estufas. Seguir a Jesús no es como un protocolo de cortesía que hay que respetar, sino un éxodo que hay que vivir». «Pero vale inmensamente la pena, porque encontrando a ese Niño, descubriendo su ternura y su amor, nos encontramos a nosotros mismos».
En ese «ponerse en marcha» el Papa advierte frente a diversos frenos y amenazas, representadas por distintos personajes del Evangelio. Como Herodes, que «tiene miedo a la novedad de Dios» y «prefiere que todo permanezca como antes».
Está también «la tentación de los sacerdotes y de los escribas», que «es más sutil». «Ellos –explicó Francisco– conocen el lugar exacto y se lo indican a Herodes, citando también la antigua profecía. Lo saben, pero no dan un paso hacia Belén. Puede ser la tentación de los que creen desde hace mucho tiempo: se discute de la fe, como de algo que ya se sabe, pero no se arriesga personalmente por el Señor. Se habla, pero no se reza; hay queja, pero no se hace el bien. Los Magos, sin embargo, hablan poco y caminan mucho. Aunque desconocen las verdades de la fe, están ansiosos y en camino».
El Evangelio es don
Un momento de la homilía
Por último, el Pontífice se detuvo en como, al encontrar a Jesús, «hacen como él: dan. Jesús está allí para ofrecer la vida, ellos ofrecen sus valiosos bienes: oro, incienso y mirra». Así es como «el Evangelio se realiza cuando el camino de la vida llega al don. Dar gratuitamente, por el Señor, sin esperar nada a cambio: esta es la señal segura de que se ha encontrado a Jesús», «hacer el bien sin cálculos, incluso cuando nadie nos lo pide, incluso cuando no ganamos nada con ello, incluso cuando no nos gusta». Es esto lo que Dios quiere de nosotros. «Son precisamente aquellos que no tienen nada para dar a cambio, como el necesitado, el que pasa hambre, el forastero, el que está en la cárcel, el pobre», a quienes nos pide que ayudemos.
«Ofrecer un don grato a Jesús –concluyó el Papa– es cuidar a un enfermo, dedicarle tiempo a una persona difícil, ayudar a alguien que no nos resulta interesante, ofrecer el perdón a quien nos ha ofendido. Son dones gratuitos, no pueden faltar en la vida cristiana».
Ricardo Benjumea