El Papa Francisco se reunió con los periodistas durante el vuelo de regreso de Bangladesh y habló largo rato sobre el encuentro con los Rohinyá, diciendo que lloró y trató de que no se viera. Explicó también por qué no pronunció el nombre de la etnia en Myanmar. Pidió que le hicieran preguntas sobre el viaje, pero hizo una excepción para comentar la escalada de estos días y la amenaza de un conflicto nuclear
La crisis de los prófugos Rohinyá fue el centro del viaje. El viernes, en Bangladés, usted los nombró. ¿Le habría gustado poder usar esa palabra también en Myanmar?No fue la primera vez que he nombrado la palabra Rohinyá. Lo he hecho varias veces, en público, en la Plaza San Pedro. Ya se sabía lo que pienso y lo que había dicho. Su pregunta es interesante, porque me lleva a reflexionar sobre cómo trato de comunicar. Para mí, lo más importante, es que llegue el mensaje. Por ello hay que tratar de decir las cosas paso a paso, y escuchar las respuestas. A mí me interesaba que este mensaje llegara. Si en el discurso oficial hubiera dicho esa palabra, habría sido como azotarle la puerta en la cara a mis interlocutores. Pero describí la situación, hablé sobre los derechos de las minorías, para después permitirme, en las conversaciones privadas, ir más allá. Quedé satisfecho con esos coloquios: es cierto, no tuve el placer de azotar la puerta en público, pero tuve la satisfacción de dialogar, de hacer que el otro hablara y de decir lo que tenía que decir. Hasta el encuentro y las palabras del viernes. Es importante la preocupación de que el mensaje llegue: ciertas denuncias, en los medios, algunas veces dichas agresivamente, cierran el diálogo, cierran la puerta, y el mensaje no llega.
¿Qué sintió al encontrarse con los prófugos?
No estaba programado así, sabía que me habría encontrado con los Rohinyá, no sabía dónde ni cómo, pero esta era una de las condiciones del viaje. Después de muchos contactos con el gobierno y con la Caritas, el gobierno permitió que viajaran los Rohinyá, es él quien los protege y quien les da hospitalidad, y lo que ha hecho por ellos Bangladés es grande, es un ejemplo de acogida. Un país pequeño, pobre, que recibió a 700 mil personas… ¡Pienso en los países que cierran las puertas! Todos debemos ser gratos por el ejemplo que nos han dado. Al final fueron, espantados. Alguno les dijo que no me podían decir nada. El encuentro interreligioso preparó el corazón de todos nosotros, y llegó el momento para que fueran a saludar, en fila india, eso no me gustó. Pero después querían sacarlos inmediatamente de la escena, y ahí me enojé y grité un poco: ¡soy pecador! Dije muchas veces la palabra: ¡respeto! Y ellos se quedaron ahí. Luego, después de haberlos escuchado uno por uno, comencé a sentir algo dentro, no podía dejar que se fueran sin decir una palabra. Y empecé a hablar, pedí perdón. En ese momento yo lloraba, trataba de que no se viera. Ellos también lloraban. El mensaje llegó, y no solo aquí. Todos lo recibieron.
Suscitó curiosidad su encuentro con el general Hlaing, que tuvo un papel en la crisis del estado de Rakhine: ¿por qué pidió encontrarse con usted antes de lo previsto? ¿Era una manera para manipularle? ¿Habló sobre los rohinyá con él?
Distinguiría entre dos tipos de encuentro, los encuentros en los que yo fui a encontrar a la gente y los encuentros en los cuales yo recibí a la gente. El general pidió, yo lo recibí. Yo nunca cierro la puerta, hablando no se pierde nada, siempre se gana algo. No negocié la verdad, pero hice que comprendiera por qué un camino como el de los feos tiempos pasados hoy ya no es que se pueda recorrer. Fue un encuentro civil. Pidió ir a verme porque tenía que partir hacia China. Si puedo mover una cita, lo hago. ¿Sus intenciones? No lo sé. A mí me interesaba el diálogo y que fuera él quien fuera a verme. El diálogo es más importante que la sospecha de que quisiera decir: «Aquí mando yo, y voy antes». Con él usé las palabras para llegar al mensaje y, cuando vi que el mensaje era aceptado, osé decir todo lo que quería decir. «Intelligenti pauca».
Usted, en Myanmar, también se reunió con Aung San Suu Kyi, con el presidente, con los monjes… ¿Qué se lleva consigo de todos estos encuentros?
No será fácil seguir adelante en un proceso constructivo, no será fácil para quienes quisieran volver atrás. Alguien dijo que el Estado de Rakhine es muy rico de piedras preciosas y sería cómodo si no tuviera gente. No sé si es verdad, es una hipótesis que hacen. Pero creo que estamos en un punto en el que no será fácil seguir adelante positivamente, y no será fácil volver atrás. La ONU dijo que los Rohinyá son en la actualidad la minoría étnico-religiosa más perseguida del mundo; es un punto que pesa para quienes quieren volver atrás. La esperanza yo no la pierdo.
Usted habla a menudo sobre los migrantes: ¿quería ir al campo para refugiados de los Rohinyá?
Me habría gustado, pero no fue posible, incluso por el tiempo, por la distancia. Y también por otros factores. Pero el campo de prófugos fue, como representación, a donde estaba yo.
Sobre la crisis del Estado de Rakhine, también el EI y los yihadistas han querido entrometerse…
Había grupos terroristas que trataban de aprovecharse de los Rohinyá, que son gente de paz. Siempre hay un grupo fundamentalista en las religiones; también nosotros los católicos tenemos. Los militares justifican su intervención debido a estos grupos. Yo no elegí hablar con esta gente, sino con las víctimas, con el pueblo que, por una parte, sufría esta discriminación y, por otra, era defendido por los terroristas. El gobierno de Bangladés ha hecho una fuerte campaña de cero tolerancia contra el terrorismo. Estos que se enrolaron al EI, aunque sean Rohinyá, son un grupito fundamentalista pequeñito. Esto hacen los extremistas: justifican la intervención que ha destruido a buenos y malos.
Aung San Suu Kyi ha sido criticada por no haber hablado sobre los Rohinyá…
He escuchado, la criticaban por no haber ido a Rakhine; luego fue media jornada. Pero en Myanmar es difícil evaluar una crítica sin antes preguntarse: ¿era posible hacer esto, cómo es posible hacerlo? Myanmar es una nación en crecimiento políticamente, la situación política es de transición, y por ello hay que evaluar las posibilidades desde esta óptica.
Juan Pablo II dijo en 1982 que la disuasión nuclear era «moralmente aceptable». Usted ha dicho recientemente que incluso la posesión de armas nucleares debía ser condenada. ¿Por qué este cambio? ¿Han influido las tensiones y las amenazas entre el presidente Trump y Kim Jong Un?
¿Qué ha cambiado? La irracionalidad. Me viene a la mente la encíclica «Laudato si’», la custodia de la Creación. Han pasado muchos años desde la época de Juan Pablo II, y con las armas nucleares se ha ido mucho más allá. Hoy estamos al límite. Esto se puede discutir, pero es mi convencida opinión: estamos al límite de la licitud de tener y usar las armas nucleares. Porque hoy, con el arsenal nuclear tan sofisticado se corre el riesgo de la destrucción de la humanidad o, por lo menos, de gran parte de la humanidad. Esto ha cambiado: el aumento de las armas, las armas más sofisticadas, capaces de destruir a las personas sin tocar las estructuras. Estamos al límite y yo me hago esta pregunta. No es magisterio pontificio, sino la pregunta que se hace un Papa: ¿hoy es lícito mantener estos arsenales nucleares así como están? ¿O para salvar la Creación y a la humanidad no es acaso necesario dar marcha atrás? Pensemos en Hiroshima y Nagasaki, sucedió hace sesenta años. Y pensemos en lo que sucede cuando no se logra tener todo el control en la energía atómica. Piensen en el accidente en Ucrania. Por ello, volviendo a las armas que sirven para vencer destruyendo, digo: estamos al límite de lo lícito.
Sabemos que quiere visitar la India, ¿por qué no pudo ir? Le esperamos en 2018, millones de hindúes le esperan…
El plan inicial era ir a India y Bangladés, pero después las mediaciones se retrasaron, el tiempo se acababa y elegí estos dos países: Bangladés quedó, pero añadimos Myanmar. Fue providencial, porque para visitar la India se necesita un solo viaje; tienes que ir al sur, al centro, al norte, por las diferentes culturas. Espero poder hacerlo en 2018, si vivo.
Algunos oponen el diálogo interreligioso y la evangelización. ¿Cuál es la prioridad, evangelizar o dialogar por la paz? ¿Evangelizar significa suscitar conversiones, que provocan tensiones entre creyentes?
Primera distinción: evangelizar no es hacer proselitismo. La Iglesia crece no por proselitismo, sino por atracción, es decir por testimonio, como explicó Benedicto XVI. ¿Qué es la evangelización? Vivir el Evangelio y testimoniar cómo se vive el Evangelio: las bienaventuranzas, el capítulo 25º de Mateo, testimoniar al Buen Samaritano, el perdón setenta veces siete. Y en este testimonio, el Espíritu Santo trabaja y hay conversiones. Pero a nosotros no nos entusiasma mucho tener inmediatamente las conversiones: si vienen, se habla, para tratar de que sea la respuesta a algo que el Espíritu ha movido en el corazón frente al testimonio del cristiano. Un joven en la JMJ de Cracovia me preguntó: «¿Qué le debo decir a un compañero de la universidad que es ateo para convertirlo?». Le respondí: «Lo último que debes hacer es decir algo. Tú vive tu Evangelio y, si él te pregunta por qué haces esto, entonces explícale y deja que el Espíritu lo atraiga». Esta es la fuerza y la mansedumbre del Espíritu Santo en las conversiones. No es un convencer mentalmente con explicaciones apologéticas; somos testimonios del Evangelio. Y la palabra griega es mártir, el martirio de todos los días y también el de la sangre, cuando llega. ¿Qué es prioritario? Cuando se vive con testimonio y respeto se hace la paz. La paz comienza a romperse cuando comienza el proselitismo.
Usted ha estado en Corea, en Filipinas, ahora en Myanmar y Bangladesh. Parece una vuelta alrededor de China. ¿Se está preparando un viaje a China?
El viaje a China todavía no está en preparción, quédense tranquilos. Ya he dicho que me gustaría visitar China. Me gustaría, no es algo oculto. Las negociaciones con China son de elevado nivel cultural, hay una exposición de los Museos Vaticanos en China. Luego está el diálogo político, sobre todo para la Iglesia china: hay que ir paso a paso, con delicadeza, lentamente, con paciencia. Las puertas del corazón están abiertas, y creo que hará bien a todos un viaje a China, ¡me gustaría hacerlo!
¿Los sacerdotes que ordenó el viernes tenían miedo de convertirse en sacerdotes en un país musulmán?
Siempre tengo la costumbre de hablar con los sacerdotes que ordeno, cinco minutos, en privado. ¡Me parecieron serenos y tranquilos, conscientes de su misión, normales! Les pregunté: «¿Juegan al fútbol?». Todos respondieron: «Sí». El miedo no lo percibí.
Andrea Tornielli / Vatican Insider
(Foto: Reuters)