Puede parecer a priori una idea peregrina para una película documental. Ocho monjes cistercienses de los Países Bajos se han quedado solos en el monasterio de Sion, un edificio centenario habitado antaño por 120 religiosos. Una estructura inmensa conlleva un mantenimiento complejo, la comunidad se plantea un cambio: vender la propiedad y mudarse a una isla del norte con un nombre inspirador, Schiermonnikoog, que traducido del holandés significa la isla de los monjes. Las luchas internas de cada religioso ante la nueva situación, los temores a enfrentarse al mundo de fuera –comprar un billete de autobús o utilizar una tarjeta de crédito en el supermercado–, el abandono del lugar donde pensaban que iban a morir, las cosas materiales que eligen llevar o dejar en el monasterio e, incluso, la elección del comprador de su casa milenaria son los pequeñas tramas sobre las que gira el filme. ¿Es el fin de una era o el nacimiento de un futuro? Con este original hilo conductor, la francesa Anne Christine Girardot ha ganado varios premios internacionales y estos días aterriza en España para presentar su cinta, que se estrena en los cines el 8 de diciembre.
Una temática arriesgada. ¿Cómo nace la idea?
Una tía mía era monja carmelita en los Alpes. Estuvo más de 40 años en el convento, donde fue muy feliz, pero se puso enferma y tuvo que marcharse a otro más confortable. Murió dos años después y yo no dejaba de dar vueltas a lo que debió suponer para ella mudarse después de toda una vida. Quise hacer una película sobre su historia pero fue imposible colarme en su convento. Años después, los monjes cistercienses que vivían cerca de mi casa querían vender su gran monasterio para empezar una vida nueva en una silenciosa isla del norte. Su coraje me conmovió, pero sobre todo quería indagar en las dudas y el dolor que supondría dejar el lugar que escogieron para el resto de su vida, como le debió suceder a mi tía.
¿Creías que una propuesta tan concreta iba a interesar al público?
No. Me interesaba a mí. Pero también pensé que hay muy poca gente creyente en Holanda y los monjes son como una raza de animales exóticos que viven tras sus muros. Ahora les tocaba salir, y eso sí que era nuevo. Pensé que, a quien no sabe nada de religión, le podría resultar curioso entrar en un mundo tan desconocido.
¿Y ellos sí te dejaron colarte entre sus muros?
No fue fácil que se dejaran mirar en ese momento tan frágil de su historia, en el que tenían que tomar decisiones difíciles. Era una responsabilidad tremenda decidir vender ese lugar que, desde hace siglos, era el hogar de cientos de monjes. Para el abad fue una situación complicadísima.
De hecho, uno de ellos estuvo a punto de salirse y los más mayores se fueron a otro monasterio. Al final se fueron cuatro a la isla de los monjes.
Anne Christine Girardot, en el centro, con los monjes cistercienses en la isla. (Foto: Raymond Hartman)
Sí, se dividió la comunidad. Cuando el abad tomó la decisión no pensó que la mitad no iría con ellos.
Entonces es la historia de un desprendimiento, un tema muy universal.
Así es, todos tenemos momentos en nuestra vida en los que tenemos que desprendernos de cosas. Puede ser porque pierdes a alguien, porque te echan del trabajo, porque tienes que vender tu casa, porque tu salud ya no es buena… Todos pasamos por ese proceso de tener que soltar cosas que pensabas que eran certezas. Por eso me pareció un tema universal, y esperaba que la gente lo entendiera de esa forma.
Ya has presentado el filme en varios países y habrás visto distintas reacciones. ¿La gente lo ha entendido así?
Han tenido mucho calado las historias personales de los monjes, que son seres humanos comunes y corrientes. Son muy abiertos hablando de sus vidas y de los conflictos interiores y exteriores que tienen. Y eso yo creo que toca, la verdad toca en cualquier situación. Te emociona porque te reconoces en esas personas. Yo creo que la gente empezó viendo la película y pensando: «Va a ser súper aburrido. yo no tengo nada que ver con un convento». Y sin embargo se sorprendieron, porque hay una historia.
En España hay cientos de conventos en la misma situación. La escasez de vocaciones deja a tres o cuatro religiosas o monjes a cargo de grandes edificios semivacíos. ¿Qué les dirías?
Les diría que fueran valientes, que no se apeguen a esas piedras. Claro que es triste abandonar la historia, pero el futuro no está en las piedras, está en la relación con Dios.
¿Tienen ya su nuevo monasterio?
Tienen problemas, porque la gente de la isla no quiere que construyan. Es un parque natural protegido.
Cristina Sánchez Aguilar @csanchezaguilar
Imagen: Los ocho cistercienses que vendieron su monasterio
y se mudaron a la isla de los monjes
(Foto: Bosco Films)