Acostumbramos a celebrar lo que consideramos relevante, lo que nos identifica y nos transciende. El calendario adquiere significado por las fechas que destacamos y esas fechas a su vez nos explican y, en gran medida, dan cuenta de nuestros deseos y aspiraciones. Destacar una experiencia colectiva y empeñarnos en recordarla, repensarla y actualizarla también puede ser la expresión de una necesidad e incluso, un acto de justicia. Todo eso subyace en este esfuerzo colectivo de impulsar la no violencia en España en el año 2018
En este año recordaremos los 25 años de la muerte de César Chávez, los 50 del asesinato de Martin Luther King o los 75 de la ejecución de los miembros de La Rosa blanca. Pero también una decena de experiencias colectivas cuyo impacto en la conciencia de la humanidad ha sido significativo por anteponer el amor a la violencia. Es por tanto un año para la memoria agradecida que siempre acaba por ser motor de futuro. Sabemos que esa mirada hacia atrás es importante para descubrir las miles de experiencias que la humanidad ha ensayado. Experiencias que, en muchos casos, le han permitido resolver sus conflictos rompiendo la espiral de violencia. Intuimos también que la mirada al futuro nos permitirá comprender la dinámica de esa espiral que muchos se empeñan en alimentar.
Pensamos en la no violencia como una forma de cultura. Creemos que debemos de ser justos con esa corriente de liberación, que con sus aciertos y errores, ha plasmado sobre el tapiz de la historia un dibujo de esperanza, en el que el amor y la política se han abrazado con tensión y ternura. Queremos, porque sabemos que nos jugamos mucho, aprender y recrear la no violencia; Así escrito, todo junto, para distanciarnos de la no violencia; Así escrito, separado, que indica la simple omisión de la violencia. La no violencia no es evidentemente no usar la violencia sin más. Es un compromiso de acción que pone en valor la fuerza del amor; Es una acción sostenida contra la raíz de la violencia; Es una propuesta de relación nueva, que pivota sobre los valores que nos humanizan. Por tanto no hablamos simplemente de técnicas para emplear en las manifestaciones frente a la policía. Llegado el caso eso sería un componente más de la no violencia. Y nunca el más importante.
El paro y la precariedad amenazando con hacerse crónicos, la corrupción y la estructuración mafiosa del poder político y económico, los conflictos territoriales avivados desde el poder, la pobreza creciente de unos en paralelo al crecimiento del número de multimillonarios, la trata de personas prácticamente legalizada, el desprecio a las personas inmigrantes,… son problemas políticos crecientes ante los que nos sentimos desbordados. Los que creemos que la sociedad debe de protagonizar al máximo su propia liberación intuimos que se hace necesaria otra forma de mirar esa realidad. Los ojos de la impotencia y la rabia no parecen ser los más adecuados. Mucho menos los de la desesperación o los del buenismo de creernos mejores. Necesitamos ojos iluminados por la esperanza que se gesta en los compromisos cotidianos, ojos que derraman lágrimas compartidas, ojos que se cierran a los atajos de las salidas fáciles y se abren a descifrar laberintos complejos, ojos que se saben hermanos de otros ojos, que sienten vergüenza, que no miran de reojo al espejo, que se niegan a utilizar las gafas del supermercado.
Con esos ojos, miramos la corriente de liberación de no violencia y miramos las realidades que debemos afrontar. Aunque posiblemente nuestras pupilas estén más adormecidas de lo que somos capaces de reconocer nos atrevemos a señalar algunas cuestiones que creemos que debemos afrontar en este año dedicado a la no violencia.
La no violencia es acción cotidiana y permanente. Es un ejercicio de humildad y de realismo
Las experiencias y la reflexión acumulada en este último siglo nos permiten ver con cierta perspectiva las diferentes experiencias de no violencia. Podemos concluir que, aunque hay muchos matices, las experiencias más sólidas han estado avaladas por trayectorias solventes y coherentes. La improvisación y la casualidad no suelen formar parte de estas experiencias. Más bien es una militancia muy cuidada, una formación prolongada y un espíritu curtido los que dan lugar a experiencias que podemos catalogar de no violencia. Normalmente a una revolución no violenta le precede una etapa cultural, un proceso de conciencia colectiva y un trabajo de base prolongado.
Acostumbrados como estamos a que los medios nos presenten a los héroes, a las revoluciones espontáneas y a las grandes performances colectivas de las macromanifestaciones podemos pensar que se trata de seguir a tal o cual héroe o que en dos días de movida esto se puede cambiar. La experiencia reciente de nuestro país desvela claramente la ingenuidad de ese planteamiento.
La no violencia supone una nueva cultura y eso, por definición, se cuece a fuego lento, se educa y asimila desaprendiendo mucho de lo que este sistema, al que queremos combatir, nos ha enseñado. Eso requiere mucho trabajo cotidiano y convertir lo más cercano, lo próximo, en la trinchera más natural. Es evidente que este sistema no tiembla si salimos los fines de semana a manifestarnos para cambiar el mundo y por la semana aceptamos las condiciones laborales, inundamos los supermercados, asimilamos la cultura individualista y narcisista,… El reto está en ser otros, diferentes a lo que este sistema quiere que seamos. El cambio profundo florece cuando combatimos los valores del sistema en lo cotidiano, en nuestro propio corazón, y desde ahí nos lanzamos a la acción política transformadora. Antes de que Rosa Park o M. L. King se decidieran a desobedecer hubo años de trabajo orientado a que las personas de raza negra superaran la mentalidad de esclavos en la que estaban educados. Sin ese cambio de mentalidad no hubiera sido posible el movimiento de los derechos civiles. Fue esencial en el movimiento gandhiano aprender a renunciar a los privilegios que suponía la cultura de los colonizadores ingleses. Sin la rueca y la vida austera, los ayunos,…no hubiera sido creíble. Dicho de otro modo, hay que meter la cultura de la no violencia en el día a día. Sólo desde ahí encontraremos la paciencia y el realismo suficiente para pasar a otro plano. Requiere de la humildad que, según su significado etimológico, se convierte en tierra fértil sobre la que se puede sembrar un nuevo mundo.
La no violencia exige una relación intrínseca entre medios y fines
La máxima atribuida a Gandhi de que «los fines están en los medios como el árbol en la semilla» es de una evidencia clarificadora si lo vemos en perspectiva histórica. Si uno persigue un bien justo debe usar métodos justos. Porque los medios adelantan el fin. En el extremo opuesto está la lógica de Maquiavelo de que los fines justifican los medios. Ya sabemos el recorrido que ha tenido esta lógica en la historia.
Los medios de la no violencia son siempre morales y hoy podemos ver como desde el poder se quieren utilizar para legitimarse. Hemos visto huelgas convertidas en herramienta de presión de los trabajadores privilegiados. Hemos visto las tácticas de la no violencia utilizadas desde los poderes para sus objetivos. Hasta hemos visto a terroristas declararse en huelga de hambre. Es evidente que detrás de este deseo de apropiación de los instrumentos desarrollados por los pueblos oprimidos está el intento de legitimarse, pero frecuentemente podemos comprobar que es una mera instrumentalización para conseguir beneficios casi siempre egoístas.
También puede ocurrir que desde abajo se quieran utilizar medios violentos para fines no violentos. Esto ha ocurrido con mucha frecuencia. Lo más recurrente es la mentira. «La verdad no perjudica nunca a una causa justa» decía Gandhi.
Recientemente hemos asistido al juego preferido de los medios de comunicación que se quieren legitimar mostrándonos las miserias, mentiras y contradicciones del oponente. Pero ninguno dedica tiempo a la autocrítica de los suyos. El verdadero no violento combate la mentira entre los suyos. Una victoria con mentiras (medios) adelanta la sociedad que buscamos (También con mentiras) y por tanto una victoria basada en la verdad adelanta una propuesta de sociedad más honesta y coherente.
La no violencia apunta a la violencia estructural
El reto de la no violencia en el siglo XXI es apuntar a la violencia que se ha hecho estructura. Detrás de toda violencia directa hay una violencia estructural que la sostiene. El hambre, el paro, la explotación, la esclavitud,… hoy pueden estar amparadas por las leyes, no tienen responsables oficiales y sin embargo son los primeros problemas de la humanidad.
Podemos tratarlos como si fueran males necesarios y obrar en consecuencia. De esta forma nunca podrán solucionarse. Sin embargo la realidad nos dice que son problemas políticos y por lo tanto necesitan soluciones políticas, no paternalismos ni limosnas.
Frente a esa violencia invisible, que genera miles de víctimas cada día, cabe desarrollar la no violencia. Tenemos la obligación moral de intentar recrear la no violencia. Es decir, debemos esforzarnos por hacer visibles las columnas que sostienen esos crímenes y desarrollar una acción orientada a derribarlas. Evidentemente se antoja una tarea difícil y compleja pero se trata de estar a la altura del momento histórico; Se trata de intentar dar pasos; se trata, como mínimo, de abrir tiempos y espacios para imaginar posibilidades.
Pensamos que el año 2018 puede ser una oportunidad para avanzar en esta dirección. No hay colectivo humano, que quiera ser responsable con el futuro, que no pueda avanzar en algún aspecto hacia la no violencia. Los empobrecidos descubrieron que era posible y lo demostraron. Hoy toca empujar con decisión en esa dirección y para ello nos autoconvocamos a 365 días de encuentros, estudio y acción.
Moisés Mato
Foto: REUTERS/Juan Carlos Ulate