Hay cosas que fulminan en unos instantes la infancia y marcan la vida para siempre. Tristes acontecimientos que obligan a una madurez forzosa a pesar de la corta edad. El instinto de supervivencia humano frente al instinto destructor también del humano. Esta niña sostiene en brazos a su hermano pequeño por una de las embarradas calles de un campo de refugiados en Bangladés. Clava sus ojos en la cámara fotográfica que la captura, sin inmutar su gesto asombrosamente sobrio. Quizás el pequeño al que agarra cuidadosamente esté enfermo y sin vacunas, como tantos otros en el lugar. Quizás sea lo que queda de su familia, dado que muchos como ella han viajado solos después de que sus padres fueran asesinados. Quizás el bebé esté agotado y hambriento, como todos en ese feo escenario que sin embargo para ellos es una puerta a la esperanza. Descalzos, sin agua, sin sonrisa… pero vivos. 10.000 niños como ellos llegan cada semana al campamento con una historia atroz a sus espaldas. Más de 340.000 menores han huido de Birmania para intentar alejarse de la violencia extrema. Son el 60 % de las personas que se cobijan en este lugar.
Pertenecen a la etnia rohingyá, una minoría musulmana en un país con el 90 % de la población budista. No reconocidos como ciudadanos del país, han aumentado su radicalización hasta cotas tan alarmantes que Naciones Unidas venía advirtiendo del peligro. Estalló. Tras sangrientos ataques a varias comisarías, la represión militar ha perdido cualquier atisbo de humanidad. Son torturados y asesinados. Los muertos se cuentan por miles. Las mujeres, sin importar la edad, son violadas sistemáticamente. La ONU denuncia incluso que la violencia sexual se está utilizando como un arma de limpieza étnica.
Con este conflicto abierto, Francisco viaja a esos dos países del 27 de noviembre al 2 de diciembre. Desde agosto, en varias ocasiones, ha pedido que termine la masacre y se respete a esa minoría perseguida. Gracias a eso, Occidente ha girado levemente la cabeza hacia ese lugar, aunque con escaso eco en las noticias. El mensaje del Papa será incómodo para esos gobiernos, pero resonará con fuerza en un viaje pastoral que tiene su sentido en el acompañamiento a otra minoría casi olvidada, la comunidad cristiana: un 1 % en Birmania y apenas un 0,25 % en Bangladés. La Iglesia no les olvida.
Pedro J. Rabadán
(Foto: REUTERS/Jorge Silva)