«Yo fui bautizada en la iglesia de San Jerónimo el Real y aprendí a rezar en la iglesia de Jesús de Medinaceli. Pasé mi infancia jugando en el paseo del Prado y en el Jardín Botánico…». La misionera comboniana Celia Macho Cardenal es una de los 602 misioneros madrileños que hay por todo el mundo, que se disponen a celebrar especialmente este mes de octubre, de marcado carácter misionero.
Su vocación está muy ligada al cartel del Domund de 1973, que rezaba: Tu fe es un compromiso misionero. «Yo entonces estaba insatisfecha con lo que hacía. Estudiaba Bellas Artes, pero me faltaba algo. Aquel cartel me dio el empujón. Interioricé esa frase y entré en las combonianas de Corella, en Navarra, al año siguiente».
Después de unos años estudiando inglés en Estados Unidos, Celia llegó a Kenia en los 80. «Ese fue el primer encuentro con el sueño de mi vida. Hice realidad esta vocación y desde entonces he experimentando un derroche del Señor para conmigo».
Recorrió Etiopía, Chad y otros países en los que tuvo estancias de menos duración, hasta llegar a Uganda, el país que más le ha marcado. Paradójicamente, su labor allí no se corresponde con la imagen habitual de un misionero; en lugar de desarrollar alguna labor asistencial, trabajó durante años en el centro de espiritualidad Namugongo, estrechamente vinculado a los mártires de Uganda. «Es un país muy castigado por la guerra y la violencia –explica Celia–, y allí se cometieron muchas atrocidades. Por eso se necesitan ejercicios espirituales, talleres de oración, de sanación de las heridas, retiros… Todo para reconciliar a la gente y sanar adultos y niños. Es una labor muy grande, y hay mucho por ayudar en este sentido».
Celia, que es ahora provincial de las combonianas para Europa, volvió a Madrid en 2014, después de 34 años fuera de España. «Echo de menos Uganda. Cuando estás allí vives el día a día con normalidad, hay armonía en la naturaleza, en las gentes, en tu trabajo. Aquí hay una prisa y un torbellino que te absorben. Tienes que esforzarte mucho par seguir tu ritmo y no el que la sociedad te impone. Hay una diferencia de vida muy fuerte», desvela la religiosa.
Además, en la Iglesia percibe «un cambio muy grande. Echo de menos el sentido de fiesta y la celebración en la Eucaristía que allí me alimentaban. Allí la Eucaristía es una auténtica fiesta, pero aquí es muy diferente», lamenta.
De todos modos, a pesar de que «adaptarme a Madrid ha sido más duro que cuando me tocó adaptarme a la misión», y que «ahora estoy aprendiendo de nuevo a ser madrileña», Celia hace balance de estos 34 años y afirma: «El Señor ha sido grande conmigo, estoy muy contenta».
J.L.V.D-M.
Imagen: Celia Macho Cardenal, en Uganda.
(Foto: Archivo personal de Celia Macho Cardenal)