Desde su encuentro en 2004 con el entonces cardenal Ratzinger, y tras los atentados de las Torres Gemelas en 2001, Habermas da un nuevo giro en su obra y entra a hablar de una racionalidad más cercana a la ya tradicional vida buena. La razón cobra carnalidad y lo hace del lado de la compasión
La universidad siempre ha estado llamada a ser foro de debate entre las diferentes corrientes de pensamiento. Razón suficiente para que la Universidad Católica de Valencia (UCV) inicie unas Jornadas sobre el pensamiento del filósofo alemán Jürgen Habermas. El Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales que le fue concedido en 2003 impulsó, aún más, el auge de este representante de la segunda generación de la Escuela de Fráncfort en nuestro país.
Discípulo de Horkheimer, Adorno y Marcuse, supo tener como tarea lograr que Auschwitz no se volviera a repetir nunca más. Que no se repitiese no solo el holocausto ofrecido por los nazis a sus degenerados dioses, sino cualquier sacrifico humano ofrecido a cualquier interés. La filosofía, al igual que las ciencias sociales, está llamada a aportar a esta tarea el impulso emancipador que surge de la reflexión y la crítica, capaces de descubrir un criterio que nos permita distinguir entre lo que ocurre y lo que debería ocurrir, entre las normas que están simplemente vigentes y las que pueden pretender auténtica legitimidad al estar respaldas por la razón.
Quien pueda pasar a ser con toda seguridad el filósofo más renombrado de finales del siglo XX y principios del presente, ha mantenido la constante defensa del ideario ilustrado bajo la necesaria renovación de los criterios de racionalidad que de ella surgieron. Su propuesta de emancipación y crítica impulsó su lectura en la España de los años 60 y 70, necesitada de savia nueva que ayudase a construir un proyecto social y político hasta entonces desconocido. La democracia aparecía en España y había que aprender a pensar y vivir democráticamente.
Racionalidad emancipadora
Jürgen Habermas, que se había doctorado con un trabajo sobre Schelling (1953), obtuvo su habilitación en Marburgo con Wolfgang Abendroth, jurista y politólogo socialdemócrata, y, aun antes de culminar su habilitación, Gadamer le ofreció un puesto de profesor en Heidelberg en 1961. Dirigió el Max Plack Institüt (Starnberg), y desde 1964 es profesor –hoy ya emérito– en la Universidad de Fráncfort. En 1961 irrumpió en la cultura alemana con un trabajo importante a la par que poco conocido: El estudiante y la política, en el marco del movimiento estudiantil que tuvo como referente posterior la revolución de Mayo del 68, que tanta controversia generó en los miembros de la Escuela de Fráncfort, incluido Habermas. Pero fueron tres los asuntos que posibilitaron el buen oído de la universidad española, bastante empobrecida hasta entonces, los que favorecieron su obra y pensamiento: la lógica de las ciencias sociales, las crisis de legitimación en el capitalismo tardío y la elaboración de una teoría de la competencia comunicativa como pragmática universal. Desde entonces, su obra ha sido una constante referente en la filosofía, principalmente en ámbito de la ética y de la filosofía social y política.
Junto con su estimable amigo y compañero de universidad Karl-Otto Apel, fallecido el 15 de mayo de este año, fueron configurando un nuevo conocimiento, nunca neutral, basado en una racionalidad que describía su ser instrumental, que llevada a las relaciones sociales, se convierte en estratégica, y la racionalidad comunicativa, impulsora de verdadero modelo emancipador del sujeto humano. Ambas están inscritas en el mismo lenguaje humano, a través de los actos de habla, tal como los analizan una pragmática universal y una teoría de la acción comunicativa.
La interpretación del mundo no queda ya subscrita bajo el individualismo abstracto propio de las teorías liberales, sino que el mundo se compone por una suerte de relaciones entre sujetos que se reconocen recíprocamente como interlocutores válidos, y que devienen en personas gracias a su relación recíproca. La construcción de sociedades fuertes, amparadas en procesos de democratización, requiere no de individuos atomizados, sino de una intersubjetivización basada en el reconocimiento recíproco con otros sujetos. Solo en posibilidades de diálogo veraz y auténtico podremos alcanzar un progreso moral en sociedad plurales como las nuestras.
Un nuevo giro en su obra
Estado posnacional, multiculturalismo, el análisis de la historia alemana reciente, entre otros, son motivo de reflexión constante en Habermas. Pero, sin duda, la relación de la filosofía con la teología ha tenido un lugar destacado en los últimos tiempos. Desde su encuentro en 2004 con el entonces cardenal Joseph Ratzinger y tras los atentados de las Torres Gemelas en 2001 y con el consiguiente aumento del fundamentalismo religioso, Habermas da un nuevo giro en su obra, no menos esperado y deseado desde el ámbito de la teología católica, y entra a hablar de una racionalidad más cercana a la ya tradicional vida buena, adentrándose de lleno en problemas que atañen a la especie humana, que parece estar nuevamente amenazada. La razón cobra carnalidad y lo hace del lado de la compasión, recordando su última conversación con Marcuse. Tal vez la compasión sea el lugar desde donde la razón humana descubre su vocación a la vida social, redefiniendo la dignidad de la persona y ayudando a construir una sociedad que necesita vivir en valores si por humana quiere ser entendida. Virtudes de la ética del discurso como lo son la justicia y la solidaridad se vuelven necesarias para el ser humano que vuelve a sentir, la sinrazón que en otros tiempos no tan lejanos mermaron la dignidad de la persona.
Dr. David Lana Tuñón
Profesor de Ética y Antropología de la UCV
Imagen: Habermas con el entonces cardenal Ratzinger
en marzo de 2014 en la Academia Católica de Baviera