El español Domingo Sugranyes Bickel, antiguo ejecutivo de Mapfre, es el presidente de la fundación vaticana Centesimus Annus pro Pontifice, dedicada al estudio y promoción de la doctrina social de la Iglesia. La fundación ha impulsado un gran debate sobre el sistema financiero a raíz del estallido de la crisis de 2008
A raíz de la crisis financiera, la fundación Centesimus Annus abrió un debate sobre las causas que la originaron. ¿Cómo surge este proceso?
Empezamos una serie de reuniones de expertos entre financieros y banqueros, profesores universitarios y especialistas de doctrina social católica, para intentar explicar la crisis financiera y, sobre todo, trazar las líneas de unas finanzas al servicio del bien común. Lo llamamos el Dublin Process porque nos acompaña desde el principio, con enorme interés, el aArzobispo de Dublin, monseñor Diarmuid Martin. Las etapas del diálogo han tenido lugar en el Vaticano (2013), Dublin (2014), Malta (2016), Madrid (2017) y la próxima en Nueva York en 2018.
¿Alguna conclusión?
Sobre el diagnóstico de las causas y responsabilidades no hay unanimidad: hay quien denuncia principalmente el enorme incremento de la deuda privada y pública; la incompatibilidad entre cambios fijos, libertad de circulación de capitales y regulación ‘soberana’ nacional; o una inmoral ingeniería financiera para ‘empaquetar’ y recolocar carteras de riesgos hipotecarios incontrolados… El hecho es que, en este período, el mundo de la banca ha pasado de un paradigma de desregulación a un retorno de la normativa reguladora en Estados Unidos y – hecho novedoso en nuestro entorno– en la Unión Europea. En este proceso, que tiene muchos aspectos positivos, también hay inconvenientes: se ha impuesto en muchos casos una mentalidad de cumplimiento formalista, de ‘ticking boxes’, que pasa por alto el problema ético de fondo.
¿No ha habido entonces puntos de acuerdo?
Aunque no haya unanimidad en las causas, sí ha sido posible ponerse de acuerdo en aspectos de comportamiento ético; las recomendaciones de cada una de las reuniones del ‘Dublin Process’ lo indican claramente. Cualesquiera sean las medidas estructurales, el problema de las finanzas se debe ante todo analizar bajo el aspecto de la ética personal y colectiva de las instituciones financieras, es decir de una cultura de empresa orientada al servicio de la sociedad, de esa ‘brújula ética’ que en muchos casos parece haberse perdido. Las nuevas perspectivas de la digitalización y de ‘big data’ hacen indispensable rediseñar la brújula, fundada en los principios y virtudes más tradicionales, pero adaptando y buscando respuestas a los problemas de hoy. Los papeles están a disposición de toda persona interesada en www.centesimusannus.org.
Domingo Sugranyes en una audiencia con el Papa
Ese debate sobre la necesidad de una «brújula ética» en el sistema financiero, ha dicho usted, ha sido más intenso en el mundo anglosajón. ¿Por qué?
Porque todas las innovaciones financieras, las malas como las buenas, nacen en Nueva York y en Londres. Y porque muchas autoridades en esos países –desde los reguladores hasta las Iglesias cristianas de distintas denominaciones– se han interesado por el tema con espíritu crítico y constructivo. También, más generalmente, porque el mundo anglosajón no tiene problemas con la idea de corregir los defectos de la economía de mercado sin echar a perder sus enormes ventajas. Y porque el vacío moral y el fracaso de las teorías económicas basadas en el solo interés pecuniario se hace notar allí de forma especialmente aguda después de la crisis de 2008.
Una de las consecuencias de la crisis financiera es que el trabajador de banca ha perdido autonomía en la toma de decisiones, por ejemplo a la hora de aprobar o denegar un crédito. ¿Cómo evaluaría desde la doctrina social de la Iglesia (DSI) los mecanismos actuales de asignación del crédito mediante algoritmos? ¿Cuáles son las ventajas e inconvenientes de este tipo de instrumentos?
Que yo sepa la DSI no ha abordado aún temas tan específicos y tan nuevos, por lo menos en los textos oficiales del Magisterio… Desde nuestra perspectiva, que intenta contribuir a la aplicación de la DSI, se podría decir que un «credit scoring» es éticamente mejor si es totalmente objetivo e independiente de influencias, amiguismos o intereses ajenos a la decisión técnica; si los criterios de programación están pensados con ánimo de servicio a la sociedad, y no solo de interés del accionista, la decisión automática puede ser mejor, incluso desde un punto ético. Ahora bien, el tratamiento de los datos personales requiere un código de conducta tan exigente como el del dinero ajeno. Y la «inteligencia artificial» de los sistemas que aprenden por si mismos hará más difícil la exacta localización de la responsabilidad moral, y esto es terreno desconocido para la humanidad…
Hay en España una larga tradición histórica de iniciativas surgidas desde ámbitos cristianos para proteger en el pequeño ahorrador más vulnerable, que en cierto modo pueden considerarse antecedentes de la actual banca ética. ¿Ese legado desaparece definitivamente con las cajas de ahorro –y por extensión–, con la crisis del Popular?
Los bancos «capitalistas» españoles se han mostrado en general menos imprudentes y con mayor capacidad de resolver dificultades con sus propias fuerzas… En la época de «big data» y de las «fintech», no se puede soñar con crear pequeños bancos caseros, por muy bien intencionados que sean. Creo sinceramente que las grandes instituciones financieras que consigan salir adelante y reformarse en la radical transformación actual también serán, precisamente, las que practican las finanzas éticas.
¿Echa en falta hoy una mayor cultura financiera entre los católicos y, en particular, una mayor conciencia sobre las repercusiones éticas de las decisiones en el ámbito financiero?
Sí, hace falta. Hay que aterrizar el discurso moral y acercarlo a la realidad de las familias y de las personas. Aprender un comportamiento prudente, crítico y constructivo como consumidores debería ser un objetivo principalísimo de la formación católica, en la enseñanza y hasta en la vida parroquial. Me ha llamado mucho la atención hace poco una nueva institución creada por la Iglesia anglicana, llamada «Just Finance Foundation», que tiene precisamente esto como uno de sus objetivos y ya ha asociado a 3200 escuelas primarias del país para participar en lo que llama «un programa innovador y basado en valores éticos sobre el dinero». ¿Para cuándo una iniciativa en este sentido en la Iglesia y en la escuela católica española?
Ricardo Benjumea