Preocuparse por el principio y el final de la vida olvidando lo que hay entremedias no resulta convincente
El aborto y la eutanasia son dos temas esenciales para la bioética y lo seguirán siendo. La renovación que impulsa el Papa en este campo no pone este punto en cuestión, pero sí amplía las temáticas y pide un renovado esfuerzo en la búsqueda del diálogo con otros actores para lograr una mayor incidencia y prevenir el riesgo de confinamiento en un pequeño gueto, intachable desde el punto de vista doctrinal pero inservible en la misión de llevar al mundo el anuncio del Evangelio.
La intuición de Pablo VI y Juan Pablo II de potenciar la bioética se ha demostrado profética. El avance de las ciencias y el alargamiento de la vida plantean hoy nuevas situaciones y dilemas morales sobre los que la Iglesia tiene mucho que decir. El peligro surge cuando estos discursos se ideologizan. O cuando pierden credibilidad porque se percibe una falta de coherencia ante una preocupación por la vida intrauterina que no se corresponde con la tolerancia ante otro tipo de atentados contra la dignidad humana. Ahí se entiende la advertencia del Papa en la entrevista a Antonio Spadaro: «No podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Tenemos que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre el peligro de caer como un castillo de naipes».
No es fácil encontrar ese «nuevo equilibrio». En el reconocimiento o negación del derecho a la vida no existen zonas grises, pero sí es posible invertir más esfuerzos en buscar aliados en temas como la maternidad subrogada o la potenciación de los cuidados paliativos, por poner dos ejemplos que pueden ayudar a propagar la cultura de la vida. Ocurre igual con la defensa del derecho universal a la atención sanitaria o el rechazo a un modelo de investigación farmacéutica que permite que millones de personas mueran por enfermedades fácilmente curables. Eso también es materia para la bioética. Lo que no resultaría creíble es preocuparse por el principio de la vida y de sus momentos finales, olvidando todo lo que hay entremedias.
Alfa y Omega
Foto: CNS