«Musulmanes y cristianos debemos gritar juntos que las religiones son el mejor antídoto para la violencia»
En los últimos diez días, Valeria ha recibido la visita de muchas personas que querían mostrarle su afecto y compartir su dolor: su hijo Youssef fue uno de los terroristas que el 3 de junio, en Londres, acabó con la vida de ocho personas. Ha decidido dar la cara porque «hay que estar vigilantes para que el mal no dañe a nuestras comunidades. Hay mucho trabajo por hacer», tanto para combatir las interpretaciones del islam como para fomentar el diálogo
«¿Cómo pudo ocurrir algo tan terrible? No dejo de pensar en ello día y noche, no puedo resignarme, no puedo aceptarlo. La única cosa que me podría dar un poco de consuelo sería descubrir que también él, también mi Youssef, es una víctima. Víctima de algo más grande que él, que lo envolvió en un vórtice del mal. Pero no puedo resignarme al mal: Quiero ser útil para las madres que están en una situación similar a la mía, para que estén atentas a sus hijos, y para que se combata el tumor que ha penetrado en una parte de nuestra comunidad. Una pequeña parte, pero que sin embargo no debe infectar el cuerpo sano del Islam».
De su casa de Fagnano, en las colinas de Bolonia, los hombres de la División de Investigaciones Generales y Operaciones Especiales se han llevado todo lo que puede ayudar a arrojar luz sobre las razones que llevaron a Youssef Zaghba, el hijo de 22 años de Valeria Khadija Collina, a participar en el ataque que el 3 de junio sembraba el terror y la muerte en Londres. Pero no llevarse el recuerdo de un hombre joven que ella describe como una persona «alegre y cariñosa», con un temperamento que parecía el polo opuesto del gesto realizado. Nos encontramos con ella para entender más el drama que está viviendo y escuchar sus intenciones.
¿Cómo es posible que no se haya dado cuenta de nada? Su hijo no le había escondido su simpatía hacia el Daesh.
Es cierto que cuando se puso la bandera negra en su perfil de Facebook le pregunté por una decisión con la que no estaba de acuerdo en absoluto. Me dijo que soñaba con ir a vivir en los territorios controlados por Daesh no para luchar, sino para poder vivir de acuerdo con las normas del islam más auténtico. Lo discutimos durante mucho tiempo, le dije que no se podía justificar la muerte de las personas en nombre de la religión, que esto no es el Islam. Pero nada hacía presagiar que también él se sabía encaminado a la muerte.
¿Pero usted no se siente en el fondo un poco responsable de lo que Youssef ha hecho?
Mi corazón está lleno de dolor por la pérdida de un hijo y por el dolor que he causado mi hijo, pero no creo que lo que pasó sea el resultado de errores educativos por mi parte. Se crió en un ambiente sano, libre. Por supuesto, la libertad mal entendida puede convertirse en un veneno. Las alas de una madre son enormes, querrían cubrirlo todo, pero a veces los hijos no lo permiten.
Youssef vivió en Marruecos con su marido, venía a Italia con poca frecuencia. ¿Es posible que allí haya madurado un odio hacia el Occidente? ¿Dónde se puede encajar su cambio?
Foto: REUTERS
No vivía en un contexto de marginación como muchos otros jóvenes que terminan en el vórtice del radicalismo. Asistió al tercer año de ingeniería informática en la Universidad de Fez, después de dos malos exámenes había decidido tomarse un descanso e ir a trabajar por un tiempo en Inglaterra. Fue contratado en el restaurante de un paquistaní. Recientemente, había firmado un contrato con TV islámica como ingeniero de sonido; también grababa vídeos, todos “inofensivos”, de trasfondo educativo y religioso. Creo que la chispa que encendió el fuego del mal en su corazón prendió en Marruecos, cuando se envenenó con algunas webs de propaganda radical en Internet, en las que buscaba algo fuerte, tranquilizador, después de haber fracasado. Tal vez esta fragilidad fue alimentada por las malas relaciones que formó en Inglaterra. Recientemente, me envió un vídeo en el que se mostraba con una mirada oscura.
Usted es musulmana. ¿Discutíais de religión entre vosotros?
Sí, y ahora entiendo que la radicalización es la hija de la propaganda wahabita y salafista. Una posición literalista, rígida, cerrada de la fe islámica, que se reduce a una serie de fórmulas. Él había osificado la tradición musulmana, mientras yo trataba de hacerle entender que el Islam debe abrir la mente, no cerrarla.
¿No cree que ciertas convicciones son cada vez más comunes en las comunidades islámicas, que los malos maestros se multiplican peligrosamente?
Las posiciones cerrada y radicales –que disfrutan de medios sustanciales y apoyo financiero, en particular de Arabia Saudí– están teniendo consecuencias desastrosas, especialmente entre los jóvenes. Pero se trata de una minoría, insidiosa pero exigua, el cuerpo de nuestra comunidad está sano. Personalmente, sigo convencida de haber tomado la decisión correcta, hace 30 años, cuando me di cuenta de que en el Islam se encuentra la respuesta a las preguntas que me hacía sobre la posibilidad de sumergirme en la trascendencia permaneciendo en el mundo, y teniendo siempre a Dios en el corazón. Mi decisión se tomó hecha después de conocer a gente en Marruecos, donde yo vivía, que testimoniaban desde la simplicidad cómo se realizar la propia humanidad adhiriéndose a la voluntad de Dios. Desde hace dos años vivo en Italia, y he conocido a muchas mujeres de Marruecos y Túnez, e incluso alguna italiana conversa como yo, que viven serenamente su fe en paz con todos. Por supuesto, hay que estar vigilantes, para que el mal no haga daño a nuestras comunidades. Para ello, después de perder a mi Youssef, he decidido dar la cara, no callar.
Y, ¿cómo se puede vigilar?
En primer lugar, con información y educación. Hay mucho trabajo que hacer, tenemos que luchar una batalla en dos frentes: dentro de la comunidad musulmana para oponernos a las interpretaciones reductivas y desviadas del Islam, pero también fuera, en la sociedad, para que el Islam sea conocido en su autenticidad. Debemos gritar juntos, musulmanes y cristianos, que las religiones no son la causa de la violencia, sino el mejor antídoto. Y que el hombre verdaderamente religioso reconoce la verdad como algo más grande que él mismo, no la pliega a sus esquemas, no considera enemigo al que es diferente a él. Cuando una persona se vuelve a Dios vive una experiencia de belleza, da un paso en la búsqueda de la verdad, y se educa en un sentimiento de compasión hacia el otro, no de desprecio. El diálogo no solo es posible, es necesario, como lo confirman tantas personas que en estos días han venido a verme y a expresar su afecto. Hay mucho por hacer, especialmente entre las jóvenes generaciones, y quiero estar entre los que construyen espacios de diálogo. Para que mi dolor de madre nazca algo útil para todos.
Alfa y Omega
Giorgio Paolucci / Avvenire
Foto: Avvenire