Daniel Pittet tenía 9 años, un padre con desequilibrios psíquicos y una madre y abuela devotas que veían como un premio a su familia que Joël Allaz, sacerdote capuchino, tuviera tanto interés en pasar tiempo con su hijo. Todo empezó una tarde en la catedral de la ciudad suiza de Friburgo, donde Daniel era monaguillo. El religioso le pidió que le acompañara al convento. Quería enseñarle un mirlo que hablaba. Ese día comenzaron las terribles violaciones que duraron cuatro años. Con fotografías sádicas incluidas. «Abusó de mi más de 200 veces», recuerda el ahora bibliotecario. Otros religiosos sospechaban –hasta tenía en el convento una sala de revelado–, pero no hablaron por miedo. Allaz era un hombre influyente. Durante años, el violador campó a sus anchas por el país, abusando de decenas de niños más. Fue 20 años después cuando Daniel conoció al pequeño Thibault, de 10 años. Era otra víctima de su verdugo. Eso le rompió por dentro y se decidió a hablar. Esta semana ha visitado Madrid para presentar Le perdono, padre (editorial Mensajero) un relato desgarrador donde explica, con pelos y señales, cómo ese hombre destrozó su vida y cómo la fe le ayudó a recomponerla. El Papa Francisco, impresionado por su testimonio, ha prologado el libro.
Hay víctimas que mueren sin haber contado su experiencia. Usted no solo la contó, sino que lo hizo públicamente. ¿Por qué?
Tengo cinco hijos y quería que supieran cómo había sido mi vida. Pero después de hablar con amigos decidí publicar el libro, porque pensé que sería útil para otras víctimas.
¿Qué consejos les daría?
La palabra libera y permite reconstruir. Aunque, ante todo, hay que respetar la elección de cada uno.
Perdonó a su verdugo mientras abusaba de usted, con tan solo 11 años. ¿Cómo lo hizo?
Pude distinguir entre el sacerdote que hacía llorar de emoción a los fieles en sus homilías y el cerdo que iba a violarme después de Misa. Comprendí que mi abusador era un enfermo. Recientemente he descubierto que muchos pedófilos sufren; incluso algunos se han puesto en contacto conmigo tras la publicación del libro.
¿Perdón es sinónimo de curación?
Perdonar no significa olvidar. Para curarse hacen falta años de terapia, es un camino que dura hasta que mueres. El perdón, que es una gracia, es una etapa del camino y permite apartar el odio.
¿La Iglesia le está acompañando en este camino?
Mi obispo me sostiene y que el Papa haya prologado el libro ha supuesto un gran estímulo. Pero también es cierto que muchos hombres de Iglesia no hicieron lo que debían para impedir que mi abusador repitiera con otros niños lo que hizo conmigo.
¿Cree que la Iglesia en Europa está lo suficientemente implicada en la lucha contra los abusos?
Hay países más atrasados que otros en cuanto a la prevención o el tratamiento de casos antiguos. Pero creo que esto todavía no es prioritario en las Iglesias locales, que están enfrentándose a otras dificultades en este periodo de secularización que atraviesa Europa. Es necesario hacer frente a este problema con coraje y determinación, y la clave es que la Iglesia se rodee de especialistas que la ayuden.
¿Cómo ve los avances que se están dando en el Vaticano, como por ejemplo la creación de Comisión Pontificia para la Protección de Menores?
Lo único que pido a los obispos que me consultan es que se reconozca a las víctimas y se las indemnice. El reconocimiento formal es necesario para el camino de reconstrucción de las víctimas. Además, hace falta un reconocimiento de persona a persona, no basta con un perdón público y una oración en una celebración conjunta.
¿Perdió en algún momento la fe?
Tuve la gracia de no perderla jamás, a pesar de momentos muy difíciles que me llevaron al borde del suicidio. Puse mi confianza en Jesús y eso me permitió perdonar a mi abusador y ser un hombre que vive de pie. Me gusta la Iglesia, a pesar de lo que viví. Pero a raíz del libro sí hubo sacerdotes que rompieron su amistad conmigo porque consideran que he ensuciado la Iglesia.
Durante años su agresor fue trasladado a Grenoble, donde vivió con total impunidad. ¿Por qué actuó así la diócesis y qué supuso esto para usted?
Esto es lo que motivó que diese a conocer públicamente mi historia. Estos actos de omisión o protección permitieron que numerosos niños fueran violados por mi agresor. Ocho de ellos se suicidaron, uno de ellos hace pocos meses. Una comisión de expertos nombrados por la Conferencia Episcopal Suiza y la provincia capuchina están trabajando para esclarecer estos hechos. Espero el resultado de su trabajo.
Su violador ha sido entrevistado en el libro, algo sorprendente.
Quise que diera también su punto de vista. Él sufre también. Volví a verle, y me escribe a veces.
¿Cómo se vive con la herida?
Hay momentos donde sufro mucho, tanto en el cuerpo como en el alma. Otros días son más soportables, pero sé que sufriré hasta el fin de mi vida.
Cristina Sánchez Aguilar
@csanchezaguilar
Imagen: Daniel Pittet se encuentra con el Papa Francisco en junio de 2016.
Fotografía extraída del libro Le perdono, padre, de la editorial Mensajero.
Foto: L’Osservatore Romano